Nos hemos globalizado, pero nos falta conciliar pensamientos con acciones. La única manera de poder avanzar es a través de la cultura de la colaboración. No hay otro modo. Tenemos que comprender y entender que todos necesitamos de todos. Que es bueno aportar ideas y escuchar otras. El respeto es prioritario. Lo sabemos, pero hacemos bien poco por llevarlo a buen término. La violencia no es la llave de nada. Sin embargo, la consideración hacia todo ser humano alienta hacia un espíritu más pacifista, más armónico en suma, porque todos somos familia queramos o no, y tampoco podemos encerrarnos en nuestras historias, tenemos que vivir unidos, desde una posición de mínimos como son los derechos humanos. Por desgracia, nos dividen otros pensamientos más interesados que suelen revestirse de poder y esclavitud. Habría que buscar la manera de moverse por la vida liberados de ataduras, porque aparte de alejarnos nos oprimen.

Son muchas las regiones del mundo que hoy en día precisan con urgencia seguridad y paz para poder impulsar un desarrollo que alcance a todos sus moradores. Desde luego, tenemos que salir de esta bancarrota mundial, propiciada en parte por dominadores sin escrúpulos, y hemos de hacerlo sin dejarnos seducir por los mismos de siempre, acogiendo la ilusión ciudadana, escuchando al ciudadano, moviéndonos con el ciudadano, para encender la llama de la libertad junto a la de la unidad social. Para ello, creo que tenemos que cultivar otros horizontes más solidarios con la realidad que vivimos. De entrada, démonos al que pide auxilio, vayamos al encuentro de los que viven en la desesperación, enraicémonos con los que piden asistencia, trabajemos con los que no encuentran trabajo para poder desarrollarse como personas, elevemos nuestros sentimientos a sus ojos, y pongamos en marcha la ilusión del cambio.

Ciertos pensamientos son plegarias.  La misma sociedad que no se atreve a pensar, o no le dejan madurar, difícilmente puede salir del pozo. Es la hora del reencuentro, de la calma sin pausa, del coraje por proponer las mejores ideas. No se pueden disfrazar las penurias que viven algunas personas. Están ahí, esperando nuestro consuelo. Se nos han impuesto que las relaciones estén reguladas por el lucro y hay una cierta obsesión por un poder que aborrega. Las recetas económicas siguen cosechando injusticias. Dejemos de prescribirlas. Según los analistas la eurozona ha retrocedido cinco años en PIB y siete años en empleo. El mundo se repliega en lugar de abrirse. Algo no funciona.

En todo caso,  considero que nos falta pensamiento ilusionante, liderazgo mundial, deseos por mitigar la pobreza,  y hasta conciencia crítica. Lo que sí sobran son miles de charlatanes sin ética, que además suelen vivir de las instituciones, dispuestos a seguir arruinándonos a todos. Por eso, entiendo, que sería saludable conciliar ideas y compromisos que vayan más allá de uno mismo, tomar la escucha como una actitud positiva y reactivar  las energías pasionales.  No cabe duda, que vivimos una nueva época en la que tenemos que invertir más tiempo en pensar de manera confluente y colectiva. Ya está bien de que piensen por nosotros, bajo una manipulación perversa, muy sutil, que nos invade hasta nuestros ratos de silencio, y así, no se puede entender el sentido de las cosas, ni su razón de ser. Déjenme que me equivoque, pero déjenme pensar por mí mismo, habría que reivindicar esto, porque hay momentos en que nos arrastramos tanto que hasta perdemos la dignidad sin apenas darnos cuenta.

Ciertamente, tenemos mucho que pensar para salir de tanto engaño, de tantos intereses establecidos, de tantos comercios que esclavizan a los más débiles. El futuro nos exige primeramente la búsqueda de líderes honestos, responsables, para que puedan tomar acciones libres. Tenemos que huir del elitismo y dar la oportunidad a todos los seres humanos de insertarse en la sociedad. Quienes disponen de escasos medios económicos apenas tienen voz en las grandes tribunas. No es humano ni tampoco responsable allanar el camino a unos pocos, mientras otros se mueren en la propia miseria. Sin duda, tenemos que tomar colectivamente un conjunto de medidas que atiendan, sobre todo a los más necesitados, para construir un porvenir esperanzador, reforzando la convivencia. El mundo no puede ser gobernado por pandillas políticamente interesadas, que han tomado la democracia como negocio, se precisan gobiernos con altura de miras y amplitud en las miradas honestas.

El medio de no cambiar es no dejar tiempo para pensar, y ocultar la verdadera realidad. Como dijo Voltaire, “hay quienes solo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos”. Cuánta razón se vierte en ello. Deberíamos utilizar los lenguajes del corazón mucho más, seguramente así propiciaríamos una manera distinta de habitar este mundo, del cual nosotros como sujetos pensantes somos la parte principal del reino de la vida. Por consiguiente, estimo que es vital conciliar pensamientos para restablecer cooperación entre unos y otros. Las tragedias dejan de ser tan crueles con otras visiones más fraternales, de mayor cuidado y compasión por el ser humano. Tenemos que negarnos a formar parte de una sociedad de mercado que no se compadece del pobre.

A propósito, me vienen a la memoria unas palabras pronunciadas por Miguel d’Escoto Brockmann, Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, al iniciarse la Conferencia de Alto Nivel sobre la Crisis Financiera y Económica Mundial y Su Impacto Sobre el Desarrollo (New York 24-26 junio 2009), que decían: “Hasta ahora hemos explotado exhaustivamente el capital material que es finito, cabe ahora trabajar el capital espiritual que es infinito porque infinita es nuestra capacidad de amar, de convivir hermanablemente y de penetrar en los misterios del universo y del corazón humano”.  Me parece un buen consejo para estos tiempos en los que te enseñan de todo, menos a recapacitar.

Ahí está Detroit, conocida como la ciudad del motor, que ayer fue un próspero foco de industria y cultura, y en la actualidad está en quiebra. Hoy más de un tercio de las personas viven bajo el umbral de la pobreza. Al final lo que perdura es la generosidad de las gentes, que no son otras que las energías espirituales propias del ser humano, es decir, la observancia de un cierto orden compasivo. Seguramente, si pensásemos más bajo la realidad espiritual, valoraríamos otras dimensiones que ahora se nos pasan desapercibidas, como puede ser la edificación de un mundo habitable para todos, bajo el reinado de la mano tendida y el abrazo sensible.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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