Aún no hemos aprendido a cultivar la no violencia, a poner en la cima de nuestros desvelos otras realidades menos absurdas, a desplegar otras energías más tolerantes y comprensivas. Por más que celebramos todos los años, a través del referente de una vida armónica como la de Gandhi, coincidiendo con el aniversario de su nacimiento (el 2 octubre), observamos que el lenguaje de las armas sigue hoy tan vivo como ayer.
El día que en verdad se haga cultura su manera de entender la existencia, despojada totalmente de todo signo agresivo, la realidad será otra muy distinta. Pienso que, a la hora de valorar esta ansiada paz, que por otra parte nunca llega, hay dos hechos primordiales a considerar. Primero, ahí están los problemas del desarme. No podemos seguir, como diría el pensador, practicando el ojo por ojo porque al final todos acabaríamos ciegos. Segundo, el actual clima de salvajadas está injertándose en la vida civilizada como algo a lo que tenemos que acostumbrarnos. Esta crueldad, que en parte deriva de una decadencia de la conciencia moral, nos está llevando a un pesimismo social de graves consecuencias. Como también diría el pensador, la humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia, o lo que es lo mismo, mediante una asistencia reeducativa.
Desde luego, la violencia nos perjudica a todos, es la explosión de una energía bruta incontrolada que degrada a todo ser humano. La misma Carta de las Naciones Unidas propugna inequívocamente, como primer recurso, un enfoque pacífico y no violento, y el uso de medios tales como la negociación, la mediación, el arbitraje y el arreglo judicial. Si la paz se construye desde acciones de paz, las guerras no tienen sentido, porque además no ayudan a la convivencia y dejan tras de sí una estela de dolor incalculable. Las relaciones de amistad entre culturas, lo mismo que la cooperación entre pueblos, germinan de un espíritu pacífico, de una actitud menos egoísta, de una raíz más humana en definitiva. Los planes educativos, por consiguiente, han de tener un papel fundamental que desempeñar para que las sociedades puedan cambiar. Ya lo decía el pensador, que la verdadera educación consistía en obtener lo mejor de uno mismo. Esta es la cuestión. Y en cualquier caso, no obviemos que el estado de derecho, el desarrollo sostenible, la consolidación y el establecimiento de la paz, son los elementos clave de la promoción de los cambios no violentos que persiguen las Naciones Unidas. Sin duda, un camino que debemos reflexionar. No puede ser más fácil matar que olvidar un rencor y dar un abrazo. En el ejemplo de Gandhi podemos hallar la inspiración necesaria para entender muchas cosas, o al menos, para seguir trabajando por la paz desde la no violencia.
Docentes, líderes sociales y religiosos, familias y grupos sociales, son claves para avanzar en la no violencia. Sabemos que todavía queda una larga caminata por recorrer. La violencia contra las mujeres sigue siendo una realidad trágica. La violación se usa como arma de guerra durante los conflictos y también se trafica con las niñas como si fuesen objetos de mercado. Ante estos fenómenos graves y persistentes el compromiso humano debe acentuarse, para que retorne la paz en todos los lugares del planeta. Es posible y lo será, en la medida, que la no violencia gobierne nuestras vidas. El día en que todos nos opongamos a la violencia por principio, porque jamás causará un bien permanente, habremos avanzado hacia esa humanidad pacifista. Tenemos que impedir, como sea, la irracional violencia. Es más, urge parar este aluvión de violencias que nos acorralan en los hogares y en cualquier esquina. Desterremos toda violencia de nuestro horizonte. Eliminemos también las causas que originan la violencia. Muchas veces nace de una reacción natural ante situaciones de injusticia y de opresión. Por eso, es importante que las instituciones hagan bien su trabajo (o sea con ética) y la justicia llegue a todos por igual.
Activemos, en consecuencia, el recuerdo de Naciones Unidas, y “puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Hagamos realidad este espíritu de Gandhi, ya que el mismo progreso natural, innato o espiritual, tan necesario como cualquier otro, nos demanda que dejemos de matar y de comer a nuestros semejantes. Ciertamente, que el planeta tomase para sí y sus moradores la no violencia como cultura, sería la más sublime de las noticias publicadas hasta ahora, puesto que se activarían un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida, basados en el respeto pleno a la vida. El ser humano tiene que hacerse de nuevo humano y formarse otra vez una conciencia de consideración hacia la persona. Considerar los derechos de los demás también supone el deber de hacer valer los propios. Tantas veces hemos edificado una cultura violenta, intolerante e insolidaria, que expatriada de nuestro diario de vida, entonces sí que todo el mundo sería como una verdadera familia, cuyo linaje ya se ha globalizado.
Personalmente, me niego a ser condenado a formar parte de la catástrofe. Creo que nos merecemos una autoridad común mundializada, despojada de poder e intereses, capaz de poner orden y de alentar en el entendimiento, prevención y solución de conflictos. La hondura y el referente de Gandhi demuestran cómo una sola persona puede remover corazones más allá de esta vida. En homenaje a su legado perdurable, hagamos de este día de la NO VIOLENCIA un sentimiento de fraternidad, con la esperanza de alejarnos de realidades crueles que ponen en riesgo avances en derechos humanos. Por cierto, su idea de paz y no violencia se extendía a la protección de cualquier ser vivo, animales y árboles. En todo caso, resulta evidente que existe una conexión profunda entre los principios fundamentales de los derechos humanos consagrados en la Declaración Universal y los principios que practicó Mahatma Gandhi, cuya respuesta siempre radicaba en el ejercicio de llevarlos a buen término. Como solía decir: “una onza de práctica vale más que toneladas de prédica”. Siguiendo su testimonio, nuestro mejor homenaje a la conmemoración de su nacimiento, ha de consistir fundamentalmente en poner en cultivo sus consejos y en asegurarnos del cumplimiento de sus principios. La inspiración del cambio, pues, está servida. Nos ha tocado el tiempo de la acción.