Es cierto que un pueblo no avanza si vive únicamente de los subsidios, de las migajas de la subsistencia, o de la precariedad laboral. Si en verdad queremos superar la pobreza hay que activar el pleno empleo, el trabajo bien remunerado, e impulsar la justicia social como imperativo ético. Por consiguiente, el trabajo que es un derecho y un deber de todo ciudadano, ha de ser la prioridad de todo gobierno y debería ocupar un papel de preferencia mundial en todas las organizaciones internacionales, que tengan entre sus objetivos un desarrollo basado en la igualdad de oportunidades, la solidaridad y los derechos humanos. De lo contrario, el retroceso será una realidad cada día más alarmante.

Evidentemente, la espiral descendente en lo que respecta a las condiciones de trabajo es tan descarada, que viene generando un cúmulo de inquietudes sociales, que bajo estas premisas va a ser difícil restablecer cualquier diálogo social, tan necesario para crear sociedades cohesionadas. No olvidemos que el mundo del trabajo es fundamental para el desarrollo de la sociedad. Tanto es así, que aquel gobierno incapaz de generar empleo debería dimitir más pronto que tarde, porque el daño será irreparable. Es más, a mi juicio, la aspiración prioritaria de todo gobierno no sólo ha de ser la creación de empleos, sino también la de dignificar cualquier trabajo, con una remuneración justa suficiente. Hasta ahora, muchos de los excluidos jamás han tenido la oportunidad de poder ganarse la vida en condiciones dignas y equitativas. Se les ha negado el trabajo y, lo que es peor, tampoco se han intentado propiciar entornos favorables para salir de la miseria; en cambio, si se han primado en ocasiones políticas favorables para los que más riqueza aglutinan.

Una economía que no genere oportunidades para todos, no merece respaldo alguno. Los programas desarrollados, ciertamente, se han centrado mucho más en las clases dominantes, cuando lo más importante debería ser cambiar de forma considerable la vida de las personas que el propio sistema ha excluido.  Por ese centralismo hacia los poderosos, millones de individuos viven atrapados en el tajo de la esclavitud, lejos de todo avance como seres humanos. En unos países más y en otros menos, el empleo es sin duda una emergencia mundial. Y como tal debe ser tratado. Desde luego, no podemos seguir con trabajos que llevan a la exclusión y que tampoco son sostenibles. Hace falta restablecer unos cuantos objetivos claros que activen los empleos de calidad, pero para ello la comunidad mundial tiene que aceptar la importancia del trabajo en la vida de los ciudadanos.

No sirven los empleos inestables y mal remunerados, debemos apostar de manera decidida por una mejora de los medios de vida para los trabajadores y sujetos más vulnerables. Ahora bien, para crear este empleo de calidad se necesita un sector privado fuerte y honesto, con medios y medidas estables, que no tienen porque basarse únicamente en el crecimiento económico. Por desgracia para todos, estamos poniendo demasiado énfasis en la economía, especialmente en el sector financiero, y obviando la protección social de la persona. Convendría, pues, que analizásemos el impacto de las políticas de empleo, y seguramente deberíamos impulsar mejores prácticas en la construcción de un mercado laboral más justo y favorable para las familias, hombres y mujeres. Por otra parte, debiera hacernos reflexionar, el número de trabajadores totalmente desalentados, que lo ven todo negro para conseguir entrar en el mercado laboral, con la consabida desesperación, y sin ningún tipo de protección social. En todo caso, ahí queda el objetivo de la Organización Internacional del Trabajo, “de hacer del trabajo decente un objetivo global y una realidad nacional”, confiando en poder pasar de las palabras a los hechos. Al menos ganaríamos en esperanza. A veces algo, lo es todo.