Quien más quien menos ha sentido alguna vez la necesidad de aceptación y de reconocimiento. Los seres humanos somos seres sociales y, eso, significa que nos gusta estar rodeados de otras personas a quienes apreciamos, respetamos y profesamos cariño.
La necesidad de aceptación es parte de nuestra autoestima. Si nos sentimos integrados y reconocidos nos sentiremos más seguros y, por tanto, con más valor percibido lo que redundará en nuestro autoconcepto y autoestima.
La necesidad de aceptación es sentirse incluidos e integrados dentro de un grupo y evitar el aislamiento y la soledad.
El hecho de vivir en una sociedad significa formar parte de ella lo que supone aceptación y reconocimiento del resto de las personas que componen esa sociedad o ese grupo. Especialmente, cuando aparece un nuevo integrante la necesidad de aceptación se acentúa. No sólo para quien llega nuevo sino también para los que ya forman parte de ese entorno social.
Llegar a un grupo o a un lugar nuevo supone que nadie nos conoce y las primeras impresiones son las que predominan con lo que nos sometemos a la presión de crear una imagen favorable para que nuestra posterior integración sea más fácil.
Pero, por otro lado, quienes reciben a un nuevo integrante también sienten esa necesidad de aceptación porque su entorno se puede tambalear o pueden resultar excluidos ante la llegada de un nuevo componente.
La aceptación es sentirse identificados con la sociedad a la que pertenecemos y con el grupo de personas que nos rodea. Somos alguien con un papel que se nos atribuye en función de nuestra personalidad y nuestra manera de comportarnos. Así, la apreciación que se hará de nosotros será más o menos positiva en función de estos elementos.
Además, existe otro tipo de necesidad de aceptación que sienten algunas personas con una autoestima frágil. Son personas dependientes de los demás. Su autoestima se construye sólo mediante los juicios que hacen de ellas las otras personas. No tienen seguridad en sí mismas y temen profundamente ser rechazadas. Al depender constantemente de evaluaciones externas, no pueden formarse un autoconcepto propio puesto que siempre existen opiniones a favor y en contra de cualquiera de nosotros.
Quienes tienen esta necesidad de aceptación tan exacerbada se comportan de manera variable y siempre buscando el reconocimiento y la aprobación de la mayoría de las personas que les rodean. Se deshacen en favores hacia los demás para recibir halagos y se convierten en personas serviciales dispuestas a anteponer los deseos de los demás a los propios.
Son capaces de realizar actos en contra de su voluntad o con los que se sienten mal sólo por conseguir ese ansiado reconocimiento o evitar un posible rechazo. La sola idea de imaginar sentirse rechazados se considera algo terrible e inasumible por su parte. Anula su autoestima porque ésta fluctúa en función de las personas con las que se encuentran y los refuerzos sociales que reciben.
Inevitablemente, en ocasiones, se rompe el equilibrio entre las atenciones recibidas y la energía que invierten porque no se ven suficientemente recompensados. Ante esta situación, redoblan sus esfuerzos llegando a hacer grandes excesos tanto físicos como psicológicos que pueden acarrear problemas serios en cualquiera de los dos aspectos como pueden ser abuso de sustancias, traumatismos, lesiones musculares, ansiedad o depresión.
Si construimos una autoestima fuerte, basada en la seguridad en uno mismo, en los propios gustos y necesidades y dirigimos nuestras metas a conseguir nuestros propósitos dejaremos de ser esclavos de la valoración que pueda hacer de nosotros cualquier persona. Es importante saber reconocer la aceptación incondicional del entorno social al que pertenecemos sin miedo a la posibilidad de ser rechazados por personas que, a veces, ni siquiera llegamos a conocer.