La música envuelve vivencias emocionales y la respuesta hacia ellas, una suerte de conocimiento interno y experiencia. Dentro de las diferentes corrientes, la música del Impresionismo se caracterizó por una escritura no lineal en el tiempo, sino como una sucesión de impresiones vertidas en notas y ritmos sensitivos.
En esta corriente lo importante es la sonoridad de cada acorde, independientemente de las disonancias de los choques con los demás acordes, empleándose incluso escalas orientales y exóticas. Deja en los oyentes libertad para captar nuevas sensaciones, destacándose la utilización de formas libres con instrumentos concretos (fagot, clarinete, trompeta, flauta y piano).
Particular admiración me merece Lucia Álvarez, quien presentó su libro “La música, el Dionisos vivo” la cual en su faceta de musicóloga, nos deleita con un capítulo dedicado al efecto de la música en la sociedad, donde el Impresionismo detonó mis emociones.
En la época de la Comuna de París, su manifiesto apuntó a la inestabilidad de la clase conservadora, recibiéndose también ricos aportes científicos y técnicos detonadores de modificaciones en las modas, así como los criterios estéticos. La transición se manifestó esencialmente en la pintura cuyos criterios transformadores permearon en la música y la poesía potenciando la articulación de cuatro vertientes culturales: pintura, poesía, música y danza.
Recuérdese la denostativa denominación de ese movimiento libre de los rigores académicos; el Impresionismo derivación peyorativa de un cuadro de Claude Monet llamado Impression Solei Levant, “Impresión del Sol Naciente” denominando a esta corriente artística impresionistas. El movimiento se caracterizó por la libre expresión de los artistas causando escándalo entre el público y los críticos.
En la música, Claude Debussy crea composiciones con ritmos libres y la ausencia de acentuación regular dando la sensación de un constante fluir, expresión caracterizada centralmente con La Siesta de un Fauno, basada en el poema del escritor Stéphanne Mallarmé quien junto con Charles Baudelaire encabezan el iImpresionismo poético.
Forma parte del movimiento Maurice Ravel quién aporta nuevos hallazgos musicales revolucionando la música para piano y orquesta, siendo un perfeccionista formal, humano y expresivo quién en su Bolero se basó en sólo 16 compases.
El desenvolvimiento del Impresionismo musical se expande en Francia con Albert Roussel (Evocaciones) y Paul Dukas (Aprendiz de Brujo) pasando a Italia con Ottorino Respighi (Los Pinos de Roma) y a España con Manuel de Falla (Noches en los Jardines de España).
Son seis las características del Impresionismo musical desplazadas sin ataduras: melodía, ritmo, armonía, cadencia, timbre y forma. Reconociendo cinco características “estéticas”: misticismo, sensualidad, influencias diversas, ampliación armónica y refinamiento orquestal. Culturalmente en México nos sentimos apegados a la corriente musical Impresionista Española, reconociendo el valor de Isaac Albéniz (Suite Iberia), Joaquín Turina (Danzas Fantásticas para Orquesta) y por supuesto Manuel de Falla (El Sombrero de Tres Picos).
De la articulación impresionista, a partir del Bolero de Ravel se influencia en la danza cuando el empresario Serguéi Diaghilev coreografió la versión en ballet “El preludio a la Siesta de un Fauno” interpretada por el bailarín ruso Vaslab Nijinski, a mi gusto el más grande sobre Rudolf Nureyev y Baryshnikov.
La música perdura en el tiempo y nos deja una lección de historia y un conocimiento de las circunstancias de una época, hoy señalada en el Impresionismo, un movimiento rebelde, creativo, desapegado de los rigores academisistas y de libre expresión.