Es común escuchar que parte de la solución de los problemas personales más frecuentes se encuentra en el brindar un mayor apoyo emocional a la persona que se haya en la situación difícil. Al oír esto, muchos entienden esto del dar apoyo emocional a alguien como el tratar de complacer en casi todo lo que se nos pide, comprarle cosas bonitas, pasar más tiempo con la persona que requiere el apoyo o con el decirle lo mucho que la queremos, pero cuando los psicólogos hablamos de apoyo emocional por lo general nos referimos a algo más básico, que poco tiene que ver con el dinero o las palabras en sí mismas, hablamos del contacto emocional en su forma más original y nutritiva.

Al hablar de apoyo emocional nos referimos a entrar en contacto con las emociones básicas que nos definen como individuos y como miembros de la especie humana, es decir, a aquel tipo de relaciones más simples que se originan en el interior de las familias, grupos tribales o clanes y que deberían mantenerse o ampliarse en agrupaciones sociales más grandes o complejas.


Contrariamente a lo que debiera ser la evolución de nuestra especie, no se ha llegado a consolidar la base emocional del desarrollo de las relaciones humanas; en la mayoría de las sociedades modernas predominan la “monetarización” de las relaciones, metas y valores, la sobrepoblación, el sub empleo y la crisis de la familia como institución; hoy es común poner más atención a las necesidades creadas por el sistema socio económico que atender a las necesidades emocionales fundamentales.

Se ha deteriorado la habilidad de comunicarse emocionalmente de una manera efectiva al interior de la familia, se han desnaturalizado las maneras de relacionarnos, dando lugar a la angustia, el dolor y vacío existencial de uno o más miembros al interior de la familia.

Resulta conveniente entonces el revisar las bases emocionales de las relaciones y de la comunicación efectiva: Muchos han olvidado que las emociones están presentes desde el momento del nacimiento, incluso antes. No necesitan ser aprendidas y se hallan muy relacionadas a la supervivencia del individuo y la especie. Así encontramos como emociones básicas individuales al miedo, la ira, el impulso sexual y el gozo. También existirían ciertas necesidades emocionales colectivas vinculadas igualmente a la supervivencia, cuya satisfacción o insatisfacción provocaría respuestas emocionales primarias como el miedo u otras en las que se hallan presentes la experiencia y la interacción social como la ansiedad, las fobias o las somatizaciones. Entre estas necesidades están la de pertenencia o inclusión en una familia, grupo o clan, la de sentirnos protegidos, aceptados, la de alcanzar reconocimiento o prestigio, etc. Estas necesidades están presentes desde el nacimiento y de su satisfacción depende la supervivencia física del individuo en la primera etapa de su vida, manifestándose con mucha fuerza nuevamente en la adolescencia y en las etapas críticas del desarrollo del individuo.

Es fácil apreciar como se hallan presentes no sólo en los humanos sino también en la mayoría de los mamíferos. El estudio del comportamiento animal ha descubierto que es indispensable para los mamíferos superiores jóvenes el pertenecer a un grupo, lo cual se expresaría a través del recibir la aceptación del macho dominante de la manada, así como la aprobación de la hembra dominante en otros casos. Esto implica para el joven el ajustarse a las reglas establecidas por los de mayor jerarquía, el quebrar estas reglas u orden dentro del grupo equivalen a ser aislado, convertirse en un marginal, ser rechazado y eventualmente ser eliminado. Por ello, en la mayoría de los mamíferos se puede hallar muy arraigada, de una manera casi instintiva la búsqueda de la aceptación y protección de su grupo de referencia, lo cual se expresa a través de la aceptación de la Pareja Alfa o pareja dominante del grupo o manada.

En los humanos ocurre algo similar, tenemos la tendencia innata de buscar aceptación y protección de nuestra familia en la niñez, del grupo escolar en el colegio, en el grupo de jóvenes durante la adolescencia y así continuamos alternando o cambiando de grupo de referencia en las distintas etapas de la vida.

A veces se pueden apreciar etapas de “rebeldía” frente a “la autoridad”, por lo general esta no es una rebeldía absoluta, sino frente una persona o grupo en particular, en determinado momento pues la persona en su interior estará tomando otro grupo y otra persona como referencia o autoridad. También se da con frecuencia debido a la dificultad que tiene el sujeto para alcanzar la aceptación de la figura de autoridad, al no alcanzar su aceptación y benevolencia asume una actitud de resentimiento y rebeldía. Sin embargo, en todo momento estará presente la necesidad de aceptación o pertenencia al grupo. Esa necesidad está en el interior de cada persona haciendo posible la reconciliación y el desarrollo social.

Entonces, cuando se habla de necesidades básicas o fundamentales, en los mamíferos superiores, no sólo nos referimos a la necesidad de comida, sueño, refugio, etc. de naturaleza biológica e individual, sino también a aquellas en las que presencia y aceptación de otros resulta fundamental para el desarrollo, bienestar y eventualmente la supervivencia.

Cuando alguien entra en crisis o en una situación en la que peligra su supervivencia es por que ha perdido el camino que le conducía a la satisfacción de sus necesidades fundamentales, es decir, no logra tomar conciencia y control de sus propias emociones y no consigue comunicarse emocionalmente con los demás de una manera eficaz.

