Sé que un mundo materialista y hedonista como el nuestro, trata muchas veces de comerciar con vidas indefensas; pero, a pesar de esa falta de cariño y comprensión, de aislamiento y reclusión, siguiendo las directrices del refranero popular, en ocasiones es mejor estar solo que mal acompañado. Ciertamente, un buen pacto de convivencia con la soledad suele traer instantes de plenitud, que no sólo nos transforman, también nos transportan a un universo de excelentes abecedarios. Pienso que es una buena manera de huir del calvario de este mundo salvaje, al que venimos solos y solos nos vamos (o nos vemos) en tantos momentos.

Por desgracia para todos, porque al final todos llegamos (o queremos llegar) a viejos, esta sociedad que desprecia a los ancianos, se desecha también ella misma, al  desmembrarse de sus raíces. En cualquier caso, no se pueden cerrar los ojos a situaciones que requieren un cuidado especial. Indudablemente, la realidad es tan dura para algunas personas de avanzada edad, o de edad madura, que deberíamos replantearnos el escenario de la vejez en la sociedad de hoy, tan disgregada e interesada como violenta y mezquina. Al percibir la situación real de millares de seres humanos, próximos a nosotros, que no sólo sufren abandono, también todo tipo de ofensas, debe disponernos a promover un cambio en sus vidas.

El abuso y maltrato a las personas que se encuentran en el último ciclo de sus vidas es más frecuente de lo que puede parecernos, en parte porque es un tema bastante abandonado por todas las culturas, que suele estar ahí, desatendido, oculto para que pase inadvertido, y lo peor de todo es que al vivir en una sociedad profundamente deshumanizada, este problema social lejos de decrecer, va en aumento. Sin duda, estas inhumanas actuaciones contra las personas mayores, tanto en el hogar como en las instituciones, deben erradicarse por completo. De nada sirve que, alarmados por esta cuestión cada vez más extendida, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclame el día mundial de su toma de conciencia (15 de junio), si luego el maltrato físico, financiero o emocional, a las personas ancianas se sigue produciendo con total impunidad. Tenemos que pasar de las conmemoraciones a los hechos, a la denuncia de los casos escandalosos de negligencia o violencia, para que realmente se tome conocimiento de estas situaciones de desmedida dominación  real o potencial.

Es hora de activar una sociedad globalizada para todos los ciclos de la vida, dispuesta a entenderse y a comprenderse, que deteste comportamientos abusivos, y al tiempo, realce la vida de los ancianos para reorganizar la propia existencia, confluyendo la experiencia vivida con las capacidades adquiridas por los años. La cátedra de la vida no se obtiene en ninguna universidad y sobre pasa con creces la sabiduría que se enseña. De ahí la importancia de trasladar una imagen positiva del envejecimiento a esta sociedad caótica. Desde luego, la solidaridad entre las generaciones es fundamental para la cohesión de un mundo tan fraccionado.

Por consiguiente, la ancianidad ha de merecer el máximo respeto y la máxima estima para poder seguir avanzando en un clima de convivencia, participando plenamente en las decisiones que afectan a sus vidas. Y cuando falte esa consideración, la respuesta debe ser contundente. De lo contrario, el maltrato a los ancianos seguirá pasando desapercibido y seguirá estando semioculto. Es preciso, por tanto, que las asociaciones internacionales como los gobiernos en particular estén atentos a estos tipos delincuenciales, para proteger a la víctimas y hacer justicia a los agresores más pronto que tarde. Evidentemente, no hay nada más injusto que una justicia a destiempo. Triste época la nuestra, que no sólo excluye de la escena social a la gente mayor, sino que también atropella hasta sus sentimientos. En esto no se puede ser permisivo.