“¿Me preguntas porqué compro arroz y flores?
Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo qué vivir”
Confucio


¿Quién no teme por su vida? No cabe duda que una de las mayores preocupaciones en la vida es, precisamente, el perderla. Dada la realidad actual en que de alguna manera, prácticamente todos sentimos cierta amenaza por la violencia relacionada al crimen organizado, erróneamente creemos que debemos cuidarnos más de la inseguridad pública que de las enfermedades.

Si en nuestro país las muertes relacionadas con el crimen organizado rondarán los 35 000 casos este año, muy probablemente los decesos causados solo por padecimientos cardiovasculares serán por lo menos el doble, es decir provocarán más de 70 000 defunciones, lo cual significa que cada 24 horas 200 personas pierden la vida por este motivo. De hecho, estas patologías son la explicación para que la esperanza de vida en ciertas naciones se haya detenido o incluso, como es en la nuestra, que de los 77 años ganados esta cifra empiece a revertirse.

Las enfermedades cardiovasculares son, en México y en el mundo, la principal causa de muertes. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, este tipo de alteraciones explican, anualmente en el orbe, unos 17 millones de defunciones. Aunque las víctimas son principalmente varones, en los últimos años se ha incrementado significativamente su prevalencia en mujeres. Desde la perspectiva del interés y salud públicos resulta de suma importancia el hecho de que, en gran medida, estas enfermedades son prevenibles. El estilo de vida, es decir, el no fumar, tener buenos hábitos alimenticios y de actividad física, así como la paz y la tranquilidad en nuestras vidas resultan determinantes para que no se presenten afecciones tales como la hipertensión arterial, la elevación del colesterol, la diabetes mellitus y la obesidad, todas ellas relacionadas con el endurecimiento y obstrucción de las arterías (ateroesclerosis), lo que constituye la génesis de graves problemas de salud como son, por ejemplo, los infartos en el corazón, los accidentes vasculares cerebral y muchas de las amputaciones, entre otros muchos.

Recientemente un estudio de la Organización para la Cooperación y el desarrollo Económico (OCDE) reveló que México, con un 70% de su población adulta, ocupa el segundo lugar general en obesidad sólo después de Estados Unidos y el primero en sobrepeso en mujeres. 

Más datos son igualmente alarmantes, por ejemplo, la ocurrencia de hipertensión arterial afecta a 16 millones de mexicanos mayores de 20 años, 11 millones tienen colesterol elevado y se estima que existen unos 15 millones de diabéticos, o sea 1 de cada 7 personas en México sufre esta enfermedad con edades que van de los 10 a los 70 años, lo que representa que en tan sólo una década -1998/2008- su prevalencia aumentó 300%.
Algo a la vez crítico y sorprendente es que las primeras alteraciones en los vasos sanguíneos relacionadas con este tipo de padecimientos ocurren a edades tempranas. Ahora sabemos que la ateroesclerosis se desarrolla durante décadas y que puede empezar en algunos casos en preadolescentes entre 7 y los 10 años, según su tendencia genética, la cantidad de ejercicio que practique, así como la cantidad y calidad de alimentos que consuma.

El problema es realmente grave en cuanto hábitos o costumbres. Sirva sólo como ilustración el mencionar que actualmente nuestro país ocupa el segundo lugar en el mundo en la venta de refrescos y pese a la crisis, el año pasado, el consumo aumentó alrededor del 10%, equivaliendo a 160 litros por persona lo que ubica a México en el primer lugar en este rubro.
En términos financieros las consecuencias son funestas ya que los gastos que originan en su atención las enfermedades cardiovasculares son altísimos. Aunque los costos directos e indirectos son muy difíciles de precisar, se estima que este año el gobierno erogará unos 42 mil millones de para hacerles frente, lo que equivale a todo lo que se gastó en el Seguro Popular el año pasado.

Resulta pues fundamental la prevención de los padecimientos cardiovasculares tanto en términos de morbi-mortalidad como de costos financieros. Si las tendencias actuales se mantienen será, en un futuro mediato, insostenible la atención eficaz de estos problemas, si de por sí en estos momentos ya las condiciones son críticas.
En este sentido el gobierno ha emprendido una serie de acciones y programas que vale la pena respaldar, difundir y practicar, por el bien propio, el de nuestras familias y el de México. Entre estos destacan el Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria y la Estrategia contra el Sobrepeso y la Obesidad. Dentro de estas estrategias merece mención especial el programa “5 pasos para tu salud”, pues se trata de acciones relativamente simples que permiten bajar de peso (actívate, toma agua, come frutas y verdura, mídete, comparte), así como las reciente disposiciones para regular el expendio de alimentos en las escuelas con lo cual se elimina el 90% de las frituras, 50% de pastelillos y galletas y todos los tipos de refrescos.

Curiosamente pareciera que se trata de volver a estilos de vida de hace 50 o 100 años en que la alimentación era, en general, mucho más sana y lo habitual era hacer una buena cantidad de actividad física diariamente, tanto por la propia actividad laboral como por esparcimiento. En este último aspecto, en México, sólo el 34% de los hombres y 15% de las mujeres que tienen más de 20 años practican regularmente alguna actividad física. Pensando en la preservación de la salud, el ejercicio físico se debe practicar con mesura y de forma equilibrada, idealmente  unos 30 minutos diarios los adultos y una hora los niños.

Otra costumbre que se ha perdido y sabemos previene alteraciones metabólicas que llevan a los padecimientos aquí mencionados es la lactancia materna durante los primeros 6 meses de vida.
Podríamos seguir comentando mucho al respecto de la enorme importancia que reviste la prevención de enfermedades, pero para finalizar quisiera enfatizar la relevancia que tiene, en este sentido, controlar y dosificar el estrés, es decir las circunstancias a las que nos enfrentamos ordinaria o extraordinariamente y que representan una sobrecarga agresiva -biológica o emocional- constituyéndose en una amenaza para nuestra salud física y mental. Así, sin duda la mesura, la prudencia en nuestro actuar así como el equilibrio psicológico y espiritual se vuelven medios de invaluable valor para, en todos sentidos, estar y ser sanos.