Con la prosa de la entraña poética del autor, Humberto Peraza Ojeda hace elogio y exalta la figura de Agustín de Iturbide, quien, según su propia exégesis, se ha cometido con el prócer de nuestra historia patria una injusticia al no poner sus restos mortales en el monumento a la Independencia, a pesar de ser él quien logra la Independencia de México.

“Esto me ha movido a realizarle una escultura de 50 centímetros de alto en bronce. Con ello quiero homenajear su figura y su paso por la historia nacional, fuera de todo apasionamiento. En la base lleva una placa con una leyenda que pensé sería apropiada, mezcla de mi propio criterio y de mi documentación exhaustiva”, explicó.

Dijo que, en un comunicado que vio en internet el pasado 31 de agosto, “me enteré que la Arquidiócesis de México exhibiría los restos de Iturbide en la catedral a partir del 1 de septiembre. Y se le tilda de corrupto”.

El artista contó, grosso modo, la historia que recoge la historiografía a la que ha recurrido para su argumentación inamovible: “En 1838 fueron inhumados con honores de emperador los restos de Agustín de Iturbide en la capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral de la Ciudad de México. La ceremonia funeraria la hizo el presidente Anastasio Bustamante, el 21 de septiembre de 1821.

“Solía decir: ‘mi única ambición es la gloria’. Y, ciertamente, parece que nació predestinado a ella. Con todos los demás apelativos paternos y maternos del personaje, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arregui Arámburu Carrillo y Villaseñor.

“En 1820, Iturbide era un hombre en plenitud de facultades físicas y mentales, un poco más aquellas que éstas, puesto que era gran amador y galante caballero. Cuando uno de sus biógrafos lo describió, parecía que no estaba hablando de un personaje de la historia, sino de un artista del cinematógrafo: ‘joven aún y en la fuerza de la vida; gallardo, fuerte, robusto, de distinguido aspecto; de elevada estatura, semblante ovalado, cabello de color castaño, rojizas patillas, blanca y encendida la tez, dorado a fuego por el sol, azules los ojos de mirar sutil y firme’.

“Una gaceta de su tiempo hizo una descripción de su figura, ‘dedicada a las damas que no han tenido la fortuna de tratarlo; es festivo, magnético y majestuoso su semblante, cultos y agradables modales, insinuante la palabra, festejado, aplaudido, envidiado, admirado, derrochador, osado, valiente, espléndido, que de extrañar es que diese buena cuenta de una mujer hermosa, cuando la vida la retozaba en las venas, le abrillantaban los ojos y le erguía el cuerpo y cuando sabía lo llamaba Adonis y venía de cuatro o cinco años de andar a caballo día y noche, con soles, aguaceros, ventiscas y ventarrones sobre pecho y espalda; entre cieno, sangre y balas, jugándose la existencia cada día, encarado con la muerte, escapado de la tarde a la fatiga y a errar eterno para venir a México a departir con el virrey y a rendir cortesano acatamiento”.

Ambicioso de gloria fue siempre Iturbide y dueño de inteligencia penetrante que le permitió darse cuenta muy pronto de que ni los insurgentes podrían ganar por la fuerza de la Independencia, ni los españoles podrían mantener siempre a México bajo su dominación. Sólo el acuerdo entre ambos, concluyó bien pronto, traería la paz y la libertad a este país sacudido violentamente por más de 10 años de feroz lucha fraticida.

No sabemos quién inspiró a Iturbide a su movimiento para dar la Independencia a México. De una cosa sí podemos estar seguros: Iturbide escribió por sí mismo, de puño y letra, el plan en que resumió sus ideas políticas y su proyecto de nación.

Como dijo don Vicente Riva Palacio: “El mismo Iturbide llamó suyo el Plan de Iguala en el manifiesto que se publicó después de su muerte, diciendo que solo él lo concibió, lo extendió, lo publicó y lo ejecutó, aunque después de formado, lo consultó con las personas mejor reputadas de los diversos partidos”.

Cuando fueron llevados a México los restos mortales de Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez, Matamoros, Morelos y otros caudillos insurgentes, se rindió también homenaje a Iturbide y en uno de los salones del Congreso se puso un cuadro dentro del cual se colocaron el bastón de mando del emperador y el luciente sable que llevaba el 27 de septiembre de 1821, fecha de su triunfal entrada a México, al mando del Ejército de las Tres Garantías.

Agustín de Iturbide fue a la tumba envuelto en un tosco sayal. La áspera estameña del humilde hábito de los franciscanos fue ataúd y mortaja para aquel que había vestido el rico armiño del manto de los emperadores. Había dado a los mexicanos independencia y libertad, y ellos lo persiguieron, lo desterraron, lo proscribieron. Lo llamaron traidor, lo fusilaron en un cadalso deshonroso.

Años después su nombre fue inscrito en letras de oro en el recinto del Congreso nacional. Pasado algún tiempo su nombre fue quitado, acto celebrado con coñac, al mismo tiempo que las letras de su nombre iban cayendo con una extraña sonoridad. Era presidente de la república Álvaro Obregón.