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La neta es que nadie ha quedado contento con los planes de estabilización europea y los paquetes de ayuda europeos (es decir, alemanes)  para las economías en problemas de Grecia, Irlanda, Portugal y España. Tales medidas han sido calificadas como más de lo mismo por los mercados financieros: simplemente  no han tenido el efecto deseado. Dicho de otra forma: o haces una reforma integral del Tratado de Maastricht para tener coordinación fiscal entre las economías europeas, o devalúas el valor del euro, o disuelves el euro (y probablemente en ese proceso acabas con la Unión Europea). Ninguna de estas medidas se ha instrumentado – y el problema de insolvencia de las economías periféricas ahí sigue.

El elefante bailando en la mesa es el euro. Grecia necesita devaluar su moneda.  Es la única forma rápida de diluir los onerosos y frívolos contratos del sector público con sus trabajadores, y el paquete de bienestar social otorgado a la ligera que permite a muchos griegos retirarse con una buena jubilación siendo relativamente jóvenes. El problema está en que esa moneda que Grecia desesperadamente necesita devaluar es la misma que usan Alemania, Francia y el resto de la Eurozona. Una devaluación del euro implicaría arrasar con el valor real de los activos de muchos ciudadanos europeos que ni la deben ni la temen – y que van a acabar pagando por la irresponsabilidad de los burócratas de las economías periféricas.

En medio de esta crisis, Europa tiene una oportunidad interesante: quitarle el monopolio de emisión de moneda al banco central europeo, permitiendo la libre circulación del dólar, la libra, el yen, el yuan, el peso mexicano y cualquier otra moneda de países con los que Europa tenga relaciones comerciales.

De esta forma, los países más competitivos (Alemania, por ejemplo) estarían en mejor capacidad de atraer monedas duras distintas al euro que países menos competitivos (como Grecia y Portugal), que básicamente dependen de los Euros de los turistas europeos y de los fondos de ayuda de Bruselas (denominados en euros)  para mantener a flote sus economías. Los alemanes, más bancarizados y sofisticados, podrían convertir sus activos y obligaciones contractuales rápidamente a una canasta de monedas, tomar coberturas sobre el precio del euro y otras monedas, y capear el temporal más fácilmente.

Esta liberalización monetaria  implicaría de facto una decisión de la Unión Europea de permitir la devaluación del euro. Los contratos obesos de burócratas griegos se diluirían probablemente a la mitad o menos de su valor real actual. Ello le compraría tiempo a la Unión Europea y a la comunidad internacional para preparar reformas integrales que permitan que estas economías periféricas de la Eurozona tengan mejores condiciones de competitividad, mercados laborales más dinámicos, y mejores mecanismos de responsabilidad y transparencia asociados al monedero público.

Difícilmente esta liberalización monetaria se logrará sin esperar cierta abolición del papel moneda – y la virtualización de medios de pago a través del sistema bancario – de manera que cualquier sucursal de BBV en Madrid pueda abrir cuentas en euros, dólares, yenes o pesos. Si alguien pide efectivo, el banco puede entregar euros al tipo de cambio del día. Semejante cambio se puede operar solamente en una economía globalizada como la de hoy – los activos de Santander o BBVA no están denominados en euros, sino en una canasta de monedas. Si permitimos a los agentes económicos europeos la misma diversificación, la cotización y aparente sobrevaluación del euro se corregirá rápidamente.

Habrá quien ponga el grito en el cielo por lo que implica en términos de destrucción de controles de lavado de dinero la posibilidad de que el dólar circule en efectivo en Europa. Primero, tendríamos que decir que por eso es muy importante que este cambio se opere a través del sector bancario, y segundo, que finalmente estos controles de lavado de dinero han probado ser altamente ineficaces. El problema no es la circulación de dólares; es la circulación de efectivo.

Hoy en Europa central se cuenta este chiste cruel: Si van a una cantina  un griego, un español y un portugués, acaba pagando la cuenta un alemán. Es importante alinear los incentivos de manera correcta, porque los alemanes, por más competitivos que sean, no pueden sostener la ineficiencia de las economías periféricas. Europa se está convirtiendo en un hoyo negro para el sistema financiero internacional – y es importante evitar una crisis por allá que profundice la desaceleración de la economía del mundo.

Desafortunadamente, Europa se está moviendo muy lento en estos temas. La euro-burocracia se está tomando demasiado tiempo para resolver estas cuestiones. Dudo que la señora Merkel, francamente, me haga caso. Mucho menos sus colegas en Bruselas a quienes no les corre la menor prisa.

Epílogo: por razones diferentes, México debería pensar en liberalizar las transacciones en monedas distintas al peso mexicano, siempre que estén confinadas a la intermediación del sistema financiero. Ya muchos compromisos comerciales en nuestro país se pactan en dólares. ¿No valdría la pena permitir también a las personas físicas mantener saldos reales en esa moneda a través del sistema bancario? Hoy la posibilidad se limita a las empresas. ¿No valdría la pena que pudiéramos todos tener cuentas denominadas en un abanico de monedas?

Al final del día, el valor del dinero fiduciario (vaya, del papel moneda y sus equivalentes) es un reflejo de la confianza de los agentes económicos en los gobiernos nacionales que emiten cada moneda. Permitamos a los mexicanos apostarle a las reglas monetarias de países con los que ya comerciamos de manera fluida – no solamente a nuestro propio gobierno y sistema financiero. Nuestras autoridades monetarias y fiscales hecho un muy buen trabajo en los últimos años, pero el monopolio local de la moneda restringe las libertades económicas.