Está visto que las relaciones humanas, en su íntima esencia, no se pueden definir en términos de poder, dominio e interés personal. Se precisa el diálogo, y en este sentido, todos hemos de ponernos al servicio de todos, estableciendo vínculos de solidaridad. Precisamente, una de esas causas de turbulencia social en el mundo actual, radica en la falta de armonía y en las tremendas desigualdades que se vienen generando. Desde luego, pienso que faltan políticas sociales, como acaba de denunciar la Comisión de desarrollo social de Naciones Unidas. Estos desajustes, por otra parte, vienen generando un ambiente de brutalidad, que no favorece para nada el entendimiento, puesto que la violencia no es un medio para reivindicar los derechos. Por consiguiente, considero que es hora de hacer discernimiento y de curar todas las crisis con las que nos enfrentamos, que las hay de todo tipo y en abundancia. La humanidad, toda ella, tiene la tarea de promover y tutelar el auténtico mensaje innato de justicia, que nos insta a estar junto a esas multitudes de personas excluidas. Naturalmente, esta interdependencia global debe convertirse en protección, fundada en el principio de que los bienes de la creación están destinados a todos sin excepción alguna.
Seguramente tenemos que cambiar estilos de vida, ser más sensibles y vencer la tentación de la indiferencia, desprendernos de ambiciones que nos esclavizan, ser más humanos y llevar menos banderolas de superioridad que nos subyugan. Sin embargo, tenemos el deber de estar atentos para acercarnos a los que nos necesitan, cuando menos para escucharles y acompañarles en su triste mirada. La relación entre los humanos se quebranta por la codicia insostenible que nos corrompe, igual que la relación armoniosa del planeta con los humanos también está socavada por patrones insostenibles de consumismo. Al final tenemos que recapacitar y hacer una aproximación más auténtica entre culturas. Ciertamente hoy en día tenemos muchos contactos, pero lazos profundos de fraternización pocos. En realidad sólo parece movernos una mentalidad interesada, que nos lleva al desprecio y el abandono de los más débiles, de cuantos son considerados excluidos. Sinceramente, las relaciones fraternas suelen brillar por su ausencia, de lo contrario el horizonte de convivencia sería muy distinto, y todos caminaríamos hacia un mismo objetivo de humanización, practicando el deber de justicia social, en donde todos tengamos algo que aportar, y no solo recibir, lo que conllevaría que el progreso de unos no sería un obstáculo para el desarrollo de otros.
En este mundo relacional el fraude, la simulación, se sirve en bandeja. Nada es lo que parece. Cada uno camina a lo suyo, obviando que la promoción de un mundo más humano es tarea de todos y de nadie en particular. En ocasiones, parece como si tuviéramos una cultura del coleccionismo, con afán de ganancia, injertada en vena; o una sed de poder, con desvelo dominador, metido en nuestras entretelas. Realmente, mal que nos pese, asistimos con cierta preocupación al crecimientos de distintos tipos de descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas de salvajismo y de dependencia patológica. Convendría, pues, interaccionar más y mejor, para que la sociedad avivase el instinto social de uno para todos y todos para cada uno. Algo muy distinto a lo que viene sucediendo en el mundo laboral, puesto que la causa principal por la que los trabajadores reciben una porción menor del ingreso nacional es debido a las políticas de las últimas tres décadas, que han distribuido el ingreso en favor del capital y en contra del trabajo. Al fin y al cabo, es fundamental en el ser humano, que uno tenga el mínimo vital en una sociedad en la que aspiramos que actúe la justicia social, exigiendo a cada ciudadano todo lo que es necesario para el ansiado bien colectivo.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
[email protected]
12 de febrero de 2014.-