Los océanos se mueren, están en las últimas, hoy más que fuente de vida son fuente de avisos, bosque de advertencias. Hay que frenar como sea, creando conciencia de la gravedad sobre todo, que el mar necesita los mismos cuidados que la tierra. Se debe parar con la contaminación proceda de donde proce  da, al fin y al cabo, son actividades terrestres dañinas para un hábitat que forma parte de nosotros y que estamos obligados a salvaguardar. Lo mismo sucede con la excesiva explotación de los recursos marinos vivos. O la alteración y destrucción del hábitat marinos. Vamos de mal en peor. Y lo más cruel, es que no estamos haciendo nada por cambiar  nuestros modos y maneras de proceder. Sabemos que sin estos volúmenes de agua, nuestra vida es un imposible, no en vano cubren casi las tres cuartas partes de la superficie de la tierra. Por tanto, aparte de proporcionarnos alimentos y también compuestos medicinales, son nuestros verdaderos pulmones, ya que nos aportan la mayor parte del oxigeno que respiramos. Esto debería cuando menos interrogarnos, ponernos en guardia y actuar con más cautela.

Evidente. Por nuestras actuaciones, cada día hay menos espacios oceánicos vírgenes. Entre todos nos hemos adueñado de este patrimonio común y nos lo hemos repartido a nuestro antojo, sin haber establecido un equilibrio entre derechos y obligaciones. El mar, la mar, como los ríos, las rías, las inmensidades oceánicas,  ya no pueden regenerarse ante los incrementados niveles de contaminación que producimos. A mi juicio es esencial salvar los espacios oceánicos y, para ello, hay que tomarse en serio la coordinación y la responsabilidad de todas las naciones. La tarea no es fácil. Es toda la humanidad la que ha de establecer los principios de obligado cumplimiento. Nosotros mismos siempre somos nuestros peores enemigos. Sea como fuere, tenemos que reconocer que nos estamos cargando tanto los paisajes terrestres como los marinos, con total irresponsabilidad, y que de seguir en esta línea de necedad los resultados serán nefastos para todos.

Ya está bien de que nada nos sensibilice y nos ponga en movimiento. Parece que estamos cegados por el disfrute y el despilfarro, por los incentivos de mercado y financieros, por sistemas de gobernanza imprudentes, y así, más que avanzar, estamos retrocediendo en la forma de utilizar los océanos y hasta la misma tierra.  Por desgracia, aún no hemos estudiado el libro que obtiene lo mejor de cada uno. En cualquier caso, no debemos perder la fe en la humanidad. Por ejemplo, no podríamos tener una forma más adecuada de conmemorar el día mundial de los océanos (8 de junio) que, con una propuesta firme, por parte de todos los países, de no ser permisivos con aquellos que no respetan el estado de derecho en las cuencas hidrográficas, en los mares y océanos.

La actividad delictiva en los espacios oceánicos es tan brutal, que cualquiera puede verse invadido por mil piratas, traficantes de todo y por todo, dispuestos a dejarnos tirados como una colilla en alta mar. Todos estos hechos dificultan su protección y desarrollo. Ciertamente, del mar dependen millones de empleos de todos los sectores, el industrial, el energético, el de transporte, y hasta el turístico. Requerimos, pues, acciones contundentes para mejorar la seguridad  y la salud de estos espacios marinos, que a la vez son recursos imprescindibles para la especie humana, y que aún no valoramos en su justa medida. De lo contrario, haríamos un uso racional de los océanos que, entre otras cuestiones, ayudan a regular el clima porque absorben el 25% del dióxido de carbono que se emite a la atmósfera por las actividades humanas. Ahora bien, aún en las adversidades debemos tener esperanza. El concepto equivocado de que los océanos son almacenes sin fondo debemos desecharlo de nuestro camino. El día que tengamos esto claro empezaremos a tomar el pulso de nuestros funestos actos, puesto que en la preservación del medio marino va nuestra propia vida. Casi nada. Lo dicho, que rectificar es de sabios.