ESCRITORIO DEL EDITOR.
Actualmente se estima que existen 1 181 millones de personas bautizadas, lo que representa el 17,40% de la población mundial, convirtiendo a la religión católica en la más extendida del mundo.
La religión católica nacida desde la herejÃa del judaÃsmo hace poco más de dos milenios se ha convertido a lo largo de los siglos en algo más que una postura o creencia personal, alcanzando una innegable trascendencia a los propios cimientos de Europa ya sea en el campo artÃstico, histórico, educativo y, como no podÃa ser de otra manera, también filosófico.
Al estudiar el catolicismo desde este último punto de vista es inevitable que nos aborde una cuestión más allá de lo ontológico: ¿qué hubiese sido de la teologÃa católica actual sin las obras de Aristóteles o Platón?
 Sin duda alguna, la obra del pensador Estagirita es completamente fundamental al hablar de materia de fe. Para judÃos, cristianos y musulmanes existe un único Dios revelado al ser humano gracias a los profetas o, eventualmente, a través del hijo de Dios. Sin embargo, la creencia monoteÃsta no siempre fue la que es. El politeÃsmo estuvo presente a lo largo del desarrollo social y polÃtico de las grandes culturas de Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma, en los pueblos germanos, Japón prebudista, en algunos de los pueblos suramericanos, Ãfrica occidental, Polinesia, la India y hasta en la cultura irania anterior a Zaratustra. Asà podemos hablar, como propusieron Russeau o Hume, del politeÃsmo como primer estadio religioso, que más tarde serÃa absorbido por el monoteÃsmo nacido de la propuesta de Aristóteles.
 En el reciente artÃculo trataremos de desenterrar los orÃgenes de la teologÃa dogmática católica, fuente de su doctrina, y de principales filósofos y teólogos que han contribuido a su fundación, y de una manera pasiva a la formación de su carácter proselitista.
 Para entender el catolicismo es requisito indispensable conocer sus más elementales dogmas de fe, que no tiene como objeto a Dios sino la revelación, y que constituyen las piedras angulares sobre las que se cimientan toda la teologÃa discutida y que debe de creer toda persona considerada católica:
 •La SantÃsima Trinidad.
 •La EucaristÃa.
 •La Inmaculada Concepción (la Virgen concebida sin pecado original).
 •Maternidad Divina (la Virgen como madre de Dios).
 •Virginidad Perpetua de MarÃa.
 •Asunción de la Virgen.
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Para el artÃculo, consideraré la SantÃsima Trinidad asà como la EucaristÃa principales objetos de estudio y en ellos centraré mi atención, quedando relegado, por el momento, fuera de mi interés teológico las referentes a la naturaleza y obra de la Virgen.
La Trinidad
 La Trinidad es considerada como la verdad central del cristianismo católico, asà como de otras denominaciones protestantes. Dicho postulado entiende, en palabras de Credo de Antanasio, que «el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el EspÃritu Santo es Dios, y sin embargo no hay tres Dioses sino solo un Dios».
Este dogma, que pareciese algo no menos alejado de un monoteÃsmo relativo, no apareció en ningún momento entre los Padres apostólicos, pues para ellos «Dios no era un Dios de confusión sino de paz»; ni tan siquiera en los años lactantes del catolicismo con los padres Antenicenos. Y es que no fue establecida como dogma de fe de manera definitiva hasta el Concilio de Constantinopla en el siglo IV como solución final respecto a la idea del Padre, Hijo y EspÃritu Santo recogidas en las Escrituras como dogma perfilado a fin de evitar caer en el politeÃsmo.
 La solución escogida, la Trinidad, por original que parezca no contiene su origen en los teólogos del catolicismo, sino que siendo el concepto acuñado por Tertuliano (160 a 230 d.C.) este entendÃa que el Hijo estaba subordinado al Padre. Sin embargo, la propia idea trinitaria bien podÃa ser encontrada en lugares tan vetustos como la Grecia antigua. De las obras griegas como Platón podemos leer lo que se presenta como una especie de Trinidad como alma de la materia: «De la substancia invisible, que es siempre semejante a sà misma, y de la substancia divisible, compuso una tercera substancia que participa de la una y de la otra. […] Cuando Dios creó el alma del mundo de estas tres substancias, esa alma se lanzó desde el centro del universo hasta las extremidades del ser, difundiéndose por todas partes en el exterior y replegándose sobre sà misma, de este modo formó en todos los tiempos el origen divino de la sabidurÃa eterna. De este modo la naturaleza del animal inmenso, que se llama mundo, es eterna.».
