En lo que ya es un hecho histórico, inédito, en lo que va de historia de la Iglesia Católica Apostólica y Romana – que ya son casi dos siglos – , y de mayor significación, desde su estructuración como entidad de poder terrenal, única representante directa del poder divino, celestial, vertical, unívoco; siglos XI y XII D.C., el pasado domingo 27 del pasado abril, la Iglesia Católica Apostólica y Romana llevó a cabo en la Plaza de San Pedro, ciudad del Vaticano, Roma, la canonización de Juan XXIII, artífice del Concilio Vaticano II que conllevó a la modernización, globalización, alentó el diálogo ecuménico y popularizó el formato de comunicación de la Iglesia – y Juan Pablo II -, , arquitecto – con Ronald Reagan, presidente republicano de los Estados Unidos -, del Fin del Muro de Berlín, alentador de la Perestroika y del Glasnost, que conformaron nueva cara al mundo, defensor de los valores de la familia, como el matrimonio y el rechazo al aborto – muy estimado en nuestro país, al que etiquetó con la expresión “¡México, siempre fiel!, que ya es clásica y legendaria, y que, además, se dijo mexicano” – .

Se presentaron hechos sumamente singulares que serán muy difíciles de equipar y, menos, superar: Se reunieron dos Papas vivos y oficiaron juntos el sacramento de la misa: Uno, en funciones, S. S. Francisco, latino, argentino, para ser más preciso y el otro, retirado y emérito, Benedicto XVI; otros dos fueron proclamados santos y elevados, llevados, a los altares: Juan XXII y Juan Pablo II, casi un millón de peregrinos y 122 delegaciones de todo el mundo. En la ceremonia, los 150 cardenales y 700 obispos, todos concelebrantes, más de 6 mil sacerdotes, además de 24 jefes de Estado y 10 jefes de gobierno. Acompañaron la ceremonia cantos ejecutados por los coros de la capilla Sixtina y de Bérgamo, así como de la filarmónica de Cracovia.

Para muchos expertos analistas y sociólogos, en este acto, S. S. Francisco obtuvo una “equilibrio” entre las dos las de la Iglesia Católica: reconciliar la conservadora y la progresista y, además, como complemento, fortalece la gestión de S. S. Francisco.

En esta ceremonia, en la homilía, S. S Francisco habló “de una comunidad en la que vive lo esencial del Evangelio, el amor y la misericordia, en espíritu de sencillez y de fraternidad”, o sea la iglesia descrita en las Actas de los Apóstoles, que Juan XXIII y Juan Pablo II contribuyeron a reinstalar; ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II ha mantenido ante sí…(De los dos nuevos santos, afirmó):”…fueron valientes que no tuvieron miedo de mirar las llagas de Cristo. Ambos conocieron las tragedias de su siglo, pero en ellos había una esperanza viva que recibieron de Dios y que donaron abundantemente”.

En estos momentos, atrás quedaron, las olas de rechazo a la actitud cómplice, omisa, silenciosa del llamado “lovy gay” del vaticano, nido de pederastas, a más de corruptos y malos administradores y, como complemento, conservadores y opuestos a aceptar la evolución de la ciencia y la transformación de las sociedades, del concordato con el nazismo y olvidados de los votos de pobreza, también de la función pastoral y evangelizadora de los sacerdotes”.

¿Esto cambiará la faz y el esqueleto de la Iglesia? ¿Será coyuntural y en función de las circunstancias del momento?