Lorena Cortés
La estrategia de seguridad del gobierno de la Dra. Claudia Sheinbaum, presentada por el secretario de Seguridad Pública Omar García Harfuch, llega en un momento crítico para el país, marcado por la espiral de violencia que golpea a varias regiones de México.
La reciente decapitación del alcalde de Chilpancingo, Alejandro Arcos, no solo es una afrenta directa contra el Estado mexicano, sino que lleva a un nuevo nivel la barbarie que enfrenta el país, con tintes terroristas que buscan sembrar el miedo en la sociedad y debilitar las instituciones.
Este acto criminal expone las limitaciones del actual modelo de seguridad y exhibe la urgencia de una respuesta clara pero sobre todo contundente que no de pie a ninguna lectura de condecendencia a los grupos del crimen organizado.
La narrativa de la presidenta de México al insistir en que “no harán la guerra contra las drogas”, como lo planteó el expresidente Felipe Calderón, que según la propia jefa del ejecutivo federal responde a un cambio de enfoque que pretende alejarse de la militarización y confrontación directa como principal estrategia de seguridad.
Sin embargo, este tipo de declaraciones pueden ser leídas como una “suerte de condescendencia o debilidad frente al crimen organizado”, pero también hay una serie de contradicciones en esta narrativa, especialmente cuando se considera que, pese a la promesa de no militarizar la estrategia de seguridad, la Guardia Nacional ya es parte de una fuerza de la SEDENA y por otro lado varias regiones del país siguen sometidas por grupos delictivos que imponen su control territorial y desafían al Estado, lo que implicaría la intervención focalizada y exepcional de las fuerzas armadas haciendo uso de estrategias de inteligencia más que de las de enfrentamientos directos.
La presidenta Claudia Sheinbaum insiste en no continuar con una “guerra contra las drogas”, buscando distanciarse del enfoque militarizado de administraciones pasadas, pero por otro lado da su respaldo a la integración de la Guardia Nacional como parte del Ejército Mexicano parece contradecir ese mensaje. ¿No es guerra pero, traigan más tanques?
Mientras se rechaza la retórica bélica, la realidad es que la seguridad del país sigue dependiendo en gran medida de una estrategia militarizada. Esto pone en tensión su narrativa de pacificación, ya que, si bien se pretende evitar la confrontación directa, la participación de fuerzas armadas en labores de seguridad pública puede ser vista como una continuación, bajo otro nombre, de la guerra que se asegura no querer librar.
La clave será cómo equilibrar esta contradicción y garantizar que la intervención militar no agrave la violencia ni comprometa los derechos humanos, manteniendo la promesa de una estrategia de seguridad más civil, eficaz y sostenible.