Doctor en Administración de Empresas de la Universidad de Harvard, profesor de Finanzas de Babson College en Boston y coautor de Wealth by Association.

Mucha gente puede pensar de manera cómoda en magnitudes como diez, cien o incluso mil. Son magnitudes conocidas y pensamos en ellas desde los diez años. Pero las magnitudes más grandes nos provocan estrés cognitivo: las cejas se arquean, los hombros se empinan, el cerebro envía señales a otras regiones de la corteza y la sensación de certidumbre y confort se disipa. El cerebro intenta enfrentar la disonancia mediante proverbios o máximas capaces de encuadrar la magnitud en un marco familiar, pero fracasa. Luego trivializa o minimiza la magnitud, negándole su peso en la discusión. El resultado son ideas confusas y debates estériles.
Es difícil para el cerebro humano pensar de manera desapasionada en el endeudamiento a gran escala. Miles de años de advertencias han encajonado a la deuda en un aura de pecado y engaño. Los distintos idiomas tienden a asociar la deuda con deshonor y aventurerismo, y este vínculo está inculcado en nuestras mentes antes que manejemos órdenes de magnitud.
En consecuencia los debates actuales sobre la deuda son demasiado emocionales y demasiado polémicos. Se nos dice que el mundo está demasiado endeudado y que se necesita más desapalancamiento para que podamos volver a la estabilidad y el confort de los tiempos pasados. ¿Pero son los niveles de deuda realmente altos? La verdad es que no: de hecho podemos seguir endeudándonos sin alcanzar niveles insostenibles.
Un ejemplo de endeudamiento aparentemente alto es el de Estados Unidos en 1789, justo después de la entrada en vigor de la Constitución. Alexander Hamilton, secretario del Tesoro, creó un conjunto de instituciones para la joven nación, y éstas funcionaron. En aquella época la deuda total de Estados Unidos ascendía a… ¡457 veces la recaudación tributaria! La razón de ello es que el gobierno federal y los gobiernos locales habían pedido demasiado dinero prestado para financiar la guerra de independencia, y además porque el recientemente empoderado gobierno federal carecía de mecanismos adecuados para recaudar impuestos. Pese a la carga aparentemente abrumadora de esta deuda, las reformas de Hamilton funcionaron, el crecimiento económico se disparó, comenzaron a llegar inmigrantes calificados, la recaudación tributaria aumentó y Estados Unidos canceló todas sus deudas en un par de décadas.
Hoy en día el peso de la deuda es menos descorazonador. A nivel global la deuda asciende a cinco veces el valor anual de la producción de bienes y servicios. Esta magnitud de deuda es, a nivel agregado, perfectamente abordable. Por cierto, hay países y deudores que están por encima de este promedio. Grecia y Portugal, por ejemplo, están muy endeudados por razones que no son aplicables al resto del mundo. En ambos países la población local se está encogiendo por baja natalidad y décadas de emigración. De esta manera la base tributaria se encoge y la demanda por bienes y servicios se mantiene elevada.
A nivel mundial existe otro factor que aliviana el peso de la deuda. Los inversionistas han manifestado su disposición a aceptar retornos ligeramente negativos. En otras palabras, valoran la seguridad de ciertos bonos soberanos y ciertos papeles corporativos altamente calificados. Están dispuestos a comprar bonos que rinden 1% al año cuando la inflación anual está en 2%. Eligen la seguridad a sabiendas de que sufrirán una paulatina pérdida de poder adquisitivo. Y han estado haciendo lo mismo desde hace varios años. Los japoneses comenzaron a hacerlo hace 20 años y los europeos lo están haciendo desde hace poco.
De modo que debemos repensar todo lo relacionado con la deuda. Debemos aplicar métodos analíticos antes de sacar conclusiones de cuán pesada es en cada caso particular. Debemos evaluar si realmente empobrece a las futuras generaciones. La deuda, cuando se utiliza adecuadamente, financia el crecimiento económico; pero cuando se utiliza de manera errónea puede llegar a ser un problema. La deuda desempeña otro papel importante: es un mecanismo que transfiere riqueza desde las viejas generaciones a las nuevas. Los ricos son maestros del arte de transferir riqueza a su descendencia. Naciones enteras podrían aprenderlo.