El viernes pasado recibí una llamada que me alarmó. Una mujer preguntó por la mamá de mi hija mayor, o sea, yo. Tenía el nombre completo de la big sister y, obvio, el número de teléfono. Hablaba del Colegio del Valle para ofrecer sus servicios educativos.
Mi primera reacción fue preguntar cómo obtuvo los datos. La señorita me indicó que la escuela se los proporcionó. ¿Cuál escuela?, insistí. Y ahí ya no supo qué responder, o no quiso.
Le indiqué que no me interesaba nada que pudiera ofrecer una escuela que conseguía de manera ilegal los datos de los niños y que iba a presentar una denuncia por el hecho, a lo que ya procedí.
Mi caso no es el único. El año pasado me tocó investigar las llamadas que realizaba el Centro de Computación Profesional de México invitando a niños “seleccionados” de una base de datos que, según ellos, les proporcionaban “de la prueba Enlace”.
Tenían nombres, teléfonos y hasta direcciones de los chiquillos, lo que provocó alarma entre los padres que recibieron dichas llamadas. La Secretaría de Educación Pública, a través del Centro de Desarrollo Informativo Arturo Rosenblueth (CEDIAR) tomó cartas en el asunto y realizó una investigación. Concluyeron que los datos no salían de sus instalaciones, responsables como son de resguardar bajo cinco llaves y tres candados los datos de los niños que estudian educación básica en las 7 mil escuelas públicas y privadas que hay en el Distrito Federal.
El problema radica entonces en lo que pasa entre que los padres proporcionamos los datos de los niños en sus respectivas escuelas y la SEP los resguarda, no sólo en el DF, sino en todo el país. Hay ahí una fuga de información de la que nadie se hace responsable y que pone en riesgo la seguridad e integridad de nuestros hijos.
Cada periodo de inscripciones, escuelas privadas de todo el país realizan campañas que buscan garantizar e incrementar su matrícula. Primarias, secundarias, preparatorias y universidades hacen llamadas y mandan cartas para convencer a los papás de que son la mejor opción para los hijos. De dónde obtienen los datos que no son proporcionados por alumnos ni padres de familia es lo que preocupa. Y no es algo nuevo.
Mariana García, estudiante de primer año de la Universidad de Guadalajara, recibió de junio a septiembre del año pasado llamadas a su casa y a su celular, además de correspondencia, de universidades particulares que le ofrecían becas y facilidades para que se cambiara con ellos. Destacaba el interés de la Escuela Superior de Comercio Internacional de Guadalajara, de la que nunca había escuchado, y de la Academia de Música Fermatta. Pasado el periodo de inscripciones dejaron de insistir.
El hijo de Claudia Rivera estudia la secundaria en el DF. Hace unos meses una “trabajadora social” llamó a su casa para ofrecerle clases de inglés y computación. Argumentó que el niño había llenado un cuestionario con sus datos, lo cual madre e hijo aseguran que no es verdad. En la escuela del chico negaron haber sido ellos quienes proporcionaron la información. Quien hizo la llamada nunca mencionó de parte de qué escuela hablaba.
En 2003, cuando se encontraba en trámites para ingresar a la preparatoria, David Guzmán recibió llamadas de la Universidad Insurgentes y de la Universidad del Valle de México, en el Distrito Federal. Recuerda que “molestaban mucho” y que nadie en casa, mucho menos él, habían proporcionado sus datos. Sus primos también pasaron por lo mismo.
Algo similar le sucedió a Rafael Raygoza, quien recuerda haber recibido esas llamadas durante “casi” toda la primaria, la secundaria y la preparatoria. Las escuelas más insistentes eran ICEL, Universidad del Valle de México y la extinta Unitec.
Belem, de Ecatepec de Morelos, Estado de México, y egresada de la Escuela Secundaria Técnica No. 23, también fue víctima de llamadas por parte de escuelas privadas cuyos nombres no recuerda, pero que hasta correspondencia le enviaban. De eso, igual hará unos 9 años. Decían que la información la habían obtenido “de la base de datos de la secundaria”.
Más o menos por las mismas fechas, la hija universitaria de Mariana Belmonte fue contactada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) cuando se encontraba en secundaria, para invitarla a un desayuno en el que darían a conocer sus planes de estudio. Madre e hija nunca supieron cómo consiguieron el número de su teléfono particular.
Años después, la joven asistió a una feria organizada por la preparatoria en la que estudiaba y durante la cual consintió proporcionar sus datos a las universidades de su interés para que le enviaran la información requerida. Lo que es muy distinto a ser sorprendida y expuesta a un manejo turbio de su información personal.
Tal y como lo cuenta Pau T.: “mi hija trabajaba en promoción de prepa para el ITESM y obtenían datos visitando escuelas. Informaban y los chicos llenaban hojas con sus datos”. Ésta debería de ser la norma para todos los colegios… pero no lo es.