 Incluso, de nuevo en este mismo autor, podemos encontrar una segunda Trinidad: «El ser engendrado, el ser que engendra y el ser que se parece al engendrado y al engendrador.».
 Una lectura del autor ateniense hace de la trinidad, ligeramente más cercana a la idea actual del dogma, podemos leer en la carta de Platón a Dionisio: «El rey del universo está rodeado de sus obras, y todo en él es efecto de su gracia. Las cosas más hermosas tienen en él su causa primera; las segundas en perfección tienen en él una segunda causa, y es también la tercera causa de las otras que están en tercer lugar.». O nuevamente, en su obra de la República quimérica representando tres personas como el Sol, el verbo y el padre.
 Por supuesto, entiéndanse sus palabras como una influencia al actual concepto trinitario recogido por la Iglesia católica y no como una simple transliteración lingüÃstica del autor griego.
 Pero la interpretación trinitaria aprobada en el siglo IV no fue la única en iluminar los pasillos de la Iglesia por aquellos años. PodrÃamos seguir esta lÃnea de interpretación de las Escrituras a través de modalistas como Clavijo desde una lectura original de Arriano: «Dios es, por lo tanto, antes de todo como el Monas y la causa.».
 Según Platón, en sus Diálogos, el Monas era entendido como la unidad indivisible por naturaleza, por tanto, inevitablemente, la existencia de más de un persona en el Monas era imposible en tanto en cuanto tenÃa que ser indivisible a los efectos de ser inmutable. Dicho de otro modo, Arriano negó de esta manera la condición divina del Hijo y, por consiguiente, rompió con la idea trinitaria propuesta. He de apuntar que esta idea de Platón no fue original suya sino heredada del presocrático Parménides de Elea.
 No podemos zanjar la Trinidad sin antes nombrar al que fuese reconocido como segundo padre de la Iglesia: San AgustÃn de Hipona. Quien influenciado por los escritos de Tertuliano, Novaciano, Mario Victorino o Hilario de Poitiers; elaborarÃa, en su vorágine de conocimiento, la actual noción trinitaria a través de su acercamiento al sistema neoplatónico durante su estancia en Milán como profesor de retórica. Es precisamente esta aproximación la que le permite, partiendo de una confesión definida en el Concilio de Nicea de que «el Padre, el Hijo y el EspÃritu Santo son de una sola y misma substancia, testificando con su inseparable igualdad la unidad divina; y que, por ello, no son tres dioses sino un solo Dios.», concluir, en su fe antisabeliana y antiarrianista, que las tres personas divinas son el ser mismo, eterno, inmutable y consustancial pero les corresponde una peculiaridad irreductible. Asà mismo, asegura que la Trinidad no se hizo hombre; ella no fue crucificada y enterrada, ni resucitó y ascendió a los cielos, sino sólo el Hijo. Tampoco fue ella quien, en el bautismo de Jesús, descendió sobre él en forma de paloma y quien confortó a los Apóstoles en Pentecostés, sino sólo el EspÃritu Santo. Por último, tampoco fue ella quien pronunció las palabras confirmadoras en el rÃo Jordán durante el bautismo de Jesús, sino sólo el Padre.
