A los periodistas que han perdido su vida en el cumplimiento de su deber

Hay fechas que no pueden pasar desapercibidas para los demócratas. El 3 de mayo es una oportunidad para la reflexión, para celebrar la libertad de los medios de comunicación, que son los que verdaderamente ayudan a transformar el mundo, y para evocar a los que han perdido sus vida en el cumplimiento de informar. En un mundo cada día más global y pluralista y, por otra parte, también más convulso e inquieto, hacer realidad la libertad de expresión, sin duda uno de nuestros más valiosos derechos humanos, no es nada fácil. A veces se corren grandes riesgos, que acaban con la muerte del mensajero. El año pasado, la UNESCO, condenó el asesinato de casi un centenar de cultivadores de la libertad, que murieron ejerciendo como tales. Estas mujeres y hombres no deben ser olvidados y esos crímenes tampoco han de quedar impunes. Su patria ha sido la libertad y ha de hacerse justicia en su nombre, para que este tipo de hechos no se repitan en el futuro.


Ciertamente, tenemos que recordarles por siempre, porque realmente ellos han sido los verdaderos activistas del pensamiento libre, los predicadores de la palabra neutral e independiente, han soñado con otro mundo posible y se han dejado la vida en ello. Unos han intentado radiografiarnos la reconstrucción de países en conflicto, otros nos han acercado las miserias que dejan las guerras y lo difícil que es para algunas gentes ser dueños de su propia vida. Unos y otros, al unísono, han pedido un respeto tolerante hacia cualquier otra opinión ciudadana. Son los grandes promotores de la libertad de prensa en el mundo, han muerto por la rebeldía y han de vivir por esa voluntad buscada y por la que han pagado un alto precio. Con su heroicidad han bordado en la bandera de la democracia, las letras más sublimes, el amor más grande, la pasión liberadora de ciudadanos oprimidos ó de aquellos que no tienen voz. Aún todavía muchos grupos étnicos y religiosos minoritarios se les impide utilizar los medios de comunicación para dar luz a sus opiniones o expresar su identidad cultural.

La sangre de los periodistas asesinados, a causa de su combate por la libertad de expresión, es nuestra propia sangre. Lucharon con coraje, por hacer valer lo que imprime y declara el articulo diecinueve de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Evidentemente, esta facultad a poder expresarse libremente, en ocasiones, también consiste en decir lo que la gente no quiere oír.

El hecho de no casarse con nadie, únicamente con la libertad, origina un hervidero de obstáculos, de intimidaciones y agresiones de todo tipo. Con este recrudecimiento de la violencia contra los periodistas, sobre todo en países con gobiernos oscuros o con gobiernos que se rinden a mafias del narcotráfico, lo que nos descubre es la importancia que tienen los medios de comunicación para el esclarecimiento. Desde luego, el derecho a saber la verdad es esencial para construir (o reconstruir) pueblos y ciudades, para fomentar la transparencia, para avivar el desarrollo y la justicia. Sin duda, la deuda es grande para con los periodistas valientes, muchos han podido destapar el historial de injusticias y discriminaciones que buena parte de la humanidad sufre y otros, para desgracia nuestra, se han quedado en el camino soñando con el desahogo.

De nada sirve diseñar planes de inversión para salir de la crisis, sino se habla claro y hondo, sin hipocresía, sobre la situación del mundo. Hoy más que nunca debemos apreciar la autonomía para conseguir el verdadero cambio, no podemos renunciar por más palos que nos den, a nuestra calidad de seres humanos libres, porque la libertad no debe ser privilegio de algunos, es un derecho de todos y hay que llevarla más allá de los sueños, a la cotidianidad de la vida diaria. Cada vez que se asesina a un periodista se está atacando contra el derecho fundamental a la libertad de expresión, ambiente que contradice el debate libre e independiente, porque lo primero que hay que exigir es poder trabajar en condiciones de seguridad. Por esa inseguridad en la que trabajan cientos de comunicadores, debemos forjar cuanto antes una cultura de apoyo y auxilio a los diversos órganos de comunicación. Su seguridad, es nuestra libertad, para saber lo que queremos saber.

Los hombres y mujeres que tienen la misión de trasladarnos la información veraz, no pueden tener temores para actuar libremente, pues la verdad solo es accesible desde la libertad. La lección que hoy nos trasladan esos periodistas o reporteros muertos al mundo, es la humanización sin barreras, el activo de una cultura de librepensador, donde cada cual pueda expresarse, no para difundir odio e incitar a la violencia, sino para injertar propuestas de diálogo, desde unos medios de comunicación fuertes, libres y pluralistas. Además, con la muerte de estos periodistas deberíamos aprender, que gracias a ellos la democracia se ha fortalecido en muchos países. Por ellos, y por nosotros, dejar que circulen las ideas. Aún hoy, en muchas partes del planeta, este derecho es frágil y nunca puede darse por sentado. En cualquier parte del mundo, mal que nos pese, se ve amenazado el derecho y el que ejerce el derecho, por intereses políticos, económicos, financieros, militares… Y es que la libertad, tantas veces se ha convertido en una burla, en este caso con el precio de la muerte a periodistas, que ha llegado el momento de decir basta y de poner firmeza ante el aluvión de crueldades.