Tenemos que ejercitar otros diálogos más verdaderos, o sea, más integradores interiormente. Está visto que no hay otra manera de solventar los problemas del mundo. Para ello, entiendo que hace falta también otra tipología textual, donde prive menos el discurso y más el hacer ejemplarizante. No es cuestión de sembrar palabras, sino de embellecer acciones con sólidas leyes morales. Tampoco se trata de dirimir las controversias por la vía del poder. Quien puede más, impone más. El día en el que todos contemos, y no como una transacción de negocios, sino como un ejercicio de escucha para confluir en puntos de encuentro, avanzaremos en el sano camino de la aceptación, lo que conlleva respetar el pensamiento de nuestros semejantes y tolerar sus discrepancias.
Para superar la confusión actual hemos de entrar en un diálogo incesante del yo consigo mismo, del nosotros con los demás, y es a partir de esta audición interna, cuando se puede producir ese cambio que el mundo global precisa. Evidentemente, nos interesa a todos entrar en diálogo. No para hablar mal los unos de los otros, ni para denigrar aún más al débil, sino para avivar unas buenas relaciones de convivencia, más allá de la conveniencia mercantil, puesto que los seres humanos tienen unas exigencias naturales distintas a los mercados.
Necesitamos crecer más por dentro que por fuera, sentirnos algo, poder afianzarnos en alguien, establecer intercambios con otras culturas, compartir experiencias de vida en definitiva. Es desde un franco ejercicio de diálogo como surge la cooperación entre pueblos, entre sociedades, entre personas. Indudablemente, si se mira superficialmente a nuestro alrededor, impresionan tantas realidades negativas que pueden llevarnos al pesimismo. Mas éste es un sentimiento injustificado: las personas podemos modificar conductas, pulir los comentarios que hacemos a veces alegremente y que nos conducen a la ira fácil, al despropósito y a los malentendidos de los unos contra los otros. Por este motivo, el compromiso pasa por un ejercicio de mirada limpia, de abecedarios profundos, para expresar una mística nueva, capaz de conmover todos los lenguajes humanos.
Sin duda, forma parte de nuestros genes la actitud de diálogo intimo y personal, no en vano uno precisa reencontrarse sinceramente consigo mismo para poder sentirse bien. Es paso obligado del camino para la autorrealización de la persona. El intercambio de pareceres está en nuestro propio instinto natural. No se puede estimar lo que no se conoce, y se llega a ese conocimiento a través de sus andanzas expresivas. Gracias a la reciprocidad de lenguajes se pueden confrontar los diversos puntos de vista y las culturas pueden reconocerse en la unidad del mundo. Cuántos desacuerdos se han resuelto a través del sano ejercicio del diálogo. Es justo y saludable, por tanto, reconocer las grandes obras surgidas del aprecio por el ser humano.
Sin embargo, cuando una sociedad devalúa a la persona, se pierde la sensibilidad personal y social y todo camina a la deriva. Para que esto no suceda, veo bien que se activen acciones como las del comité español de UNICEF y Santillana, que desde su programa educativo “Enrédate”, ha desarrollado el material “Cómo viven los niños la crisis”, que ayudará a los docentes a trabajar con los niños de educación primaria conceptos como crisis, economía, solidaridad. Con este concurso lo que persiguen es sensibilizar a la sociedad sobre la importancia de conocer los sentimientos y la opinión de los niños sobre la realidad y el entorno en los que se mueve, e identificar qué papel pueden jugar en la nueva sociedad que entre todos tenemos que construir. Todo un ejemplo que merece el mayor de los aplausos. Las aportaciones de los niños participantes, a través de sus relatos y dibujos, estoy convencido que nos darán nuevas claves sobre la importancia de enseñarnos a simpatizar, desde una genuina interlocución más desinteresada, sin esperar a ser recompensados.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor