Los conoces. Están ahí. Sabes quiénes son. Los conocemos. Están por todas partes. Y cada día descubrimos a uno nuevo. Son profesionales de los problemas. O, mejor dicho, profesionales en crear problemas.
Los hacen aparecer por aquí y por allá, y también por donde asoman la cabeza. Y si no los pueden encontrar, los fabrican. Son personajes que hacen de situaciones simples tremendas complicaciones. Los conocemos muy bien porque se multiplican con demasiada facilidad. Muchos dicen que los políticos son una buena muestra de ello, pero lo cierto es que los podemos distinguir a nuestro alrededor cada día y, lamentablemente, pertenecen a toda clase de oficios y especialidades. De hecho, no hay una clasificación clara al respecto.
Muchos son tan conocidos en su ambiente que hasta sus conocidos se ríen de ellos muy a menudo. Son una especie que nunca se extinguirá puesto que su actividad parece poseer verdadera adicción.
Que tenemos problemas lo sabemos todos. No es un secreto. Es una realidad. Lo que pasa es que no todos los problemas son tan importantes, ni esenciales ni básicos. Muy al contrario, muchos de los problemas son nimios, superficiales y carentes de importancia, pero los culpables de hacerlos evidentes y protagonistas somos simplemente nosotros mismos. Pero muchas personas logran, gracias a su astucia, perseverancia, oficio y constancia, que esos pequeños problemas sin importancia sean conocidos por todo su entorno y lleguen a ser tan importantes e impactantes como para que el resto de lo que ocurre en el mundo carezca por completo de sentido. Lo cierto es que tampoco debemos angustiarnos por los problemas. Son unos baches en el camino, nada más. Ni nos van a deprimir ni a amenazar, acaso lograrán detenernos en un tramo del camino, pero seguramente nos ayudarán a ser cada vez más eficientes y eficaces a la hora de solventarlos, pero llegar a desanimarse por tener problemas es de necios. Como también sería de ignorantes pretender no tener nunca problemas. Los problemas van asociados a la vida. Hechos que nos obligan a procurar soluciones. Y como dice el dicho: ‘Problema grande, solución grande’. O como se dice también muy a menudo: ‘Si el problema tiene solución no te preocupes, y si no la tiene tampoco te preocupes’.
‘Una nación permanece fuerte mientras se preocupa de sus problemas reales, y comienza su decadencia cuando puede ocuparse de los detalles accesorios’
(Arnold Toynbee)
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Detectamos a esa clase de gente capacitada para crear problemas casi al instante. De cualquier detalle, circunstancia o vicisitud crean un problema con una rapidez inaudita. Y tal como lo cuentan, pareciera como si ese último problema fuese el más importante de todos. Es como si la situación de quedarse sin problemas provocara la ausencia automática y definitiva de argumentos para sobrevivir. Gracias a ellos continúan respirando. Son auténticas máquinas de imaginación al servicio de su propio protagonismo. Porque no nos engañemos, una de las razones importantes de estas personas para no detener la práctica de su vicio no es otra que ser el centro de atención en el momento mismo en el que comienzan a contar a todos sus allegados sus temidos ‘problemas’. Lo que ocurre es que con estos sucesos se repite la historia tantas veces mentada, y es que si se repite muchas veces una cantinela la gente deja automáticamente de escucharla. En este caso, la mayoría de la gente que escucha los problemas de los ‘profesionales’ activan su piloto automático y cesan de escuchar la retahíla de acontecimientos que les cuentan.
‘La mayor parte de los problemas del mundo se deben a la gente que quiere ser importante’
(T.S. Eliot)
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Los adictos a los problemas suponen una importante parte de la sociedad y deberíamos tener cuidado con ellos. Contagian sensaciones y, lo que es peor, siempre son el centro de atención, sobre todo de personas empáticas que creen que sólo escuchándoles ya les ayudan, cuando lo único que desean es terminar de contar uno de sus problemas para comenzar a contar uno nuevo. Personas que den soluciones son las que importan y las necesarias. Personas positivas o, al menos, interesadas en arreglar los asuntos, más que en complicarlos todavía más, o simplemente contarlos y contarlos sin sacar nada en claro. Todas esas personas que se dedican a dar el coñazo alrededor de sus problemas no sirven, no ayudan y, además, nos perjudican. Son seres pesimistas, angustiados, y amargados. La actitud que tomemos ante esta lacra social es personal e intransferible, pero antes de quejarnos de su existencia deberíamos aprender a combatirlos, más que nada porque el tiempo es valioso aunque muchos no se hayan dado cuenta todavía. La parte buena de este asunto, si es que la hay, es que una vez que conocemos a alguien, detectamos enseguida si va arrastrando el saco de problemas a su espalda o va más ligero de equipaje. Lógicamente, al principio alguno de ellos tendremos que aguantar, pero podemos ser capaces de evitar los siguientes. Empatizar, compartir e intercambiar vidas, pensamientos, sucesos y experiencias no quiere decir que haya que soportar obligatoriamente a esta clase de personas que se dedican sistemáticamente a contar problemas, a buscarlos y a desarrollarlos como forma de vida.