Hay Ursula von der Leyen para rato. Al menos para los próximos cinco años porque ayer salió revalidada por el Parlamento Europeo para quedarse otro período al frente de la Comisión Europea y no será nada fácil.

          Es verdad que no le ha ido tan mal en la votación es más para como están las cosas color de hormiga en la Unión Europea con la ultraderecha al acecho, esta vez Von der Leyen convenció a 401 eurodiputados que votaron por ella contra 284 en contra y 15 abstenciones. De hecho, logró 41 votos más de respaldo respecto del margen de nueve votos que obtuvo en 2019.

          Aquí en Europa ya sabemos cuáles son las obsesiones de esta política alemana de 65 años de edad: impulsar la agenda feminista de la UE y consolidar la agenda verde en pro de la descarbonización de la UE. Lo interesante es que ahora se fija en el tema de la vivienda que es un cisma en varios países miembros, el precio del ladrillo está por las nubes; y también pone la atención en lo que ya se ve venir: el triunfo de Trump  dejará a los aliados europeos sin el paraguas de protección militar tradicional por eso Von der Leyen ha reiterado que trabajará por el tema de la seguridad y la defensa de la UE.

No será nada sencillo sacar adelante está agenda. A Europa se le ha conjugado la tormenta política perfecta: la ultraderecha en auge, a su vez Francia y Alemania, dos naciones líderes de la UE, están bajo el acecho de los grupos de extremas  y con problemas económicos. En 2023, el PIB galo creció 0.9% con una inflación de 4.9% y Alemania,  su PIB cayó 0.3% con una inflación del 5.9 por ciento.

Además, es un año electoral relevante en el que ya fueron renovados  el Parlamento Europeo y la Comisión Europea; también sucederá con  el Consejo Europeo.  Precisamente, el socialista  António Costa, exprimer ministro de Portugal, va a relevar a Charles Michel al frente del Consejo Europeo.

Al interior del grupo europeo hay una animosidad por los movimientos del primer ministro húngaro, Víktor Orbán, cuya postura díscola está provocando una serie de roces constantes.

Este período además coincide con que Hungría preside el Consejo Europeo de forma rotatoria desde el primero de julio, hasta el 31 de diciembre, de este año.

Recién inició la presidencia húngara, Orbán ya realizó tres viajes estratégicos en una semana: visitó al mandatario ucranio, Volodímir Zelenski, a quien le ha pedido un alto el fuego; luego viajó al Kremlin para reunirse con su amigo y aliado, el dictador ruso, Vladimir Putin para hablar de la guerra y el impacto económico; y, por último, sostuvo un encuentro con su homólogo chino, Xi Jinping con quien abordó el tema de los aranceles a los autos eléctricos.

Por no obviar que también viajó para ver a Trump (días antes del atentado) y volvió a alinear su agenda y sus intereses en la misma órbita del pensamiento trumpista: cero financiamiento y ayuda militar a Ucrania; una postura pro Putin e inclusive antipalestina en el caso de Israel.

Gran parte de las fricciones entre Hungría y el resto del bloque  europeo se deben a la proximidad de Orbán con Vladimir Putin, que el primer ministro húngaro no ha hecho ningún esfuerzo por ocultar.

No es de extrañar, por tanto, que Hungría haya estado arrastrando los pies a cada paso a la hora de negociar las distintas rondas de sanciones que la UE ha aplicado contra Rusia desde que el Kremlin lanzó su invasión a gran escala de Ucrania, el 24 de febrero de 2022.

A COLACIÓN

En los últimos tres quinquenios, las elecciones europeas se viven como una auténtica batahola de supervivencia de la UE muy a pesar  de sus 67 años de existencia,  su consolidación parece todavía estar lejana.

Desde que fue signado el 25 de marzo de 1957 el Tratado de Roma y se convirtió en una piedra angular para crear el entramado que es hoy la UE con sus veintisiete países miembros, este gran esfuerzo de paz, de unidad, de cooperación y de buscar el progreso de forma conjunta,  no ha estado exento de voces discordantes sobre todo nacionalistas y ultranacionalistas que más que sumar, lo  que buscan es romper la unidad y volver a encerrar a sus respectivas naciones, en sus intereses más locales.

Las elecciones europeas no solo son un profundo ejercicio democrático para conformar las diversas fuerzas de representación política de cada uno de los países miembros para llevar su voz y su voto al Parlamento Europeo, también son un termómetro político interno para medir la fuerza política de cada gobierno y de su capacidad de gestión y que tan fuerte o débil se encuentra en el terreno de los apoyos legislativos  y ciudadanos.

Una  mayor representación legislativa  por parte de la ultraderecha con todos sus distintos matices dará sin duda una gran oportunidad para difundir su mensaje.

La primera ministra Italiana, Georgia Meloni, quería  que su grupo político fuese una bisagra importante en el PE pero se ha visto marginada por los otros grupos de ultraderecha que la ven a ella como “moderada”.

La alianza de Le Pen con Orbán y Salvini la han dejado minusvalorada en el PE. Meloni es la menos extrema de ellos, de hecho,   defiende en parte las políticas verdes y en ningún momento  ha dudado un ápice en continuar con el apoyo a Ucrania ante la invasión rusa  Sin embargo, su bloque Conservadores y Reformistas Europeos, ha quedado opacado por el discurso más fuerte de  Patriotas por Europa.