“La religión es el opio del pueblo”, afirmaba Marx en el siglo XIX, aunque analizando la historia de los grandes conflictos que han ensangrentado al mundo podemos considerar que más que opio, producto que farmacológicamente causa sedación y analgesia, la religión mas bien puede compararse con una droga similar a las anfetaminas, fármacos que producen estimulación intensa, adicción y alteración importante de la conciencia y el estado de animo. Basta con ver el actuar y el decir de un acelerado fundamentalista religioso para corroborar lo anterior. Son individuos convencidos de tener a Dios de su lado, lo cual justifica absolutamente todo lo que digan o hagan, así sean las mayores atrocidades concebibles.
Si nos atenemos a la definición de “fanático”, esa que nos dice que se trata de un individuo que defiende con apasionamiento desmedido una creencia u opinión religiosa, tenemos que aceptar que el fanatismo, en la actualidad, tiene una importancia definitiva en esa región denominada “Oriente próximo”, área donde se localiza Irak, Israel, Siria, Gaza, Jordania etc. o sea, precisamente en donde suceden actualmente los mas sangrientos conflictos.
Terrorismo es, básicamente, el intento de dominación por medio del terror, utilizando una serie de actos violentos que persiguen la destrucción de un orden establecido. Y es precisamente el terrorismo el medio que el fanatismo religioso ha decidido usar para lograr sus fines.
El terrorismo, ahora y desde hace decenios, es motivo de primeras planas mundiales, enluta familias y pueblos y exhibe, sin dar lugar a ninguna duda, que su mejor argumento es el asesinato, aún al precio de la autoinmolación.
Para entender mejor al fanatismo religioso hay que recordar dos aspectos básicos que determinan el actuar de un terrorista con motivaciones religiosas, uno es el Fundamentalismo, que es el caso de una persona o grupo que adopta una versión exclusiva de la verdad, que hace ver al mundo, fuera de su círculo, como enemigo. El fundamentalismo se manifiesta esencialmente como una intolerancia e intransigencia a la opinión, modo de vida o cultura de los demás; el fundamentalista no razona, no dialoga, no evalúa; exige sumisión a “su verdad”.
El otro aspecto que se debe tener en cuenta para entender el mecanismo mental de un fanático religioso es que se trata de una persona obsesionada por un pensamiento concreto, por un objetivo que trata de hacer realidad a toda costa. El fanático de ninguna manera puede pensar como un demócrata, pues considera que solo los que son como él han visto la “Verdad”.
Es característica del fanático la obstinación, la enérgica e inconmovible persistencia en su actitud decidida. Es típico del fanático descartar el diálogo por considerarlo un elemento absolutamente inútil, porque el fanático ha renunciado al ideal de que su empresa y las convicciones peculiares que lo guían puedan ser comprendidas y aceptadas pacíficamente por la comunidad; su discurso público se apoya sobre dogmas y no sobre razones.
La violencia terrorista tiene como objetivo final provocar miedo, terror y aturdimiento de un sector de la población. El objetivo del acto terrorista no es tanto la víctima como el entorno social, a quien quiere hacer llegar un golpe emocional doloroso.
Se trata, por tanto, de una violencia destinada a impactar; detrás de los individuos implicados en el acto criminal existe una organización jerarquizada; la violencia del terror se planifica y realiza con una frialdad narcisista y deshumanizada.
El terrorista está poseído por un fanatismo ciego, saturado de odio, y muestra una serenidad pasmosa que le conduce a ejecutar su crimen como si se tratara de una obra de arte (las recientes decapitaciones de periodistas) En estos momentos la mente del criminal goza pensando que van a contemplar su sangriento espectáculo. Juega con las vidas humanas para impresionar y aterrorizar a los forzados espectadores. No tienen ningún atenuante pues ni siquiera les cabe la excusa de los violentos, ya que no actúan impulsivamente, sino fría y calculadamente.
En México, hasta el momento, no hemos padecido nunca los horrores del terrorismo a gran escala, salvo casos aislados, como el ocasionado en los 70s por pequeños grupos de violentos fanáticos de la izquierda más obtusa, torpe y sanguinaria, pero eso no quiere decir que estamos totalmente libres y a salvo de semejante amenaza. Vivimos en un mundo globalizado y hemos tenido suerte, pero la suerte no es eterna.