Buena parte del mundo se ha dejado abrazar por una tribuna universal, desde donde se evalúan todos los problemas de la humanidad, bajo una inspiración de unidad y de servicio a la especie humana, sin distinción alguna, con el único objetivo de trabajar por un mundo más hermanado. Esta emblemática realidad, no podía tener otro nombre más imperecedero, que el de Naciones Unidas. Más allá de las horas y del tiempo está el género humano con su arduo camino de progresos y frustraciones, con su primacía de valores e intereses, con sus dominios y servidumbres, frutos propios del trabajo y de la inteligencia de cada ser humano. El día que estemos los unos con los otros, no los unos contra los otros como tantas veces ha sido y aún es, habremos aprendido la más importante lección de convivencia. Mientras tanto, considero que es hora de vernos y de removernos interiormente, de ver que somos nadie por separado y de que todos unidos, somos como la flor del sol, eternos y necesarios para espigar otras atmósferas más habitables.
Tenemos que dejar de ser un conflicto, empezando por nosotros mismos. Hemos de ser gentes de paz. Hasta ahora hemos conseguido un desarrollo desigual, injusto, puramente encaminado al lucro personal, al desprecio por lo ajeno, sin importarnos para nada el dolor ajeno, la desolación en la que mueren a diario tantas vidas inocentes. Por desgracia, la cultura actual tan mediatizada como mediocre, subvencionada por el poder de turno para que baile a su antojo, lejos de avivar el entendimiento, fomenta el espíritu de la venganza y del odio. Puede que vivamos más tiempo, pero cómo vivimos, en ocasiones sin alma porque nos la han matado. Cada vez son más las personas que aguantan en un total desamparo. Multitud de seres humanos llaman a todas las puertas para denunciar la violación de sus derechos humanos y libertades. Demasiados ciudadanos han dejado de confiar en sus gobiernos. No se trata de gobernar para los pudientes, sino para todos, y en todo caso, para los que nada tienen para que tengan lo básico. Los tiempos actuales son, por tanto, turbulentos e imprevisibles, lo que nos demuestra lo importante que son otras dimensiones en la especie humana. No podemos vivir ajenos al sufrimiento de nuestros semejantes, con la permisividad de la amenaza de un enemigo potencial, que es el ser humano contra sí mismo.
La especie humana necesita comprenderse, sólo así puede unirse, y cultivar ese bien común planetario que a todos nos pertenece. En consecuencia, creo que sería bueno convertir el 24 de octubre (día de las Naciones Unidas), en un verdadero foro de realidades y experiencias, que fomenten la armonía como referente. Es evidente que la organización tiene tras de sí un camino recorrido, pero ha llegado el momento de mejorarlo con nuevas y renovadas acciones. Ya no sirven los meros diálogos, es preciso activar otros cultivos innovadores más acordes con la nueva época de un planeta globalizado. Para ello, pienso que Naciones Unidas tiene que adquirir el peso de la conciencia del cambio, ir más allá de un foro institucional para convertirse en un centro moral de referencia. Sólo así se podrá activar la familia de naciones en un mundo necesitado de ética. Indudablemente, apoyados en este vínculo del linaje, no tendrá sentido el dominio de los fuertes; al contrario, los miembros más débiles serán los más auxiliados. Verdaderamente, somos todos y cada uno de nosotros, los que debemos construir una verdadera familia y sentirnos como tales. Esto puede parecer una utopía irrealizable, pero no lo es, en la medida que establezcamos un futuro más compartido, menos cínico, más sociable y solidario.
No debemos cultivar el miedo a tener miedo del futuro. Somos el porvenir y la esperanza. Adentrémonos en otros lenguajes más del corazón. No son los gobiernos los que tienen que decidir por nosotros. A veces el llanto está en nosotros y no acertamos a liberarnos del mismo. No se entiende que en un mundo conectado, andemos desconectados e indiferentes los unos con los otros. Debiéramos estar más unidos. Las respuestas tienen que ser comunes a los muchos problemas comunes. Nos consta que Naciones Unidas está haciendo lo posible (y también lo imposible) para responder a todas estas situaciones que nos degradan como especie humana. Así, es justo reconocerlo, en materia de seguridad ha sido fundamental la intervención de Naciones Unidas en la solución política-pacífica de la crisis en Siria. En cuestiones de supervivencia, también millones de personas dependen del personal humanitario de las Naciones Unidas. Otro de los retos más urgentes, que se ha propuesto la organización, es lograr que la sostenibilidad se haga vida entre los moradores, o si quieren, acción colectiva. Por consiguiente, es el esfuerzo común el activo que debe imperar en esta mundializada tribuna, el ejercicio continuo de los imperativos éticos, la búsqueda permanente de los medios para prevenir y controlar los conflictos, estimulando las vías diplomáticas y los deseos de reconciliación de todo ser pensante.
Despojados de cualquier recelo y con el lenguaje de la unión como horizonte, pienso que sí en verdad queremos promover la ilusión de la humanidad en un mundo menos cruel, tenemos que reaccionar con firmeza ante el incumplimiento de los derechos humanos, el medio ambiente y muchas otras cuestiones. Es público y notorio que la acción de Naciones Unidas, con los valores que encarna, se hace cada día más indispensable, lo que significa que hemos de intensificar su lenguaje con nuestros esfuerzos de unidad. Así, el foro de esta organización ha de convertirse en el espacio natural para edificar un consenso mundial, de referencia para todos los dirigentes, activando el más alto nivel de responsabilidad y transparencia. El futuro, ese que tanto miedo nos da en ocasiones, nos juzgará por las acciones humanitarias llevadas a cabo, por los resultados humanitarios obtenidos, por los efectos de convivencia logrados, por los sueños conseguidos a través de los diversos compromisos adquiridos, por las alianzas logradas en un mundo dividido entre ricos y pobres.
En cualquier caso, no podemos perder más tiempo, es hora de hacer frente a las muchas amenazas con un lenguaje propio, universal, que es el mismo de siempre, pero actualizado al momento de una nueva era, con una amplia gama de culturas y nacionalidades, con lo que esto puede suponer de riqueza, para continuar avanzando en aquello que nos une, que casi siempre es más que lo que nos separa. Nadie tiene que estar sobre nadie. La concordia no se edifica solamente mediante parabienes, se labra con el espíritu de la honradez, con el coraje de las ideas verdaderas, con las obras y los referentes de personas de auténtico verbo. Hoy los ciudadanos retornan a las Naciones Unidas como la última salida a tanta desesperación , y es por esto, que resulta grandioso ver a la institución como la cátedra de la moral. No todo está perdido, pues, son nuestro consuelo y el instrumento de cambio. Han de serlo.