El primer saludo del Santo Padre Francisco, pronunciado desde el balcón central de la basílica vaticana el miércoles 13 de marzo de 2013, hacía referencia a un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Al fin y al cabo, era una invitación a pensar más los unos en los otros, a hermanarse la humanidad consigo misma, a que fuese el objetivo de un mundo global la unión y la unidad, a construir otro mundo más fraternizado, con menos poderes y más auxilio, para ser realmente constructores de esperanzas. Ciertamente, en los últimos tiempos se ha desfigurado tanto el rostro del ser humano, que no vemos más que por los ojos de los poderosos, aunque sean destructores. Hace falta, sin duda, un nuevo aire de vida ante tantos planes de muerte. En este sentido, el nuevo Pontificado ha contribuido en estos primeros días de servicio (no de poder), a que los pobres ocupen el primer plano de nuestra preocupación, a estar cerca de la gente, a subrayar la corrupción como un gran mal de nuestro siglo, a fraternizar con la mano tendida, a abrir las puertas del corazón también a los no creyentes, a mostrarnos cercanos en definitiva a nuestros semejantes.
El referente de humilde servicio a todo ser humano que reclame nuestra atención, es una de las imágenes de estos primeros días de Pontificado que más se ha grabado en mi mente. Esta cercanía con el desvalido, en un mundo tan injusto, donde las desigualdades se acrecientan cada día, anunciando que nunca nos dejemos vencer por el pesimismo, “por esa amargura que el diablo nos ofrece”, y denunciando la crisis del momento actual, la falta de ética de los dirigentes, son gestos de amor imborrables. Como ya es público, uno de los motivos por los que el Santo Padre eligió el nombre pensando en Francisco de Asís, fue su generosa entrega por los pobres, por los que sufren la marginalidad y exclusión de tiempos presentes, y de este modo, construir puentes hacia una sociedad menos deshumanizada y más justa. Estoy convencido de que este mundo necesita crear ámbitos reales de auténtica fraternidad y, en esta tarea, el Pontífice en estos primeros días de donación, ha sembrado abecedarios de amistad y comprensión entre todos los pueblos, entre las distintas creencias y religiones. Así, ha apreciado mucho la presencia, durante la misa de inicio de su Ministerio de tantas autoridades civiles y religiosas del mundo islámico. Está bien, muy bien, vivir un tiempo de apertura, de abrirse a todos, por supuesto sin olvidarse de Dios; pero también es cierto lo contrario, como él mismo dijo: “no se pueden vivir auténticas relaciones con Dios ignorando a los demás”.
Este deseo de cambio de puertas hacia adentro también lo ha iniciado el nuevo Pontífice, confiando la reforma del gobierno de la Santa Sede, bajo sus directrices, a un consejo de cardenales. Lo importante son los feligreses, no la burocracia; lo fundamental son las personas y su servicio, no la carrera de las personas y su poder. Para el Papa Francisco el “carrerismo es una lepra, una lepra”. Hay que discernir, para poder caminar con la cruz, puesto que como dice el Santo Padre, “cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor” (Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa con los Cardenales). En cualquier caso, pienso que todos estos gestos dan una señal clara acerca de las formas en las que el nuevo Pontífice desea ejercer su Pontificado, cuya única pasión es la de dar a conocer la belleza del Evangelio, también a los alejados, y así en este tiempo ha llamado a los cristianos a salir “a las periferias del mundo”. Me da la impresión que lo importante, pues, no son tanto las estructuras humanas, como avivar la esencia de la Iglesia, que no es otra que una nívea historia de amor entre Dios y los seres humanos.
También quisiera subrayar el desvelo del nuevo Pontífice por querer escuchar a todos, y de este modo, percibir la total realidad de los creyentes. Como buen pastor quiere conocer a sus ovejas, compartir las alegrías y tragedias de esta época difícil, pero de la que también se puede extraer una provechosa lectura de la realidad a la luz del Evangelio. Evidentemente, las grandes preguntas espirituales están más vivas que nunca, pero a veces necesitamos a alguien que nos interprete, no en vano el jesuita (Papa) es un especialista en el campo del discernimiento de Dios y también en el campo del diablo. En sucesivas ocasiones, no sólo ha hablado de cuidar de manera especial la propia vida espiritual de cada uno como fuente de libertad interior, también ha instado a cultivar la vida de oración. Está visto que el pensamiento del nuevo Papa se dirige a los amplios horizontes, a la transparencia de acción, a que se defienda siempre la dignidad y centralidad de toda persona, con espíritu de solidaridad fraterna, como enfatizó al principio de su nombramiento.
Lo dijo en todas partes, no se esperaba ser elegido Papa. No tenía programa y tenía el más importante, la fuerza del valor de salir dentro de sí hacia los demás y de guiarnos hasta el encuentro con Dios. Con la fuerza de ese amor tan profundo, su espontaneidad y sencillez, en pocos días se ha ganado el cariño de todo el mundo. Las señales vertidas hasta ahora, los caminos tomados, las decisiones esperadas, han sido valientes y, sobre todo, llenas de amor hacia los más débiles. En un mundo en el que sólo parecen tener derechos los adinerados, en el que la hipocresía gobierna en todas las organizaciones poderosas, de lo contrario hace tiempo que habrían cambiado muchos desórdenes, que el nuevo Pontífice hable claro y profundo sobre tantas situaciones inhumanas, aparte de ser un signo de esperanza para aquellos que viven en el subsuelo de la existencia, en condiciones límite, es también un referente de luz para toda la humanidad. Lo refrenda la creciente afluencia de peregrinos que se multiplica cada día, en cada aparición, durante las audiencias, el rezo del ángelus o cualquier otra intervención pública. Y apenas lleva nada de Pontificado. Como a tantos otros, a mí también me ha ganado el corazón. Lo confieso.