Cada día es más importante restablecer nuevos marcos de convivencia. Lo cierto es que somos muchos, y cuánto más somos, más solos estamos. Creo que uno de los instrumentos más eficaces para salir de esta antipatía solitaria, pasa por vincularse a la cultura. Hablo de un culto a una auténtica cultura como expresión de entendimiento, como conjunto de principios y valores que constituyen el alma de un pueblo, la misma razón del ser humano con su hábitat y su misma especie.  La ciudadanía exige que se respete su derecho a una vida plenamente humana, nos la merecemos, y tenemos también el deber de cultivarla. Ahí están los lenguajes universalistas de los tratados entre países, sus ciudadanos y los pueblos, que tienen como objetivo principal la convivencia entre mundos diversos. Se han construido alianzas, se han trazado objetivos, se han incentivado las relaciones, ahora nos queda poner en valor los principios de cooperación y colaboración, de amistad y hermanamiento, conscientes de la necesidad de seguir mejorando las condiciones de vida del ser humano, teniendo presente las características distintivas de cada colectivo. Evidentemente, en una sana armonía la discriminación no puede existir para que se produzca el acercamiento de unos y de otros. El hecho de que existan privilegios y dominadores dificulta gravemente la concordia y entorpece cualquier asunto que aliente a la unión. También a la unidad. De ahí, la conveniencia de trazar otros caminos que conlleven unos vínculos menos despreciativos con las personas.

La negación de los derechos humanos básicos de ninguna manera va a favorecer acuerdo alguno. Por este motivo, convencido de que hay exigencias de mínimos que deben cumplirse, es preciso forjar en el mundo un nuevo lenguaje de compromisos y acciones. No se puede convivir bajo criterios que discriminen a las poblaciones. Es el caso de tantos pueblos que padecen las consecuencias de las injusticias, de tantos humanos que han nacido en zonas pobres y marginales, de tantas vidas cortadas por la indiferencia y la exclusión. En este sentido, resulta fundamental evaluar los procesos de cambio, de reconstrucción de una cultura del diálogo, que tome como supremo valor la tolerancia. Pienso que es el momento de generar nuevos entornos pacifistas, con la reconciliación siempre en el horizonte de todo abecedario de negociaciones,  y así, podamos entre todos poner fin, de una vez por todas, al sufrimiento de tantas poblaciones afectadas por el choque entre culturas, por la incomprensión de los poderes, y por tantos elementos irracionales que nos hemos inventado los humanos. En cualquier caso, el hecho de pertenecer como ciudadano a un determinado colectivo o a un país, no tiene porque impedir  ser miembro de la familia humana y, por ende, ciudadano del mundo.

Indudablemente, la convivencia tiene que fundarse en la liberación de la persona. Por desgracia, en muchas ocasiones estamos sometidos al dominio del capital, a los intereses de los mercados. Mal que nos pese todavía existe un trato de inferioridad con algunos ciudadanos. Nos hemos inventado demasiadas cadenas sobre las que nadie puede sentirse perfectamente libre. El día que la libertad se arraigue a nuestra cultura hasta identificarse con ella, será el momento de una de las grandes elevaciones humanas, porque podremos dominar y refrenar apetitos insaciables, despreciar los honores y apreciar más los buenos deseos de convivir unidos. La convivencia no puede llegar a ser tal en un mundo encadenado a la pobreza una buena ración de sus moradores, tampoco puede llegar por la vía de la agitación, llegará únicamente por el cauce de la fraternidad. Téngase en cuenta, que bajo el actual clima de desconfianza, injertado en vena, va a ser muy complicado desarrollar una convivencia fraternizada. Para ello, es vital que todas las culturas hagan lo posible por afianzar los vínculos de unidad, que activen la igualdad y la comprensión, independiente de su origen y raza, para desarrollar una nueva relación de acogida  y aceptación.

El mundo necesita apostar mucho más por las relaciones de vivir unidos en un mundo tan complejo, al que hemos globalizado, y poco más. Como enseña la historia, únicamente desde el respeto y la sincera conversación, y siempre bajo la voluntad del perdón, los ciudadanos podrán sentir una tolerable convivencia. Lo ha dicho Hasan Rohani, al jurar como nuevo presidente de Irán ante el Parlamento, “la única solución con nuestro país es el diálogo, no las sanciones”. Sin embargo, para muchos pueblos, la violencia y el odio siguen siendo el único horizonte que se divisa. No hay futuro de convivencia pacífica para multitud de pueblos. La verdad que cuesta entender que sigamos viviendo (y conviviendo) con la absurda aventura del conflicto permanente, puesto que el aislamiento no tiene ya razón de ser, en un orbe interdependiente como el actual, donde una red de intercambios obliga en cierta manera a convivir.

Sería saludable para todos, la colaboración                ciudadana, para crear una atmósfera de mayor fraternidad. Lo dice un proverbio africano: “la unión en el rebaño obliga al león a acostarse con hambre”.  Por mucha autosuficiencia en nuestro estilo de vida, necesitamos convivir con los demás, sentir con los demás, amar con los demás, ser con los demás para iluminar nuestros propios interrogantes. Pienso que la humanidad tiene hoy en día un desorden como jamás. De pronto, parece como si las relaciones de convivencia tuvieran que regirse por la fuerza. Los sucesos cada día son más temibles (y terribles). Por eso, pienso que es el momento de trazar líneas de convivencia humana rectamente ordenadas hacia un objetivo que debemos tener claro todos, donde se reconozcan y se respeten mutuamente los derechos y los deberes, con la eficacia y la diligencia debida. No basta, por ejemplo, reconocer al ser humano el derecho a la vida, si luego no se procura, en la medida de lo posible, el sustento básico para dignificar esa vida. Ni es suficiente esto solo, porque la sociedad humana se va desarrollando conjuntamente, por lo que tampoco puede dejársele excluido del avance conjunto. Tampoco es bastante con esto, ya que la búsqueda de ese bien colectivo ha de ajustarse a una igualdad cada día más humana. O sí quieren más ética. Está visto que cuando perdemos ese orden (entre la moral y la ética), soltamos la bestia salvaje que llevamos dentro, en lugar del ángel que también poseemos.