El Instituto de Salud Global de Barcelona  (ISGlobal) reveló recientemente que 47 mil 690 personas murieron en Europa a causa de las altas temperaturas el año pasado.

 Mientras escribo esta columna, Madrid ha vuelto a superar los 35 grados y muchas partes de España también tienen termómetros por encima de los treinta grados y no son pocos los avisos meteorológicos que advierten de olas de calor extremas en los próximos días.

          Dos personas han fallecido en la calle en las últimas 48 horas nada más en la capital de España. La gente local ya  no quiere salir bajo el ardiente sol mientras los turistas arriesgan la vida.

          En el bar del barrio, el tendero de toda la vida, anticipa el futuro por venir: “De día estaremos en nuestras casas y de noche saldremos a comer con los amigos, haremos la compra, iremos al supermercado; al gimnasio; etcétera. Este calor no solo mata, sino que terminará cambiando, nuestros hábitos”.

          Y no está muy lejos de  suceder,  sobre todo si la tendencia  nos  acercará a los cincuenta grados y a tener un clima desértico en varias partes de España primordialmente el sur.

          De acuerdo con el estudio  de ISGlobal, los países europeos con mayores tasas de mortalidad relacionada con el calor se encuentran en el sur de Europa, en la llamada parte Mediterránea. Ese cuerno dorado que está volviéndose infernal y que también está asfixiando a la parte que le corresponde a África.

          Entre los países europeos más afectados tenemos a: Grecia con 393 muertes por cada millón de habitantes; Bulgaria con 229 muertes por millón de habitante; Italia con 209 muertes por cada millón; le sigue, España con 175 muertes y Chipre con 167 fallecimientos por cada millón.

No tenemos un estudio que nos indique, por ejemplo, cuántos animales han fallecido por el calor, ni cuántas plantas, pero ya es algo que va tomando costumbre el ver a palomas desplomadas en las calles.

La extinción de nuestra especie no es un bulo, ni un invento ideológico o político, es una realidad. ¿Cómo van  a sobrevivir las futuras generaciones bajo el intenso sol quemante que afecta la vida de todos los seres vivos? ¿Se ha imaginado, apreciado lector, permanecer dentro de  su casa sudando a mares, sin poder dormir por esa nata asfixiante que atrapa el aire y,  por ejemplo, no  darse una ducha con agua fría?

En muchos sitios de esa España a merced del sol abrasivo estuvo a punto de no haber agua, porque los embalses estaban en mínimos. Nos ha salvado un milagro… este infierno sería mucho más dañino si no hubiera  agua fresca saliendo de la ducha para refrescarse de madrugada.

A COLACIÓN

El cambio climático es tan real que todos los seres vivos en el planeta Tierra  estamos padeciéndolo de distinta forma e intensidad: plantas, animales y el ser humano, cada cual lo va procesando a su entender… unos readaptándose y otros feneciendo.

Las investigaciones hablan de cinco grandes extinciones pasadas adheridas a la historia de supervivencia de los seres vivos, la del Pérmico- Triásico sufrida hace 251 millones de años (por la actividad volcánica) acabó con la vida del 70% de las especies terrestres.

En la actualidad está en proceso la sexta extinción: al menos un millón de especies, animales y vegetales, están en grave riesgo de desaparecer según constató el  informe científico de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES).

La abundancia promedio de especies nativas en la mayoría de los principales hábitats terrestres ha disminuido en al menos un 20% en su mayoría desde 1900. Más del 40% de las especies de anfibios, casi el 33% de los corales reformadores y más de un tercio de todos los mamíferos marinos están amenazados.

El panorama es menos claro para las especies de insectos, pero la evidencia disponible respalda una estimación tentativa de que el 10% está amenazado.

Es decir, están sufriendo los animales terrestres, los marinos y los que tienen alas, le corresponde su parte  de culpa al ser humano  encerrado en un círculo vicioso derivado de su actual modo de producción.  Para sobrevivir en las condiciones actuales y evitar un mayor deterioro medioambiental en detrimento de la desaparición definitiva de un millón de especies es vital ir a hacia un nuevo paradigma.

Lo que está en juego es la posibilidad de tener una tierra habitable: el surgimiento de nuevas desigualdades por amenazas en nuestra biodiversidad generarán nuevos desequilibrios globales. Nos vamos a matar entre nosotros por tener agua… esa agua para beber y ducharnos mientras las olas de calor siguen aniquilando a los seres vivos.  Ese futuro da miedo.