Si bien las emociones son respuestas automáticas y no requieren de aprendizaje, la manera como expresamos nuestras emociones y el uso que hacemos de ellas son aprendidas y moldeadas en la familia. La madre es la primera y principal fuente de aprendizaje y moldeamiento de expresión de las emociones.

La expresión de las emociones inicialmente es directa, no verbal y ajena a los aprendizajes: el bebe ríe, llora, grita como respuesta emocional a lo que siente. Esta pureza y correspondencia exacta de la expresión y la emoción se va modificando de acuerdo a la relación que se establece con la madre. Así algunas madres ayudan a mantener la correspondencia entre lo que siente el niño y sus comunicaciones, asi como otras “enseñan” a sus niños a llorar, gritar o reír no como una respuesta natural a un estado interior, sino como un recurso comunicacional más que le ayuda a conseguir lo que quiere el niño, aunque esto sea un capricho completamente superfluo.

Cuando aparece la figura del padre en la vida del niño, por lo general lo hace como la figura de autoridad que lo acepta como su hijo (a), provee lo necesario para la familia y protege de los peligros del medio. Esta relación se establece en base comunicaciones táctiles, gestuales y sonoras. El niño se sabe aceptado o rechazado sin necesidad de mediar palabra. Luego, con la aparición del lenguaje esta relación se enriquece y se define mejor, o por el contrario, se complica y se puede convertir en fuente de frustración y rebeldía.

En todo caso existirá la necesidad de aceptación y filiación en el sujeto y la primera fuente de satisfacción de las mismas estará en los padres, en ambos y cada uno de ellos. Si esta necesidad no es atendida convenientemente difícilmente se alcanzará un desarrollo adecuado.

La cultura popular nos habla del amor incondicional de la madre, de la aceptación y autoridad que ejerce el padre para la regulación de la conducta del niño o del joven. Sin embargo en la realidad todos tenemos la necesidad de experimentar amor, aceptación, autoridad, orientación, protección de ambos padres.

La primera y principal fuente de apoyo emocional son los padres, ambos. De su habilidad para transmitir su apoyo y favorecer el desarrollo emocional dependerá gran parte del crecimiento y bienestar que experimente el sujeto, asi como su capacidad de resistir las etapas críticas.

Cuando un psicoterapeuta o acompañante terapéutico da apoyo emocional a su cliente, lo que hace es aceptarlo incondicionalmente en su condición de ser humano. El cliente puede sentir la aceptación de su terapeuta, aunque al principio no pueda precisar la manera como se da.

No hay que confundir lo que es la aceptación a la persona con la aceptación o cuestionamiento de sus acciones. El cliente, como ser humano que desea mejorar su condición actual, es digno de toda aceptación y respeto. Lo que es motivo de revisión y replanteamiento son algunas actitudes y comportamientos que le hacen sufrir de alguna manera o que producen sufrimiento a otras personas.

En cierta manera esta aceptación se asemeja a la “misericordia” dentro de su acepción cristiana u oriental, es decir, como un absoluto respeto y aceptación de la búsqueda de la felicidad y por el derecho a buscarla. El cristianismo y el budismo coinciden como filosofías de vida en la aceptación y amor por la persona que busca ser feliz (en su comunión con la divinidad), reservando la orientación y cuestionamientos a la conducta de la persona en su búsqueda, mas no así por la persona misma, pues esta siempre es aceptada y amada.

Entonces cuando hablamos de dar apoyo emocional no se propone el aceptar la mala conducta, el sentir lástima o asumir una posición de superioridad. Sino el aceptar con un autentico respeto la humanidad de nuestro cliente, el acoger su Ser. Asi como con respeto por su búsqueda de la felicidad.

No puede existir apoyo emocional sin la auténtica aceptación de la persona.

La base de todo trabajo psicoterapéutico se inicia con la aceptación de la persona y con el respeto de la capacidad de decidir sobre su futuro. Se acepta al cliente, se le ayuda modificar aquellos aspectos de su proceder que se desea cambiar, se le orienta sobre las distintas opciones que tiene para elegir frente a una situación poco clara, se le acompaña en la revisión de sus experiencias y la forma de valorar las mismas, se le cuestiona en algunas oportunidades, pero se respetan sus decisiones siempre.

El apoyo y acompañamiento emocional son la base del trabajo psicoterapéutico.

Podría parecer relativamente fácil el dar apoyo emocional adecuado, pero en la realidad no lo es. Basta remitirnos a lo comentado por Albert Ellis en el reciente seminario que dictó en la Universidad de Lima, en él refirió que “el 70% de la población norteamericana tiene serios trastornos emocionales”. Si bien la realidad de la familia en el Perú es diferente a la familia norteamericana y los niveles de desajuste emocional no son tan severos, igualmente constituye una imperiosa necesidad el poner mayor atención y cuidado a nuestra capacidad de reconocer y aceptar nuestras propias emociones, asi como a nuestra manera de manejar e interpretar nuestras respuestas emocionales. Lograr esta madurez emocional debería ser base de inicio de quien aspira a ser padre (madre) o a realizar el trabajo psicoterapéutico.

Es importante tener presente que nuestras emociones básicas nos acompañarán a lo largo de nuestra vida, algunas veces serán placenteras, otras serán realmente incómodas y es muy poco lo que podemos hacer para cambiar eso, pero sí podemos aprender a controlar la manera como expresamos nuestras emociones, podemos desarrollar nuestra capacidad de percibir y satisfacer las necesidades emocionales de quienes cuentan con nuestro apoyo.