A punto de decirle adiós a un año difícil, comienza el 2014, con la desesperanza de pocas perspectivas y una silenciosa desesperación de muchas familias, que percibe nuestro corazón, a poco que uno sepa mirar y ver. Sin embargo, cuando todo parece irreparable surgen nuevas fuerzas. Esto significa que uno aún existe y que vive.

En cualquier caso, además, uno tiene que pensar siempre la manera de sobrevivir.

 

Por eso, nunca mejor dicho, de que es tiempo de recapacitar, con la calma y la tranquilidad que el momento requiere, pero que tenemos que deliberar, sobre todo para desenredar todos los nudos que nos ahogan y poder activar así, una renovada ilusión en el mundo, que nos permita salir crecidos de ánimo para batallar por la vida. El primero de los pensamientos, indudablemente debe ir dirigido a los gobernantes, puesto que la dicha de una sociedad depende de sus guías, lo que requiere una elección profunda del pueblo para ser justamente guiado. Los gobiernos de todo el mundo han de prestar especial interés en las reformas que sean necesarias, pero su costo no lo deben pagar las personas con menos recursos, puesto que se debe asegurar que el Estado social prevalezca frente a otros intereses que están poniendo en peligro los medios de vida, el bienestar y las oportunidades de avance de millones de personas.

Por otra parte, los asuntos económicos deben supeditarse a los seres humanos, y la cooperación internacional debe estar aún más presente en la resolución de problemas que son globales para el planeta. Y en este sentido, el impulso político debe encaminarse en asegurar un sustento de mínimos entre la ciudadanía. Considero inaceptable el aumento del número de personas pobres, el incremento del desempleo o el empleo con salarios ínfimos, la falta de humanidad ante las personas que padecen y mueren en la miseria, la reducción del acceso a la educación y a los servicios de salud, y las carencias actuales en materia de protección social. No me sirve la justificación de la crisis, es fundamental tener presente que parte de la población se está enriqueciendo, mientras otra se empobrece como jamás. Algo falla, pues. A mi juicio, lo que ha quebrado es la falta de verdaderos líderes con ideas claras para luchar contra una sociedad que excluye, que no es equitativa, con una ausencia general de transparencia y de comportamientos irresponsables que claman al cielo.

Evidentemente, no deberían seguir en el gobierno de ningún país, aquellas autoridades corruptas, por mucho poder que ostenten, es la autoridad colectiva del pueblo la que ha de prevalecer sobre todo lo demás. Sin ir más lejos, en España el poder judicial, desbordado por los casos de corrupción, acaba de reclamar refuerzos. Algo verdaderamente desolador. Desde luego, se precisa una intervención más efectiva de parte de la ciudadanía en la lucha por los más desprotegidos, por ese bien general tantas veces convertido en interés de los poderosos. El día que los pobres aprendan a unirse se les acabará el negocio a este poder excluyente. En consecuencia, a mi manera de ver la reflexión tiene que continuar por el camino de la creación de empleos bien remunerados, la corrección de los desequilibrios, y la adopción de respuestas  sociales hacia los que más ayudas necesitan. Hasta ahora, la nefasta gobernanza llevada a cabo en muchos países, lo que ha hecho aflorar es aún más la recesión humana y las pocas perspectivas de futuro para generaciones jóvenes.

No se puede seguir degradando al ser humano, ni a su propio hábitat, como se viene haciendo continuamente, la respuesta mundial no puede esperar más.  Es hora de cambios profundos. Hacemos hincapié en que cada país debería priorizar su desarrollo en base a las necesidades de su ciudadanía. Subrayo la importancia del compromiso político, junto a los requisitos de trasparencia en las actuaciones, para que las acciones ilícitas dejen de realizarse y ganemos renovados horizontes en pro de un desarrollo para todos, justo y equilibrado, equitativo y universal. Está visto que esta economía excluyente no nos sirve, que estos sistemas financieros inmorales tampoco, la solución tiene que germinar no de los poderosos, sino del consenso, y en ese consentimiento, los pobres tienen que tener también voz y voto.  Esto exige otro tipo de gobernanza institucional, menos política y más de servicio, más técnica y en disposición siempre de rendir cuentas. Se trata, en definitiva, de lograr un mayor entendimiento colectivo para construir, no un futuro mejor, sino un futuro más humano.

La deshumanización de la humanidad es un grave riesgo que venimos corriendo en los últimos tiempos, a mi manera de entender, porque muchas de las decisiones han sido equivocadas. No hemos tenido visión de futuro. La irresponsabilidad ha sido manifiesta. Lo que sucede hoy es fruto de la torpeza y de la desunión, de la falta de interés común y del egoísmo más enfermizo. De ahí la importancia de meditar sobre nuestro proceder. Ningún líder, por sí mismo, puede llevarnos a la gloria o a la destrucción. En cambio, juntos sí que podemos cambiar la sociedad para crear un planeta más habitable para todos. Vale la pena, cuando menos pensar en ello, aunque solo sea para no dejarse llevar por sentimientos ciegos. No podemos contentarnos con lo que otros hagan, cada uno de nosotros debemos indagar y no renunciar jamás al diálogo. No siempre los países más adelantados tienen la solución. Es evidente que las mejoras en las vidas de los pobres han sido inaceptablemente lentas, y ahora son aún peor, inaceptablemente inhumanas.

Por tanto, en estos días de buenos propósitos, lo prioritario sería que la familia humana se humanizase, para que el mundo desarrollado tienda realmente la mano a los países más pobres. Obviamente, la prosperidad no es posible en un mundo de conflictos y de corrupciones. Tanto como el comer, necesitamos organizar esta cruel realidad e iluminar el caos, que muchas veces gobierna nuestras vidas, con el esfuerzo colectivo. También se necesita más que nunca un entendimiento común de las reglas que rigen el uso del poder de los Estados. Se producen demasiados abusos en ocasiones. Pienso, subsiguientemente, que ha de consensuarse un espíritu conciliador, basado en la honradez y en los derechos humanos. Creo que todo lo que se precisa ahora es liderazgo para la acción. El mundo espera ese liderazgo. Uno de esos líderes, concretamente el Papa Francisco, acaba de ser claro en su discurso, “que toda familia pueda tener una casa”. Ciertamente, resulta muy complicado sacar adelante la familia sin tener un techo donde cobijarse. Que se lo digan a tantas familias desahuciadas. Considero, pues, que el pueblo debe pedir encarecidamente que se responda a estos retos humanos, tan imprescindibles como justos. Dicho queda.