Vivimos en un mundo de amenazas permanentes, que tienen siempre su punto de partida en nuestra debilidad humana, en la manera superficial de considerar la vida, en la forma de comportarnos y de aceptar movernos por la planeta. Esta imagen de agotamiento, donde el mal físico y moral nos acorrala, genera un universo de contradicciones verdaderamente inquietantes. Hoy más que nunca, pienso, que necesitamos de aliento para ser fieles a nosotros mismos, a nuestra conciencia en definitiva. A diario nos trituran las alas y no podemos sentirnos libres, dejamos que nos adoctrinen nuestro propio espíritu y caminamos al dictado de poderes corruptos, con total abandono a nuestros principios. De ahí, la necesidad de reivindicación de muchas personas que quieren pasar por esta vida, siguiendo su conciencia innata del deber, de actuar según su criterio y de conducirse de acuerdo con el sentido más hondo del pensamiento.
Por consiguiente, deberíamos con urgencia proceder a activar los derechos de conciencia en un mundo de tantos comercios ilícitos. Se me ocurre pensar en el campo de la sanidad, en la objeción de conciencia ante leyes que no respetan la vida humana, en el poder de tantas redes delictivas como genera el comercio de las drogas o el mismo comercio de personas. No sólo es preciso concienciar a las personas sobre los peligros del mundo actual, hay que hacer más, establecer controles que impidan que haya personas que se beneficien de la debilidad de algunos seres humanos. Por ejemplo, los agricultores que dependen de la explotación de cultivos ilícitos hay que ofrecerles otros medios de subsistencia alternativos. Lo mismo sucede con los profesionales sanitarios ante un mundo eclipsado por el valor de la vida, a veces han de ejercitar su objeción a lo que, por otra parte, debe ser su propia vocación, la defensa y el cuidado de la vida humana. Desde luego, a veces estos hechos se agravan por la desidia culpable y la negligencia de los seres humanos que, no pocas veces, podrían haberse remediado.
Ciertamente, resulta imposible enumerar la vasta gama de amenazas contra la vida humana, son tantas sus formas, manifiestas o en cubiertas, que no puedo por menos que acudir a la responsabilidad social como muro de contención. Considero que es preciso, crear conciencia del daño que causan algunas situaciones permisivas como pueden ser el mundo de las drogas, o el problema incipiente que presentan las nuevas sustancias psicoactivas, muchas de las cuales no están aún bajo control internacional. En la misma línea de atrocidades se sitúan tantas violencias sembradas y violaciones sufridas. Ahí está el testimonio de la violencia física o sexual, que también es un problema de salud pública, y que afecta a más de un tercio de todas las mujeres a nivel mundial, según un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud. Dicho estudio sistemático afirma que cerca del 35% de todas las mujeres experimentarán hechos de violencia, ya sea en la pareja o fuera de ella, en algún momento de sus vidas. Todos estos escenarios de intereses contrapuestos, unida a la desnutrición y al hambre debido a una injusta distribución de las riquezas entre las pueblos, deben hacernos reflexionar sobre nuestras debilidades.
La humanidad de hoy nos ofrece alarmantes espectáculos, de ataques permanentes y continuos contra la vida y, sobre todo, de la vida de las personas más indefensas, que lejos de decrecer van en aumento. Los falsos poderes, con sus dirigentes hipócritas y mezquinos, han logrado que las personas activen ideas perversas, contrarias al propio derecho natural, y por ende, a los derechos humanos. Cada día mujeres, hombres y niños sufren torturas o malos tratos, perpetrados con la intención de destruir su sentido de dignidad y valor como ciudadanos del mundo y, en algunos casos, para infundir miedo e intimidar. Hay también una sensación de profunda frustración, que surge de la desesperanza y de los hábitos propagandísticos de la maldad, lo que hace que las relaciones humanas se debiliten, o apenas existan en su autenticidad. Todo parece indicar, que nuestra debilidad, a veces es tomada por los poderosos como moneda de cambio. El día en que la voz de la naturaleza nos cautive, en que la voz de la razón nos despierte hacia el dominio de uno mismo, entonces descubriremos que las sociedades deben seguirse por su capacidad para hacer que la gente sea feliz, de lo contrario, no tiene sentido poner más palabras donde faltan las ideas.
Sin el mundo del pensamiento, difícilmente vamos a poder reencontrarnos dignificados, máxime en una época en el que los derechos naturales son gravemente negados y la actitud del ser humano sobre sí, apenas se considera a la luz de la familia humana. El olvido de los valores y la crisis de humanidad por la que atraviesa nuestro mundo, nos obligan a una superación interna y a un renovado esfuerzo de la mano tendida. Esto es lo que a menudo nos falta, poder desarrollar el espíritu humano de nuestra conciencia, poder ahondar en lo que somos y en lo que queremos ser, poder concienciarnos en que ninguna autoridad humana tiene el derecho de pensar por nosotros en definitiva. En cualquier caso, no existe un signo más patente de debilidad que el momento actual, en el que todos desconfiamos de todos y al que todos contribuimos sin tregua a una vida llena de amarguras.
Pero, claro, a pesar de los pesares nos queda la esperanza, de que hasta Dios mismo se valió muchas veces de los débiles para abatir a los poderosos. Así, pues, el día que se salga de esta inercia de poder trazada por la clase dominante, y se considere a todos por igual, el futuro será distinto, porque la participación ayuda a ver más allá de los intereses sectoriales. Para estos grupos débiles, la protección social es un derecho esencial y una obligación de todos en el auxilio, como también para aquellos estados frágiles reforzar la conciencia tolerante entre sus moradores es tan vital como precisa. Al fin y al cabo, sabemos que en este mundo debemos afrontar luces y sombras, máxime en un periodo de globalización como el presente, pero también percibimos que la unidad todo lo resuelve cuando la unión es sincera, porque no es suficiente levantar al débil y abandonarlo, luego hay que sostenerlo para que se haga fuerte.