Coincidiendo con las festividades del día de la lengua española en las Naciones Unidas (12 de octubre)  y con el tricentenario de la Real Academia Española (RAE), se me ocurre reflexionar sobre el lenguaje cervantino en los tiempos de la globalización. Cervantes nos puso en el camino de las señales y de los signos, en la senda de la voz y el pensamiento, injertándonos un sentimiento de pertenencia desde la universalidad, que es lo que hoy nos une a todos los hispanoparlantes. La lengua es nuestro hábitat, nuestra cultura común, nuestro espacio para sentirnos libres y hermanos, si nos la quitan dejaremos de soñar, de vivir, de comprendernos, porque al fin y al cabo, en nuestra forma de vida nada se entiende sin palabras. Por consiguiente, la primera conclusión que podemos extraer de este ecuménico lenguaje cervantino es la de dejar de estar encerrados en el propio “yo”, porque únicamente la apertura es lo que nos engrandece el alma, la expresión de los valores de esta cultura lingüística es la que nos emociona y nos pone en movimiento. Todo es acción (y reacción) en la lengua de Cervantes, no importan los siglos que nos separan, siguen vivos sus mensajes más allá del tiempo y continuarán por siempre.  Nos han fusionado sus historias, nos han trascendido sus éticos mensajes, hasta el punto que nos hemos dejado impresionar e imprimir por sus emociones, todas ellas germinadas por los latidos de nuestro hábitat más interno. No olvidemos, pues, la idea aristotélica de que el alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos.

 

Es evidente que, en los ámbitos culturales de la lengua española, se nombran continuamente giros o locuciones cervantinas, (con razón se le conoce como el príncipe de las letras españolas), lo que me lleva a una segunda conclusión, la de reconocer humildemente todo el patrimonio de bien que nos ha donado y hacer que dé fruto para el futuro. Ciertamente, nos lo ha entregado a través de sus formas expresivas, partiendo de su experiencia de vida, de su modo y manera de radiografiar existencias y lugares, como un verdadero traductor de pensamientos. Esto ha cuajado en el espíritu de las gentes, en las de ayer y en las de hoy, también en las del mañana, porque todo lo que sale del corazón, aparte de enternecernos, se eterniza. Ahí está el Quijote, la gran obra de arte del lenguaje, todo un referente de estética en el que se conjuga el buen fondo y las nítidas formas. Así, el mensaje cervantino, fiel a la especie, invita a la reflexión conforme a su propia conciencia para superar todo odio y para vencer al mal con la solidaridad del bien, que es en suma el respeto mutuo y la inviolable libertad. Naturalmente, el progreso lingüístico nos encamina hacia otras formas de vivir, superadas todas las consignas y dependencias. En su tiempo, Cervantes, ya lo advirtió: “la senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio, ancho y espacioso”. Como botón de muestra ahí está nuestro verdadero error actual, el afán materialista y del desvelo económico. Sin embargo, el ser humano indiferente hacia otros seres humanos. Mientras existan los dos linajes bautizados por el lenguaje cervantino, que son el tener y el no tener, el horizonte de la esperanza se achica. Está claro que el ser humano precisa de una ilusión para avanzar en la instauración de un planeta más perfecto.

En los tiempos actuales de la globalización, la tercera conclusión que podemos sacar del lenguaje cervantino es que sigue vivo en todas las culturas, el caballero de la triste figura, siempre andante, Don Quijote de la Mancha, y su escudero Sancho, no han dejado de cabalgar por este mundo de vueltas y revueltas, de idas y venidas, inspirando no sólo a artistas y gentes de honduras, también están en el ánimo ciudadano. El término “quijote” y sus variantes, no sólo son patrimonio de la lengua española, sino que han traspasado otras lenguas. Asimismo, la misma escena de la lucha contra los molinos de viento, por citar alguna, no sólo ha dado origen a la imagen del ser humano que se enfrenta al mundo para defender su ideal, en busca de aquello que se desea o en lo que se cree, pues lo que hace es mostrarnos esa parte íntima que todos llevamos consigo. La quijotada es levantarse de la miseria, luchar contra las estructuras opresoras que provienen del abuso de poder (o del tener), de los explotaciones de los débiles, de las injusticias. Son las vivencias ejemplarizantes de Cervantes las que nos hacen despertar. Así, cuando Don Quijote  dice: “paréceme Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas”. Son los pueblos, con sus moradores, los que deben saber escoger, discernir y eliminar los falsos bienes, que traerán consigo una deshumanización, aceptando los valores sanos y benéficos que son los que han de poblarnos todos los caminos trazados en esta vida.

Resumiendo, son tres conclusiones (podrían ser muchas más) que se desprenden del lenguaje cervantino; la de salir del enfermizo y desenfrenado deseo de placer y egoísmo; el retorno a una estética del  bien; y el secreto para huir de la exclusión tan propia de los tiempos presentes. Efectivamente, hay lenguajes como el cervantino, que todas las lenguas lo llevan para sí, porque todos comprenden sus hazañas y sus anhelos, su entusiasmo innato por hacer de las cosas algo bueno. Está visto que cuando los lenguajes se vician también se pervierte el pensamiento. Por eso, es importante que toda palabra dicha o escrita no germine de la adulación y el interés, sino de la autenticidad, del árbol genealógico del sentido común, y Cervantes en esto, es un referente. Aquí está la sincera amistad entre caballero y escudero, la solidaridad en la defensa del pueblo más humilde, la dignificación del ser humano, la magia del fondo de la voz en un diálogo perdurable, que sobrepasa el tiempo y las edades. Todo esto que salvaguardó Cervantes en un mundo perforado por las mentiras, hoy parece más vivo que nunca, por lo que entiendo es también más necesaria que nunca su defensa. Sin duda, son estos viajes imaginarios a una época y a una situación concreta de la historia de la lengua, los que debemos avivar para que sea el gran instrumento y lazo común del ser humano. La visión de Sancho y Don Quijote es puro corazón, no hay falsedad, por lo que va directa a la esencia de las cosas; no en vano, este es el verdadero misticismo, un incesante conversar entre las miradas que convergen en las lenguas como cauces de la actividad espiritual y sus conciencias que contestan, compartiéndolas con el pueblo.