Decimos que hay que dar trascendencia al trabajo que hacemos, para significar que no se debe quedar simplemente en los resultados materiales, económicos o intelectuales, porque pensamos que ese algo tiene que ir más allá, debe estar dotado de una significación, de un sentido que supera todas aquellas significaciones.

Cuando algo trasciende es porque va más allá de nosotros mismos. Podemos hablar de trascendencia en el conocimiento o en el querer, precisamente porque no se quedan en el sujeto que conoce o que quiere, sino que se dirigen a lo que está fuera de él, a las cosas o a las otras personas.

También se habla de conceptos trascendentales, propios de todo ser, como la verdad, la belleza y la bondad porque trascienden a un ser en concreto y se pueden aplicar a todos.

Algunos ejemplos

La trascendencia es dimensión de la vida humana, pero no se reduce a ella. Una forma de experimentarla es, por ejemplo, la vivencia del dolor. No lo sabemos explicar claramente, pero lo sentimos profundamente.

La muerte es como una categoría suprema de la experiencia del dolor. Cuando alguien se muere, decía Unamuno, “se nos muere”, porque hay representa un desgarro de nuestro ser, sobre todo si se trata de una persona querida, que está en la esfera de nuestra intimidad. En la muerte, la trascendencia llama a nuestra puerta de una manera muy especial.

La trascendencia la aplicamos a cosas que se ocultan a nuestros ojos o a nuestra inteligencia, que no podemos comprender fácilmente. Que no son conocidas como la mayoría de las demás cosas, pues permanecen en cierto modo ocultas.

Como ocurre con la inmaterialidad que hay en el ser humano o con los deseos del corazón humano de superar las barreras del tiempo, de querer vivir siempre.

Como nos recuerda Alejandro Llano, se trata de un enigma propio del hombre, que se profundiza al advertir, con palabras de Aristóteles, que él es “en cierta medida todas las cosas”, de modo que no le resulta ajena ninguna de ellas porque está siempre abierto a la totalidad de los seres.

En él convergen la inmanencia (lo que está dentro de él, de su interioridad) y la trascendencia. Es decir, el anhelo de lo que el hombre quiere va más allá de los límites de su cuerpo y de su mente, va más allá incluso de su ser: “El hombre supera infinitamente al hombre” (Pascal).

Se trata de problemas que escapan a una visión simplista del ser del hombre, que nos permiten entrever que su ser tiene una característica peculiar: se plantea estas cosas.

Es el único ser que puede volver sobre sí mismo −conciencia− y comprender temas que están fuera del alcance de su corporalidad. Y explicarlos con base a un principio inmaterial o espiritual, en el que parece radicar esa capacidad de volver sobre sí mismo y de plantearse el sentido de la vida propia y de los demás.

Las personas se dan cuenta de que su ser no se agota en sí mismas, que ser persona es, de alguna manera, tender un puente al infinito.

Nos podemos plantear todos esos interrogantes porque somos libres y porque en nosotros hay algo que es inmaterial, que hace posible que soñemos y que busquemos la felicidad.

El primer nivel de la trascendencia es advertir que somos conscientes de la realidad que nos rodea, que la podemos conocer, y darnos cuenta de nuestra propia subjetividad, que es compleja y difícil. Desde ella advertimos no sólo las realidades materiales, sino lo demás: las otras personas y el mundo que construimos con ellas, la sociedad.

Este ya es otro nivel de la trascendencia que palpamos de una manera muy viva a través del diálogo con los demás. Y el tercer nivel es la aceptación de un otro absoluto, de Dios como causa y fin de la vida humana.

En estos “caminos para la superación personal” tomamos el sentido de la trascendencia en relación con el descubrimiento y aceptación de los otros, en la relación interpersonal, y en los vínculos sociales.

Después de haber examinado el ser, el hacer, el aprender y el emprender, nos toca recorrer el camino del trascender, en el que se ponen a prueba todas los demás aspectos. La trascendencia de Dios se plantea en el último capítulo.

El ser humano está hecho para buscar una plenitud que está en él, pero, a la vez, fuera de él. ¿De qué sirve haber recorrido los anteriores caminos si no alcanzamos una verdadera conciencia del significado de la trascendencia?

Por ejemplo, la familia, primer ámbito de realización personal y de trascendencia hacia los demás, es testigo de frecuentes problemas que tienen su origen en no saber compartir la vida con ellos.

Igualmente muchos problemas de inserción en la vida social provienen de no saber trascender el ámbito del yo, el egoísmo cerrado, para afirmar el nosotros de lo social.

La otra cara de la intimidad

La trascendencia es la dimensión más importante de la vida humana porque no somos solos, ni vivimos solos, ni nos salvamos o perdemos solos, ni somos para nosotros mismos y para nadie más.

La persona es un ser con los demás y para los demás.

La trascendencia tiene sus raíces en lo más profundo de la personalidad. Desde la edad más temprana hay que ayudar a descubrirla para que la persona sea consciente y la busque a lo largo de su vida.

Si no se trasciende, la vida se trivializa, pierde peso e incluso esa pérdida explica la violencia que se ejerce sobre ella y, en buena parte, la violación de los derechos humanos.

La trascendencia es la “apertura”, la otra cara de la intimidad , que es capacidad de la persona de volver sobre sí misma, de poseer un “ser interior”, una profundidad que le permite distinguirse conscientemente de los demás y tener su propio mundo.

Con otras palabras, es la riqueza interior propia de la persona que no se queda en sí misma, sino que se abre a los demás.

Podemos decir que esa intimidad, en un sentido, es afirmación de algo que permanece en mí (inmanencia), y en otro, es la afirmación de lo que sale desde mí hacia el otro (trascendencia), sin dejar de ser yo lo que soy, sin perder mi propia unidad.

La persona se posee a sí misma y, a la vez, entra en relación interpersonal en la medida en que percibe los otros como personas que tienen una intimidad que no puede desconocerse.

Son realmente otros fuera de mí y más allá de mí.

Este camino tiene tres vías principales: aprender a convivir, donde incluimos el aprender a ser amigo y a ser familia; aprender a participar, donde incluimos el aprender a ser buen ciudadano; y aprender a servir, en el que incluimos el aprender a ser solidario y a ser socialmente responsable.