ESCRITORIO DEL EDITOR.

Qué pena me da la pena que viven los mexicanos. Y el comandante general camina hacia el fracaso.En México, las autonombradas “autoridades” son sordas.

El clamor de la ciudadanía – lo que ellas llaman “los gobernados”, cuando en realidad son sus patrones, que les pagan pingües salarios para que obedezcan sus órdenes – es muy claro. Pero los que “gobiernan” no escuchan; no quieren escuchar; están convencidos de que ellos son los que mandan y de que todo el mundo tiene que hacer lo que ellos ordenan. (Un ejemplo es la prohibición de que los comercios empaquen los productos que compra el consumidor en bolsas de plástico. Qué estupidez).

Vivimos enfermizamente relacionados con nuestros empleados, los que se dicen gobernantes. Y vamos al caso: pregúntele usted, amigo lector, a cualquiera de la mayoría de los ciudadanos si quieren ver a los soldados en las calles de sus ciudades, encargándose del “orden”, “de la seguridad pública” (¿?). La mayoría le responderá que los soldados deben de estar en los cuarteles y sólo salir para defender a la patria de una agresión extranjera o a apoyar a las “autoridades” civiles en casos de desastres, como los que están padeciendo ahora infinidad de ciudades, pueblos y comunidades por los efectos de las lluvias torrenciales. Nadie, en su sano juicio, le dirá que está de acuerdo con que lo soldados anden aterrorizando a mujeres y niños, ancianos y jóvenes en sus vehículos aterrorizantes y armados hasta los dientes, jugando a los soldaditos y a los policías y ladrones. Los barones del crimen organizado y del narcotráfico, con todo su poder, infinitamente más poderoso que el poder del “gobierno”, ríen y se burlan y la violencia y la muerte no sólo lo amainan, sino que se recrudecen. Las bandas de sicarios se fortalecen más, cuando cae muerto alguno de sus líderes, y ganan infinitamente más dinero con el comercio de lo ilegal porque la presencia de los soldados, los operativos militares, aunque logren logros espectaculares, mediáticos, al final de cuentas lo que logran, y esto es una ley de la mítica ciencia económica, es encarecer los productos de todo tipo, principalmente las drogas. Y como los adictos las necesitan, de vida o muerte, hacen hasta lo imposible, roban, matan, con tan de conseguir su dosis diaria de lo que sea. Curiosamente, en este asunto sí funcionan a la perfección las leyes de la oferta y la demanda, que yo he bautizado como las leyes de la necesidad y del abuso.

Se han celebrado los tan propalados y manoseados Diálogos por la Seguridad”, convocados por el presidente Felipe Calderón, que pasaron sin pena ni gloria. Algunos de los invitados creyeron que tales diálogos eran en serio e hicieron planteamientos realistas, justos, equitativos y cuestionaron la estrategia de seguridad pública y el combate por la seguridad, que en realidad de la guerra que Calderón Hinojosa declaró en 2006, poco después de su asunción a la Presidencia, primero, vestido de comandante general de las Fuerzas Armadas, para legitimar su muy cuestionada elección frente al “peligro para México”, Andrés Manuel López Obrador, y tan cuestionadas porque las autoridades jurisdiccionales electorales le otorgaron la Presidencia tan sólo por medio voto de ventaja, y luego para asegurar la seguridad pública. Si usted recuerda, antes de esa declaración de guerra no había tanta violencia en el país, pero apenas el comandante sacó a la calle a miles de soldados estalló una escalada de violencia que ya ha cobrado alrededor de 30 mil muertos en tan solo cuatro años y ocho meses. Ha habido de toda clase de violencia: asesinatos, decapitaciones, cocimiento de personas en tambos de ácido, secuestros al por mayor, errores garrafales de soldados que han confundido gente inocente – mujeres y niños de tierna edad, estudiantes – con el enemigo.

“Daños colaterales” (término utilizado por diversas Fuerzas Armadas para referirse al daño no intencional o accidental, producto de una operación militar. El término comenzó siendo un eufemismo acuñado por el Ejército estadounidense durante la Guerra en Vietnam y puede referirse a “fuego amigo” o destrucción de civiles y sus propiedades.). Lo hemos proclamado hasta el extremo. No sirve para el objetivo que se ha trazado Felipe Calderón la actuación de los soldados como policías. Ni la acción de las policías sirve para un comino. (El caso más dramático es la reciente rebelión de unos 300 policías federales en contra de sus mandos, en Ciudad Juárez, que ya todos conocemos). Y sí hemos propuesto alternativas. Sólo que las “autoridades”, encabezadas por Calderón Hinojosa, siguiendo su costumbre de citar leyendas bíblicas, “teniendo ojos, no ven, y teniendo oídos, no oyen”. Sólo así puede explicarse que los “Diálogos por la Seguridad”, hayan sido “Monólogos por la Seguridad”. El presidente no escuchó lo que los ponentes serios le dijeron.

Es más se enojó contra quienes criticamos “y no proponemos”. Ahora, Calderón Hinojosa da cuenta de su posición inamovible: mantendrá al Ejército en las calles hasta el último día de su mandato si así lo obligan las circunstancias y no hay una policía preparada y eficaz para combatir a la delincuencia. Qué decepción, amigos. Y respeto la posición de quienes defienden la estrategia presidencial y están seguros de que los miles de muertos son lo que menos cuenta. Allá ellos.

El presidente Calderón es terco y se lo digo con cariño, con confianza. Ya lo debía de aceptar. Le conozco desde cuando hacía sus pininos de líder en las filas del Partido de Acción Nacional; desde cuando mi inmemorial Carlos Castillo Peraza, siendo presidente de la Asociación de la Juventud Católica Mexicana, tuvo que enfrentarse con el conservador cuerpo clerical de la Conferencia Episcopal Mexicana, renunció por dignidad, y se afilió a Acción Nacional con la esperanza de que desde esa trinchera pudiera encabezar los cambios que el país requería. Pues tan terco y porfiado es el presidente que está convencido de que su compromiso por la seguridad va a permanecer hasta el último día de su gobierno y si para cumplir ese compromiso tiene que disponer, como manda la Constitución, de las Fuerzas Armadas, lo seguirá haciendo.

De lo que no estoy convencido Felipe esté convencido de que las Fuerzas Armadas estén adiestradas para una lucha que es desigual, porque el enemigo es más poderoso que las fuerzas policiales y militares, ya que responde a intereses trasnacionales muy poderosos, como los que declararon la guerra en Kosovo, para proteger las rugas del narcotráfico, el aparentemente misterioso pero real Club Bilderberg. Y es más grave lo que advierte Felipe: que reconoce que la intervención del Ejército ha derivado en “problemas de enorme sensibilidad que a todos nos duelen”, como los casos donde han fallecido personas inocentes en un enfrentamiento, en el fuego cruzado que se da, como la de los dos estudiantes del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, donde la Comisión Nacional de Derechos Humanos ha señalado irregularidades en torno a quién fue el asesino.

Graves. Muy graves. Muy preocupantes los juicios y actitudes del Presidente de una nación que está a la deriva, en la que el gobierno ha dedicado los mayores recursos a una guerra sin fin y ha abandonado todos los planes y proyectos del Plan Nacional de Desarrollo. País en el que la riqueza crece como la espuma, pero en muy pocas manos. Y la pobreza crece exponencialmente y arrasa con las inmensas mayorías. Y los ciudadanos, aterrorizados, todos los días ven la misma malvada película: soldados que persiguen criminales. Criminales que se burlan de los soldados y de las “autoridades”, corrompiendo soldados, corrompiendo mandos policiacos, corrompiendo autoridades.