A veces uno quisiera disfrutar de los campos y los valles, de los horizontes claros y de las fuentes cristalinas, de los senderos con olor a vida y de los surcos del tiempo que llenan los días de pensamientos, pero el ambiente no es propicio para los hermosos ensueños. Todo parece estar en crisis, todo menos el comercio que mata, que destruye vidas, que aniquila. Sin duda, tenemos que proteger mucho más las diversas existencias: la silvestre, la marina, la humana, la que da cuerpo a la poesía y rubrica el alma de los amaneceres. Realmente, todos estamos llamados a ponernos al servicio de lo armónico y a cooperar en la edificación de los días. Tenemos que huir de las comercializaciones de personas, de los abecedarios adormecedores y adoctrinadores, de los ambientes que oprimen hasta cortarnos el aliento. Apenas somos dueños de nuestra propia vida. Hemos de adquirir nuevos hábitos que nos permitan ser nosotros mismos, aunque entonemos una canción triste, desgarradora, lo importante es conquistar la libertad que nos mana del corazón y observar que el amor más grande germina de los latidos más sencillos.
Necesitamos, pues, reconciliarnos para poder recrearnos de lo que nos rodea. Ha llegado el momento de tomar una actitud de colaboración con lo auténtico. Anoche me encontré con un pintor ilustrando sueños. A dos pasos, otro joven, sembraba de miradas alegres el paseo, enhebrando versos al aire. En ambos está naciente el alma creativa, la tarea de ser artífice de otros horizontes. Son sembradores de concordia, y lo hacían no sólo cautivándose ellos mismos, sino también mirando hacia todos los viandantes con ojos capaces de sacarnos una sonrisa. Si es posible, -me dice el pintor andante-, debemos hacer reír hasta los adoquines. Uno medita con el color y otro reflexiona con el sueño de avanzar humanamente. Sin su arte, todo sería más monótono y aburrido. El ser humano tiene, para saber orientarse que cultivar el raciocinio, pero también las habilidades. Uno tiene que conducirse de la mano del entusiasmo, y pensar, que cuando se aviva el encuentro de sensibilidades, lo armónico brilla luminoso para todos.
Admiro a las personas creativas. Ellas son realmente el futuro. Cada vez se conoce (y reconoce) más abiertamente que la creatividad es la clave para la innovación. Estoy convencido que estas personas tienen un potencial suficiente para ofrecer soluciones a nuestros problemas. Sin duda, hay que apoyarles. En cualquier caso, el arte siempre marca diferencia al hablar directamente al corazón de las gentes. A mi juicio, la sociedad actual tiene necesidad de avivar esta sintonía artística, porque hay una espiritualidad humana que contribuye cuando menos a renacer en la hermosura. La belleza es lo que nos mueve (y conmueve) el espíritu. Estamos ansiosos por soñar un futuro mejor, sin embargo aún no hemos aprendido a gustar de la vida. Ante los despropósitos, y las mentiras sembradas, nos quedan las maravillas del cosmos y la actitud de estos artistas callejeros que nos asombran, y hasta nos entusiasman interpretando paraísos olvidados, que siguen ahí, esperando una mirada para embellecer almas. No hay nada más común que la pasión por trascender. Por tanto, mil brindis para estos artistas errantes o ilusionistas profundos. Sigan regándonos de sueños.
Por todos los días de verdad bebidos, por las manos hermanadas, por los ojos que aún sueñan, por tantas ventanas abiertas a la utopía, vale la pena tomar el timón de la vida de manera responsable, sabiendo que es cuestión humana estar predispuestos a comprender a toda persona, donándose a todo lo que tiene savia. En torno a esta esencia está la morada de la paz, sin la cual el mismo hábitat es un infierno.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor