El cáncer del desempleo es la peor de las enfermedades del actual modo de producción en medio de un capitalismo de barbarie donde prima más el poder del capitalismo financiero que el valor agregado bajo la rueca del capitalismo industrial.

Perfilados en la segunda década del siglo XXI duele constatar la existencia de empresarios mayormente  interesados en jugar en Bolsa que en sostener el ritmo del timón con los empleados subidos en el mismo barco.


Algo sucede con el código de ética de la empresa y del empresario, no muy bueno por cierto, cuando la fórmula de quitar  costos implica reducir plantilla, restar prestaciones, congelar sueldos y salarios y cada año el trabajador sufre por reivindicar sus derechos.

Algunos economistas justificarán que el acertijo en el mercado laboral es cuestión de oferta y demanda, y que el problema deriva de tanto millones de seres humanos en edad productiva pero desempleados y dispuestos a contratarse bajo cualquier condición. Demasiada oferta.

Es tanto como recordar los tiempos de cambio de finales del XIX y principios del XX cuando la Segunda  Revolución Industrial introdujo nuevas técnicas de producción tanto en el campo como en las fábricas y mucha gente  quedó sin empleo desplazada por la maravilla de las máquinas. Ese  desplazamiento de personas productivas provocó tal presión social y económica que en algunos países el fascismo encontró su caldo de cultivo al tiempo que el comunismo extendía para defender que el trabajador era dueño de los medios de producción.

No obstante, de aquel pasado, el aprendizaje parece no asimilarse quedándose en lo más naïf de la modernidad actual.             Tanto desempleo no es un buen augurio para ningún país menos cuando los jóvenes son los más afectados y me atrevo, a decir, que tenemos la mejor generación  de jóvenes profesionistas, con tantas herramientas tecnológicas a su alcance e incluso con la capacidad de dominar más de un idioma.

Sin embargo, cuesta encontrar sitio en el mundo laboral: la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte que este año tres millones de personas alrededor del mundo quedarán desempleadas sumándose así a la penosa lista de 200 millones de parados al cierre de 2011.

Cálculos más tenemos que, cada día que transcurra de este año,  8 mil 219.17 personas quedarán desempleadas en el mundo sin diferencia alguna entre países más industrializados o economías emergentes.

El calvario de encontrar un empleo digno, estable y bien remunerado se padece por igual en Estados Unidos, que en México, Brasil, Turquía, Japón, China y no se diga en Europa o en  países musulmanes donde la “primavera árabe” fue impulsada por jóvenes desempleados con la ambición de un cambio.

A COLACIÓN
Mientras se ejerce presión, gobernantes y empresarios, reprochan unos a otros la profundización del desequilibrio en el mercado laboral.            Desde la óptica del gobierno la culpa es del empresario figura que debería crear empleo; para el empresario, la  retórica señala al gobierno de ineficaz en sus políticas para favorecer contrataciones baratas y despidos de bajo impacto en las finanzas de la empresa.

En la mitad de la pugna están los sindicatos y la incapacidad de crear escenarios que, verdaderamente, contribuyan a fomentar empleos dignos, duraderos y bien remunerados como sino fuera de lógica pura que una persona con empleo es más estable, dedica dinero a consumir, comprar, posiblemente ahorrar y  quizá invertir.

Para algunos gobernantes la respuesta temporal radica en los minijobs, una modalidad que gana cada día más adeptos entre gobernantes y empresarios: en Alemania, la canciller Ángela Merkel, está convencida de sus resultados.

¿Qué son los minijobs? En esencia, contratos de  baja remuneración con un máximo de 15 horas de trabajo a la semana, el ingreso está libre de impuestos y el trabajador mantiene algunos derechos sociales como aportaciones a su pensión, acceso a los servicios públicos de salud, bajas por maternidad, enfermedad y vacaciones.

La idea es que cualquiera puede tener un minijob no importa la cualificación, tampoco si es el primer empleo o la reintroducción al mercado laboral pasados los 35 años.

En Europa, esta ola de “los cuatrocientos”, por los 400 euros mensuales que se paga por un minijob  amenaza con arrasar con muchos de los mileuristas supervivientes de la crisis y peor aún con extenderse como ejemplo de los empleos baratos hacia otros países.

P.D. Le invito a que opine del tema en mi blog http//claudialunapalencia.blogspot.com