La niña, 13 años de edad, llegó a mis brazos al bajarse del camión de la escuela.
-Abuelo, no quiero ir a la tardeada – me dijo sin levantar la vista.
-No, nena. Si no quieres ir, no hay problema- contesté.
-Es que estoy amenazada-.
-¡Cómo! ¿Quién te amenazó? –
-Ella me dijo que si iba, me cortaría las venas con un cuchillo. Me odia tanto que no sé ya qué hacer – agregó entre lágrimas – y todas se rieron. Estaban alegres de que algo me sucediera-.
-A ver. De quién me hablas y por qué dijo eso- inquirí.
-¡Mira mi celular! – me dijo – También aquí hay amenazas, pero lo que aquí dice no lo entiendo – sollozaba.
El texto era una retahíla de insultos y procacidades en las que se mencionaba a la mamá de la niña.
Tomé el celular y averigüé el origen del texto.
-Esto no es de una niña. Es de un muchacho – le dije.
– Todos están igual, abuelo. Ya no quiero ir a esa escuela. Tengo miedo. Me quiero quedar en la casa para no seguir sufriendo – me dijo, angustiada.
– Pero hijita, tú tienes las mejores calificaciones de tu salón, eres muy bonita, todos te queremos mucho – le dije, tratando de consolarla, ocultando mi rabia.
Entramos a la casa y de inmediato tomé el teléfono. Llamé la directora de la escuela para concertar una cita.
Al día siguiente me recibió, luego de haberme hecho esperar más de hora y media.
-¿Qué se le ofrece? – me preguntó con frialdad.
Le informé de los acontecimientos del día anterior.
– Se nota que usted pertenece a una generación a punto de extinción. Usted no sabe lo que son estos niños – me dijo con una mueca sardónica y agregó- los papás nos avientan a los niños para que los eduquemos pero no saben la clase de cucarachas que han traído al mundo-.
-¡Óigame! No voy a tolerar que se exprese usted así de estas criaturas. Cucarachas tiene usted en el cerebro. ¿Cómo puede ser directora de esta escuela con esa mentalidad? – grité.
– Sí – contestó – aquí los chamacos insultan a los maestros, los tratan como sirvientes, se burlan de ellos, no les hacen caso – agregó – y creen que porque vienen de una casa de dinero se pueden permitir actuar de esa manera. Usted viene aquí con sus aires de justicia sin saber lo que nos pasa como responsables.
– ¡Vea esto! – le dije mostrándole el celular y el texto.
– Por favor, eso no es nada. Yo le puedo dar ejemplos que le darían un infarto – dijo, justificando.
– ¿Amenazar a una compañerita con cortarle las venas tampoco es nada, como usted dice? –
– ¡Ah! Ya sé de quién me habla usted. Esa niña es un problema y no lo hemos podido resolver- dijo, defendiéndose.
– ¿Ustedes no lo han podido resolver y es mi nieta la que tiene que sufrir las consecuencias? – protesté.
-Mire, señor. Tenemos tantos problemas con los niños, por un lado, y con los papás por el otro, que a veces me dan ganas de renunciar- me dijo, enojada – la semana pasada vino la mamá de un niño y me amenazó con exhibirme ante la Comunidad por un incidente que me sucedió antes de llegar a esta escuela- agregó. Además, ¿sabe usted cuántos casos de anorexia y bulimia hay entre mis alumnas? ¿Sabe usted cuántos casos de drogadicción manejamos en esta escuela? ¡No se puede con todo eso!-
– Pues si no puede usted con su trabajo, ¡renuncie! – le reclamé.
Salí de la oficina aturdido, ofendido, disgustado, pero en algún rincón de mi mente quedaba una duda: ¿En qué tendría razón justificable la directora?
Me propuse, como siguiente paso, hablar con los padres de la niña que amenazó a mi nieta. Por ningún medio logré comunicarme con ellos.
Decidí entonces hablar con los padres del muchacho que envió el texto por celular. “No se encuentran” – se me dijo – y no sabrían cuándo estarían disponibles.
Acudí a otros, con quienes que tengo más comunicación. Escuché diversas versiones, pero la mayoría de ellas eran “salidas de pie de banco”, inanes, que me parecieron poco serias, irresponsables.
Algunas rayando en la indiferencia; otras, simulando interés, sin ofrecer soluciones.
Llegué a casa. Derrumbado en mi sillón, inicié mis cavilaciones.
Recordé la fiesta que alguna vez relaté en esta página. Esa ocasión.
(Enero14/2011,”Tu Problema, Nuestro Problema “), narré lo acontecido y mis impresiones de una “fiesta” de nuestros muchachos. La respuesta de los lectores de ForoJudío fue abundante y enriquecedora. Hoy con pena veo que fue sólo una golondrina.
No puede evitarse la comparación, pero hay que ser realistas: estos tiempos no son los anteriores, y estoy de acuerdo, pero la sensatez paterna, el respeto (de un lado y otro), el interés por el desarrollo de los hijos ¿dónde quedaron?
Nuestros padres también trabajaron para sacar adelante a sus familias, y muchas veces con más dificultades –idioma, costumbres, etc. – que en la actualidad.
¿Estaremos tan embebidos en nuestros asuntos monetarios o en nuestro hedonismo que no queremos estorbos?
¿Creemos que dando dinero, auto o ropas vamos a subsanar nuestras deficiencias como padres? ¿Estamos descuidando nuestro vocabulario y nuestros argumentos frente a los muchachos?
¿Estamos protegiéndolos del agresivo medio en el que viven, con toda la influencia de factores externos –T.V., internet, apps, etc.) ?
¿Cuál es el ejemplo que debemos darles? ¿Cuál es la conducta que trataremos de imbuirles? No, no somos viejos, pero tampoco estamos dispuestos a dar la espalda a nuestro futuro y el de la Comunidad: las nuevas generaciones. Seguiremos predicando…¿en el desierto?