Hay que ser paciente. No desesperar. No pretender que todo salga cuando queremos, ni cuando buscamos. Las cosas son sencillas. La vida va pasando y, en su transcurso, el vaivén de sensaciones, emociones, vivencias y experiencias no para en ningún momento. Si echamos la vista atrás nos daremos cuenta de todo lo vivido, de todo lo que una vez decidimos vivir. Porque en el destino de nuestras vidas todo depende de lo que decidamos. Somos dueños de nuestras acciones, aunque en determinados momentos dependamos más de las circunstancias que nos obligan a decidirlas. No hay más. El hecho de elegir implica una acción. Y esa acción se transformará en una vivencia. Puede ser buena o mala, pero será vivencia al fin y al cabo. Tenemos que saber que todo puede ocurrir y en cualquier momento. No es que tengamos que estar obsesionados y pendientes de cualquier situación, pero sí que debemos tener siempre conectada la antena de nuestras sensaciones para poder descubrir que algo está pasando. Si nos distraemos en el momento justo quizá luego será tarde y la oportunidad se desvanecerá.
Dicen que la suerte se busca y que no aparece de la nada. Muchos podrían estar en contra de ese argumento. Los momentos afortunados posiblemente son proporcionales a los momentos desafortunados. Es como una ley de probabilidades. Hoy estamos bien y mañana mal. Hoy nos sale todo bien y mañana no. Hoy nos sorprende una persona y mañana nos decepciona otra. Y así es la vida: una sucesión de situaciones, una multitud de caminos que van apareciendo y que debemos elegir. Los cruces en ese camino se multiplicarán y deberemos elegir siempre uno de ellos. NO podemos detenernos y esperar a que alguien nos indique la dirección a tomar, y quizá en una de esas direcciones estará la oportunidad que nunca imaginábamos. ¿Suerte? Sería muy simple pensar así. Quizá es simple intuición. Nos dejamos atrapar por señales. Y si las señales nos cautivan accedemos.
Las oportunidades se van presentando. Como bien se dice a menudo, hay trenes que de repente pasan. Así de simple. A veces somos capaces de darnos cuenta de eso, nos subimos a ellos y aprovechamos la ocasión. Pero la mayoría de las veces ni caemos en la cuenta de que el tren está pasando, y es pasado cierto tiempo, cuando despertamos de ese letargo personal en el que nos hallamos sumidos y reconocemos la equivocación. Pero las oportunidades traen consigo decisiones. Tenemos que decidir constantemente a todas las vicisitudes que vamos encontrando. En muchos casos analizamos la situación, vemos los pros y los contras, reflexionamos ante todas las posibilidades que observamos, tenemos tiempo necesario para tomar una decisión firme, adecuada y convencida. En otros muchos casos, nos toca decidir con muy poco tiempo para meditar sobre ello, tan sólo nos queda ese rápido momento de sucesión de imágenes en nuestra mente viendo lo que podría pasar, lo que podría ser, para finalmente tener que responder ante un acontecimiento determinado.
Sería absurdo decir que no se presentan oportunidades a lo largo de nuestra vida. Y en todos los ámbitos. Puesto que vivimos se nos suceden todo tipo de opciones donde elegir. Lo que a veces ocurre es que ni siquiera reconocemos una oportunidad. Decidimos hacer una cosa u otra, elegir una opción u otra sin prestar demasiada atención, y lo que ocurre después es la consecuencia de nuestra elección y decisión. Si el resultado es positivo suponemos que hemos aprovechado nuestra oportunidad, pero si sale mal lo calificamos como fracaso, tanto a la hora de elegir como de actuar. Se vea de una manera u otra, las oportunidades se siguen presentando día a día. Lógicamente, no habrá nadie que pueda decir que aprovechó todas las que se presentaron.
“La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”.
(Gabriel García Márquez)