Cuenta Jenofonte que un día Sócrates paseaba por un mercado de Atenas junto a uno de sus discípulos. El maestro contemplaba con gran interés la variedad de mercadería que allí se ofrecía: joyas, telas, perfumes, cerámicas, dulces y licores. Después, se detuvo y le comentó a su compañero: ‘Ciertamente, no sabía que existieran tantas cosas que no necesito para nada…’. ¿Qué necesitamos realmente para vivir?

Una vez, se le hizo esa pregunta a un náufrago, rescatado después de haber pasado varios días en una balsa a la deriva, y contestó sin dudarlo: “Solamente unos sorbos de agua dulce…” En nuestra sociedad consumista, derrochona y amante del placer inmediato, cada día hay más gente que se hace esta pregunta: “¿Necesito realmente todo lo que compro, todo lo que poseo, todo lo que deseo poseer, todo lo que la publicidad me dice que debo poseer?”

Hay quienes se han rebelado contra este sistema de vida tan acelerado, complicado, estresante, compulsivo e insatisfactorio que llevamos. Son los seguidores de la Simplicidad Voluntaria (o Downshifting) , que abogan por eliminar todo lo superfluo e innecesario de sus vidas, para liberar tiempo y recursos, para vivir una vida más consciente, libre y plena.

En su libro Voluntary Simplicity, Duane Elgin basa este movimiento en la filosofía estoica, en Epícteto exactamente. Y nos recuerda que la vida austera y frugal había sido ya propuesta como modelo de sabiduría hace más de 2.000 años por Lao Tse, Platón, Aristóteles, Jesús y el budismo zen.

El movimiento de Simplicidad Voluntaria propone abandonar la idea de que para tener calidad de vida hay que acumular dinero, posesiones materiales y prestigio personal.

Al contrario, la fórmula consistiría en trabajar menos, querer menos y gastar menos. Reducir las actividades vitales a los elementos básicos, es decir, a las actividades o relaciones que realmente necesitamos o deseamos fervientemente. Y prescindir de todo lo que sobra. Vivir más ligeramente, dejando de lado todas aquellas distracciones que nos alejan de una verdadera calidad de vida.

Ellos consideran que el valor que damos al dinero, al estatus y a la competencia envenena nuestras relaciones personales. La vida feliz será imposible mientras no simplifiquemos nuestros hábitos y no moderemos nuestros deseos. Esta elección de la simplicidad inclina también hacia una forma de vida más natural, más respetuosa de la vida animal y de los ecosistemas.

Surgido al final de la década de los ochenta, este movimiento propone reducir tiempo de las labores para disfrutar más de nuestro entorno. Y así obtener más tiempo de ocio y de reflexión, de momentos compartidos con nuestros seres queridos.

Hay que trabajar menos horas para que trabajemos todos. Pero sobre todo, trabajar menos para vivir mejor. Esto es lo más importante y más subversivo.

Hoy está más cuestionado que nunca el postulado del neoliberalismo: un crecimiento económico ilimitado en un planeta de recursos limitados. Porque si todo el mundo viviera como un europeo harían falta 3,5 planetas Tierra para solventarlo. Y 5, si lo hiciera como un estadounidense… De ahí que ya se haya desechado la idea de ‘crecimiento sostenible’, dado que el crecimiento económico no es sostenible de modo alguno.

Por lo tanto, de la mano de la Simplicidad Voluntaria llega también la alternativa al capitalismo: la Teoría del Decrecimiento, surgida a comienzos de este siglo XXI.

Su ideólogo, el economista bretón Serge Latouche, profesor de la Universidad París-Sur, es un implacable crítico de la sociedad de consumo y de su cultura de usar y tirar.

Latouche sostiene que la única manera de frenar el deterioro del medioambiente, que amenaza seriamente el futuro de la humanidad, es vivir en una sociedad que produzca menos y consuma menos.

En su último libro, La sociedad de la abundancia frugal afirma: “Hay que trabajar menos para ganar más, porque cuanto más se trabaja, menos se gana. Es la ley del mercado. Si trabajas más, incrementas la oferta de trabajo, y como la demanda no aumenta, los salarios bajan. Cuanto más se trabaja, más se hace descender los salarios. Hay que trabajar menos horas para que trabajemos todos, pero sobre todo, trabajar menos para vivir mejor. Esto es más importante y más subversivo. Nos hemos convertido en enfermos, en drogodependientes del trabajo. ¿Y qué hace la gente cuando le reducen el tiempo de trabajo? Ver la tele, el veneno por excelencia, el vehículo para la colonización del imaginario”.

¿Cómo podemos interiorizar y poner en práctica cuanto antes una manera de vida más simple, aquí y ahora?

He aquí algunos ejemplos:

. Eliminar el exceso de posesiones y de actividades que produce desorden físico o mental.

. Limitar el consumo de bienes materiales a aquellos que realmente necesitamos.

. Trabajar en algo satisfactorio y creativo.

. Reciclar y compartir.

. Vivir de manera natural, compasiva hacia todos los seres vivos y solidaria con otros humanos.

. Ser autosuficientes en nuestras necesidades diarias y practicar el intercambio.

. Desplazarnos en transporte público, en bicicleta o andando.

. Tener una sola cuenta bancaria, una sola tarjeta de crédito y pagar siempre en efectivo.

. Hacerse socio de una biblioteca para no comprar, en lo posible, libros ni revistas.

. Reducir el estrés y la aceleración todo lo que se pueda.

. No llevar reloj, si uno no lo necesita.

Porque, como aconsejó el sabio Mahatma Gandhi, quien hilaba en la rueca el algodón para su propia ropa, para no ser más que el pobre más pobre de la India: “Necesitamos vivir simplemente para que otros, simplemente, puedan vivir”.