Tenemos que acabar con la corrupción antes de que acabemos todos formando parte de ella. Con extrema urgencia, debemos luchar por un mundo más limpio de corazón, más auténtico y con mayor encarte de transparencia, que nos aleje de la podredumbre avasalladora, para asegurar el valor de la vida humana. De una vida con dignidad al menos. No es cuestión de legislar más. Muchas son las leyes en un hábitat descompuesto. Es cuestión de generar otras conciencias, otras culturas, otros pensamientos más respetuosos con el ser humano. La situación me repele. Nadie respeta a nadie que no sea poder. Nadie considera a nadie que no tenga mando. Hemos convertido el planeta en una selva de potestades. Sálvese el que pueda. Los ríos de violencia desprecian la sonrisa de un inocente. Cada día son más los ciudadanos que caminan con la tristeza como compañera de viaje. Y no es por vicio. Las desigualdades son cada vez más patentes. El potencial de falsedades nos dejan sin aliento. Cuando se vive en la mentira permanente se disipa la alegría, porque no hay verdad que nos gobierne.

En la actualidad, nos asfixia el nivel de perversión dominador. No podemos más. Son tan descaradas sus redes  que nos hemos dejado atrapar en sus miserias. Somos verdaderos esclavos de unas finanzas que nos devoran. Es el mayor obstáculo al crecimiento humano. Se estima que las naciones en desarrollo pierden entre veinte y cuarenta mil millones de dólares al año a causa de este delito. Hemos llegado a una degradación tan acusada que resulta difícil salir ileso de este perverso mercado, donde todo producto, incluida la vida humana, tiene su precio. Los hay que lo tienen todo y valen por ello una fortuna. Los hay que no tienen nada y valen por ello la exclusión. Aún hay más. Los hay que no tienen nada donde caerse vivos, y son catalogados por esta farsante sociedad del conocimiento, como productos de desecho. Sobran en todos los sitios. Nadie los quiere. Ni para explotarlos. Son la basura entre la basura, aunque tengan corazón, y sean de los nuestros, de nuestra propia especie humana. ¿Cómo hemos podido llegar a este grado de perversión?. El mercado es el que selecciona, el que provoca la inclusión o no, el que elimina, el que traza un estilo de vida a su capricho e intereses. No se puede caer más bajo, ciertamente.

Lo más importante ahora, es despertar, para poder escuchar el drama de tantas vidas truncadas, los clamores de tantas existencias perdidas, la angustia de tantos seres humanos muertos de miedo. Nos hemos dejado engatusar por palabras vacías y el daño social no tiene precedentes. Es el mal cristalizado en instituciones y dirigentes. El control de los Estados encargados de velar por el bien colectivo, de toda la especie en suma, no ha sido tal. El afán de poder y de dominar no conoce límites en muchos cabecillas. Esta es la bochornosa realidad. Sus lamentables efectos están ahí, triturando ciudadanos como si fueran objetos de deseo. Sin duda, la política, convertida hoy en un espectáculo de charlatanes, también ha dejado de ser una ventana de servicio para convertirse en el mayor escaparate de negocios, en la más rentable de las empresas. Para más desasosiego, también las gentes de pensamiento se han dejado adormecer por la indiferencia. La potencia intelectual se ha acomodado al servilismo, a las migajas recibidas, y es incapaz de plantarle voz a un poder sin alma, embriagado por el exceso de poder, y al que nadie le llama al orden.

Y cuando digo de poner las cosas en orden, me estoy refiriendo a ponerlas al servicio de todos los ciudadanos, sin distinción alguna. Por otra parte, si en verdad lográsemos una situación de transparencia óptima, estoy convencido que el bienestar social se globalizaría más pronto que tarde, y con ello, retornaríamos a los regocijos que ahora no tenemos, en parte, por la saturación de inmoralidades que nos injertan en vena a diario los altares corruptos.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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27 de noviembre de 2013