Las elecciones en la Europa, de la pospandemia, van reflejando de manera inquietante un voto de castigo contra el partido en el poder y han mostrado una preocupante pérdida del centro; mientras, los votantes más jóvenes de la llamada Generación Z, están escorándose de forma radical o hacia la ultraderecha o hacia la ultraizquierda.

En especial, en Alemania, Turingia y Sajonia, llevan tiempo en punto de ebullición: Turingia forma parte de los dieciséis estados federados de Alemania y su capital es Érfurt. Mientras que el estado de Sajonia, su capital es Dresden y también forma parte de los estados federados.

          Ambas son regiones de tamaño medio. Turingia y Sajonia no son cualquier estado más: la revolución industrial en el siglo XIX germinó en dichas regiones y buena parte de los años posteriores estuvieron marcados por una intensa lucha obrera y una serie de transformaciones en el mapa geográfico regional.

          Y, sobre todo Turingia, tuvo un rol fundamental durante el período Nazi. Fue allí donde el nacionalsocialismo prendió como una mecha y donde Adolph Hitler encontró más adeptos para su partido y para su ideología.  De hecho, las primeras elecciones en las que se presentó el  Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (más conocido como Partido Nazi) las ganó en Turingia consiguiendo seis delegados.

          Tras la caída del régimen, como parte del colofón de la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos vencedores se repartieron Alemania; así, la parte oriental quedó bajo la administración soviética de la entonces URSS cuya ideología era comunista y la parte occidental, tuvo diversas áreas unas administradas por Estados Unidos, Francia y otras por, Reino Unido con una ideología capitalista.

          Precisamente, Turingia y Sajonia, quedaron en la parte oriental administrada por los soviéticos y tras, la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, recuperaron su estatus de lands federados con una Alemania finalmente fusionada, sin muros, ni líneas divisorias.

          No obstante, no han logrado  sacudirse el pasado y mientras sus generaciones más mayores tienen memoria histórica; las generaciones más  jóvenes y por ello más lejanas a los recuerdos de la guerra y de los peligros del extremismo están radicalizándose y culpan al inmigrante de los males sociales y económicos; además, de estar en contra, de  ayudar a Ucrania a resistir la invasión rusa y, sobre todo, de tener un enfriamiento en las relaciones con Rusia.

Los más jóvenes votan extremos

          En las elecciones regionales del 1 de septiembre, Infratest dimap, recogió a pie de urna una serie de preguntas para conocer el perfil del sufragante y se encontró que la extrema derecha alemana obtuvo mejores resultados entre los menores de 25 años (Generación Z) con el 38% de los votos en Turingia; el 36% de los votos de los millennials, pero solo el 19% de los votos de los mayores de 70 años.

Este instituto ubicado en Berlín que ofrece servicios de investigación política y psicológica  y conocido por sus encuestas de posicionamiento político,  habla de partidos políticos moderados y de centro “atrapados” en una especie de movimiento de pinza entre grupos antisistema, radicales y que buscan echar abajo el establishment.

          En Turingia, los partidarios de la AfD presumieron de llevarse el tercio de los votos;   la ultraderecha aprovechó la ocasión para sacar  a las calles sus banderas con una gran cruz negra mientras en Sajonia, este partido quedó en segunda posición.

          Las principales propuestas de  AfD son a favor del etnonacionalismo que consiste en defender lo nacional a partir de una serie de valores históricos heredados que hacen único el idioma; la fe y el pasado ancestral. La nación y la nacionalidad, se defienden por ende, con base a términos de etnicidad.

A COLACIÓN

Angela Merkel fue canciller de Alemania, desde 2005 hasta 2021,  que presidió el partido Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU)  desde 2000 hasta 2018.

          No son pocos los que cuestionan la llamada era Merkel y creen que la debacle actual es herencia de este período de gobierno; en especial, Merkel puso su sello en tres asuntos: 1) Contener el ascenso de la ultraderecha; 2) enterrar al nazismo; y, 3) reorganizar la política migratoria.

          En los tres hay un fracaso razonable.  Dos años después de dejar el gobierno, la ultraderecha con AfD vivió en 2023 varias victorias importantes en ciudades de tamaño medio.

El 25 de junio del año pasado, la AfD conquistó por primera vez un distrito en Sonneberg, en el estado  de Turingia; luego, el 2 de julio, la extrema derecha ganó su primera alcaldía en Raguhn una ciudad de 9 mil habitantes situada entre Berlín y Leipzig.

Después, el 8 de octubre, la AfD logró un avance considerable en las elecciones regionales en Hesse con el  18.4% de los votos y en Baviera, con el 14.6 por ciento. Nunca antes había logrado tales puntuaciones en los estados de la antigua Alemania occidental. Y, por último, el 17 de diciembre pasado, su candidato Tim Lochner, ganó las elecciones a la alcaldía de Pirna, una ciudad de 40 mil habitantes dentro del estado de Sajonia.

          No sorprende el éxito en las recientes elecciones regionales en Turingia y Sajonia  y quizá sean  solo un presagio de lo que pueda suceder el próximo año en las elecciones generales en Alemania. La meta es ahora el Bundestag.