Somos como grafías en busca de miradas. También llevamos consigo el mejor tratado de moral, no es otro que la conciencia. Nuestra autobiografía se recoge en el manual de las esencias, el de las palabras y los silencios. Siempre buscamos un vademécum que nos diga, que converse con la vida, que viva con nosotros hasta encendernos el alma. Todo vive en los libros. La propia existencia de cada uno se encadena a los textos de la naturaleza, que pone en nuestras percepciones un ansioso apetito por la verdad, por los sueños de un futuro mejor. Desde hace diecisiete años, el veintitrés de abril, la UNESCO ha mundializado el libro y sus derechos de autor. Es una buena noticia. Debemos de extender el aprendizaje de conocer y de reconocernos en sus abecedarios. No hay mejor estrella para guiarnos.

Cierto. Tenemos que avivar la lectura del libro de la humanidad. Ponerlo en claro, ahora está demasiado oscuro para leerlo. Sin duda, no podemos progresar volviéndonos inhumanos, injertándonos abecedarios poco libres o cultivando lenguajes nada justos. Ahí están las guerras de otro tiempo, como las de hoy, apuntando a la gran derrota del espíritu humano. Evidentemente, nada de lo que ocurra a los seres humanos, por minúsculo que nos parezca, debe resultarnos ajeno. En el volumen de la vida no hay exclusiones  y sí muchos pensamientos, que nos dan fuerza para vivir. Se trata de escuchar, de quedar a solas con ese bosque de voces, del que todos formamos parte, y de ser capaz de comprendernos más a nosotros mismos y a nuestros semejantes.

A veces caminamos por la vida sin darnos cuenta de los muchos manantiales de inspiración que nos abrigan, o que generamos con nuestra labor individual o colectiva. Esta bibliodiversidad de letras es nuestro patrimonio común, la mayor riqueza que podemos aglutinar, puesto que todos los libros reprenden en secreto, y nos alivian la carga de los días, cuando menos abriéndonos los ojos. No olvidemos que cualquier oscurantismo se esclarece con los silabarios. Son los grandes maestros del porvenir. Cuántos manuscritos han cambiado nuestro destino sin pensarlo.  Y es que, más allá de un objeto puramente material, los libros son aliento (y alimento), antorchas que nos iluminan por dentro (y por fuera), sueños (y ensueños) posibles, en un mundo creado para ser vivido y recreado.

Por encima de tantos frentes y fronteras en pie de ofensiva, que los humanos nos hemos trazado, nos queda el intercambio de las ideas, que deben estar exentas de imposiciones o impuestos, porque son los pensamientos y la razón, los que en verdad dan orientación a la existencia humana. Por desgracia, la conciencia ética del ser humano está desorientada. Precisamos replantearnos los valores. Precisamente, la mayor de las crisis es la crisis en torno a la verdad, en la que no caben matices. Teniendo en cuenta, que únicamente es esta verdad la que nos hará libres, debemos de buscarla con pasión. Tenemos la ventaja de que nada, ni nadie, puede eclipsarla.

Muchos van hacia esta verdad por los caminos del intelecto. O de la poesía, que es lo mismo. Al fin y al cabo, son los libros, como acto de la inteligencia de la persona,  un valioso instrumento del saber y de la conciencia critica. Por otra parte, está visto por nuestra propia historia, que allá donde se carbonizan los textos, también se acaban calcinando a las personas. Celebremos, pues, este día de honores a la sabiduría. Pecar de ignorancia es un mal presagio. Arropémonos de autores y de vidas, de silencios y soledades. Empapémonos de expresiones culturales, reafirmándonos en la apertura a los demás y al mundo. La obra perfecta aún está por escribir. La escribiremos todos con todos, el día que verdaderamente formemos un armónico y único cuerpo en sociedad.