Sentir la tranquilidad en todo su sentido puede ser una forma de felicidad. De hecho, lo es. La tranquilidad tan apreciada, como necesaria en nuestras vidas, que nos deja evocar recuerdos, pensamientos, análisis y reflexiones. Esa tranquilidad que permite que veamos todo con su perspectiva idónea. Y cuando la encontramos, aunque sea por unos minutos, la sabemos reconocer. Puesto que nos hace sentir de una forma diferente. Nuestro estado de ánimo cambia, se convierte en otro. Sabemos que es el momento de relajarnos y dejar fluir todas nuestras emociones internas. Es el momento de dejar escapar el intelecto, el pensamiento en su más honda labor, ensanchar los caminos de nuestra vida y alimentarse de ello. Esos momentos de tranquilidad nos inspiran, nos relajan de tal forma que los apreciamos soberanamente. Y no es para menos. En los tiempos que vivimos, parece que la tranquilidad esté reñida con la vida, con nuestra vida.
Palabras como estrés, nerviosismo, aceleración, rapidez, inmediatez, se vuelcan en nuestras rutinas de una forma natural, y las aceptamos como buenas, aún a pesar de que sabemos que no son buenas compañeras de viaje. No está mal interpretar todo de otra forma, más pausada, más tranquila. Porque es ahí cuando reconocemos las verdades, con el tiempo suficiente y justo como para descubrir todos los detalles, sin dejarnos un espacio por investigar, cuando podemos notar los pros y los contras en su medida, sin errores, aceptándolos, examinándolos y tratando de corregirlos. Sin esa pausa necesaria todo se hace más complicado, de hecho, se hace casi imposible de analizar, y muchos menos de arreglar.
“La tranquilidad perfecta consiste en el buen orden de la mente, en tu propio reino.”
(Marco Aurelio)
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Y lo curioso es que, a pesar de que sabemos exactamente lo que nos ocurre, dejamos que nos envuelva, como si dentro de esa vorágine de confusión y desorientación estuviéramos a salvo. Quizá va más allá, y nuestro comportamiento y nuestro dejar hacer es una muestra de que preferimos no pensar demasiado, que preferimos que las cosas ocurran y que las olas nos empujen, sin el menor esfuerzo, que lo que ocurra ocurrirá porque debe hacerlo, porque si hemos adoptado una postura es debido a que las circunstancias han devenido así y ha sido ajeno a nuestra voluntad. Nos cuesta detenernos y pensar, parar todo por un instante y darle a los asuntos cotidianos y personales la importancia que merecen. Acaso porque sabemos de antemano que no son tareas fáciles ni sencillas de solucionar, sabemos que una vez que nos adentremos en los entresijos de los problemas necesitaremos tiempo, bastante tiempo para sacar conclusiones. Y decimos como excusa que carecemos de ese tiempo.
Pero gracias a la ansiada tranquilidad podemos alcanzar la paz suficiente, tanto a nivel personal como social, un equilibrio mental y físico que nos relaje lo necesario para meditar de otra forma. A partir de ahí, el nerviosismo o la inquietud parecerán lejanas y nuestro interior podrá corregir todos sus desequilibrios. Nos llenamos la boca de que deseamos la paz en todas sus formas, y no la ponemos sobre la mesa, preferimos la discusión, la no comunicación, los argumentos vacíos, las reacciones no meditadas, las formas más inverosímiles que no sirven para solucionar, añadimos problemas, quejas y reclamos, sin pensar en cambiar la perspectiva, no dejamos que la tranquilidad nos invada de cualquier forma para sentirnos mejor. A pesar de que sabemos que así será.
Alcanzar la tranquilidad externa nos permitirá más fácilmente conseguir la tranquilidad interior. Y gracias a ella podremos renegociar nuestras preocupaciones, pero con la paciencia necesaria, reflexionando tanto como necesitemos, sacando conclusiones que nos sirvan en el futuro, analizando los errores y los aciertos. Una tranquilidad interior nos hará crecer, nos permitirá elevarnos por encima de las nubes que nos cubren y veremos todo desde otra perspectiva, necesaria para solventar obstáculos. Hay gente muy dada a la búsqueda de su paz interior, de su otro yo. Y esa búsqueda provoca conocimiento. Otra gente prefiere seguir acumulando excusas, esperando, perdiendo el tiempo en asuntos que no le interesan, otorgando importancia a temas que no le van a servir para nada, olvidando lo importante. Hay gente que sabe apreciar la
La tranquilidad nos depara un mundo de sensaciones, nos abre la ventana a un espacio diferente, lleno de emociones y de sorpresas, donde es posible encontrar respuestas, donde es posible contemplar situaciones que no hubiéramos imaginado jamás. Porque la tranquilidad depara acontecimientos que benefician nuestra salud y nuestro estado de ánimo. La mente y el cuerpo unidos en una paz que no es idílica, ni ficticia, ocurre y a veces debemos provocarla. De nada sirve lamentarnos todo el tiempo. Debemos buscar esos lugares y esos momentos en que nos sentimos bien, tanto con nuestro entorno como con nosotros mismos. No cerremos puertas a la tranquilidad puesto que a la larga nos ofrecerá mucho. Quién se negaría a ello…
“Recuerda que cuanto más nerviosa esta la gente, más provechoso es sentirte tranquilo.”