Ha sido valiente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) al señalar en su informe acerca del cambio climático que la situación es totalmente irreversible y que es solo la completa y total interacción del ser humano el culpable directo de la situación que estamos viviendo y de la que, desafortunadamente, viviremos –año tras año– hasta que vayan agudizándose los fenómenos meteorológicos.
Esta es la otra maldita pandemia, a la del virus cuyo origen es desconocido y no se sabe qué huésped provocó la mutación en el SARS-CoV-2 se suma, la vorágine del cambio climático.
Nos hemos acabado el planeta, el máximo depredador de la naturaleza lo ha arrasado todo a su alrededor: los mares, los océanos, los bosques, los ecosistemas y hasta el cielo lo ha llenado de hollín, de CO2, de metano y de óxido nitroso.
Muchas ciudades, en las primeras dos décadas del siglo XXI, lucen una nata platinada que devora a su cielo, encerrando los gases y concentrando las partículas nocivas que terminan siendo respiradas por los habitantes, pero también por los otros seres vivos como los animales y las plantas.
Una por una, como si fuese un efecto dominó van cayendo las urbes atrapadas por esta nata de contaminación, recuerdo que Madrid en 1999 presumía de un cielo azul limpio y transparente mientras en la Ciudad de México, sus habitantes ya estaban con la calcomanía de la circulación de los vehículos nones y pares.
De todo esto lo más dramático es que Madrid ya está igual que Ciudad de México con un problema grave de contaminación atmosférica y que los programas de vehículos nones y pares para tratar de frenar la emisión de gases nocivos al medioambiente han sido un absoluto fracaso.
Estos programas lo único para lo que han servido es para contribuir a alimentar a la industria automotriz que se ha frotado las manos viendo cómo las familias con un solo vehículo se han comprado hasta dos o tres para, entonces, poder circular todos los días; si hoy no circula el non, pues se usa el par y viceversa.
Se engrosó el parqué vehicular, las familias no comprendieron la urgencia de la medida porque tampoco nadie se ha tomado en serio introducir educación ambiental dentro de la matrícula escolar.
¿Saben cuándo comenzó el Programa Hoy no Circula en Ciudad de México? En el último trimestre de 1989. En ese año muchos estábamos todavía en bachillerato y, a nadie, le pasó por la cabeza explicarnos lo qué estaba pasando con el medioambiente y por qué razón nosotros, como futuros consumidores y potenciales usuarios de un vehículo, debíamos priorizar el transporte público o bien la bicicleta o pensar en compartir trayectos antes de caer en lo más común: comprar un vehículo.
A COLACIÓN
Encima, la movilidad es complicada en ciudades como la capital de México, un exceso de personas en el metro, en el metrobus, las combis, las distancias… la inseguridad, los asaltos, los secuestros. En suma, la gente se compra un coche y entonces, esto sigue lubricando el círculo vicioso de la contaminación atmosférica.
E insisto ha sido un fracaso aquí, allá y acullá, no hay una ciudad en el mundo, ni siquiera Suiza, Noruega o Islandia que pueda decirse libre de contaminación ambiental, de tener ciudadanos absolutamente conscientes de desestimar un vehículo propio para reducir su huella ecológica y en cambio, optar por una bicicleta, un patinete eléctrico o bien el transporte público.
Hemos perdido esa batalla a nivel mundial, porque nadie, nadie se lo tomó en serio hace décadas atrás, y ya desde el baby boom, había indicios de que la explosión demográfica estaba siendo la causa del incremento de la demanda en muchos bienes materiales e iniciaría así una etapa de acumulación material inmoral.
Nadie creyó que la ONU un día diría que hemos perdido la batalla contra el cambio climático de tal suerte que es ya irreversible, siendo una forma polite de advertir, que nos viene lo peor; y dará lo mismo porque tampoco la pandemia del cambio climático hace distinción alguna entre países ricos o pobres, ni entre más o menos instruidos. Y para esto no hay vacuna.
La agudización del cambio climático hace al mundo más vulnerable e inestable e impredecible de lo que ya lo es; las migraciones no podrán contenerse: gente que abandona su terruño porque lo ha perdido todo debido a un incendio o una ríada o un tornado o un terremoto y quizá por una sequía extrema. Esto sí que es el Apocalipsis.