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La EucaristÃa
 Por EucaristÃa, la Iglesia católica, entiende el sacramento por el cual se produce la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre. Dicha consagración de la substancia de una materia, como es el pan de trigo, es transformada por medio de la transubtantación en el cuerpo de Cristo y, de aquella misma forma, el vino es transformado en su sangre. Esta acción, según las Escrituras es realizada en un primer momento por Cristo durante la última cena y su posterior tradición ritual no presentó ningún problema hasta Berengario de Tours quien, con Aristóteles en mano, puso en tela de juicio dicha transformación asegurando que la desaparición de la sustancia trae la consecuencia directa, también, de la desaparición de sus propiedades. Es decir, la transformación del pan eliminarÃa el sabor que le caracteriza y de igual manera con el vino, y sin embargo, esto no sucede, por tanto la realización de la EucaristÃa, y continúo con Berengario, es un mero acto simbólico, un “signum sacrumâ€, o sacramento en el sentido agustiniano o, al menos, es posible que la sustancia anterior (el pan o el vino) coexisten con la de Cristo. Esta última idea moldearÃa un nuevo concepto: la consubstantación. Desarrollada por Lutero en oposición a la transubstantación durante la reforma protestante en el siglo XVI. Rápidamente tal afirmación por parte de Berengario serÃa contrariada por la Iglesia católica asegurando el poder de Dios más allá de la razón aristotélica y las leyes fÃsicas.
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Nótese como ente presencial durante todo el debate la teologÃa natural Aristotélica, más concretamente sus definiciones de esencia, existencia y accidente, que serÃa vitales para el concepto de transubstantación. Aristóteles entiende por esencia «lo que no es afirmado de un sujeto ni se halla en un sujeto, como el hombre y el caballo individuales.», dicho de otro modo, la sustancia material (el ser, el hombre, la carne) y las sustancias separadas (los astros, el cielo, el alma). El accidente es aquello que está presente de forma circustancial. Y la existencia es entendida por Aristóteles, y compartida de Platón, como la forma de la materia en su relación con el mundo.
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El concepto de la transubstantación aparece por primera vez a mediados del siglo XII acuñado por Rodando Bandinelli, sin embargo, la idea por la que se produce no siempre fue la misma. La hipótesis que predominó hasta el siglo XIII fue la de Pedro Cantor quien distinguió entre la forma como suma de propiedades esenciales (olor, sabor, color…) y la substancia (o sujeto, entendido en este caso como lo eterno, lo metafÃsico para Aristóteles), careciendo totalmente de cualidades, sin embargo, es determinable por la forma –hemos de aclarar que en esta época sujeto y materia se equiparan-. Como consecuencia de esta concepción en la teorÃa se cambia sólo el sujeto (lo metafÃsico), las propiedades esenciales se conservan (sabor) y constituyen para los accidentes el fundamento natural de inhesión.
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La doctrina de Pedro Cantor no fue la única que dibujó la lÃnea hacia la doctrina clásica de la transubstantación. Alano de Lille a finales del siglo XII, en oposición a Pedro Cantor, apostó por la transformación de la substancia, entendida como totalidad de la esencia, de manera, y según Alano de Lille, que debe explicarse por un milagro la existencia de los accidentes o negarse la realidad objetiva de los mismos.
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Alejandro de Hales desarrolla de forma lógica este punto de partida llevándolo a su madurez conceptual, abogando asÃ, de manera definitiva en el concilio de Constanza del siglo XV, que es en la substancia constitutita por materia y forma donde se desarrolla la transformación, de esta manera, permaneciendo los accidentes. Para Alejandro de Hales la transubstantación es una acción positiva «por la que un ente actual, sin ser destruido ni aniquilado, es transformado en otro ente según su substancia completa».
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Durante el Concilio de Trento, en el siglo XVI, estas últimas concepciones quedarÃan grabadas como doctrinas firmes y definitivas por la escolástica de la Iglesia católica.
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La obra de Aristóteles fue relegada al ostracismo por la Iglesia católica durante siglos debido a que sus ideas llegaban a occidente a través de las traducciones del griego por parte de judÃos y musulmanes. De esta manera, no fue hasta el siglo XII en el cual las obras fueron traducidas del griego directamente al latÃn. Sin embargo, el aristotelismo, particularmente la lÃnea filosófica proveniente de Averroes sostenÃa tesis problemáticas en relación con los dogmas cristianos, como las relativas a la inmortalidad del alma y respecto a la eternidad del mundo. Llegando a ser prohibidos sus escritos sobre filosofÃa natural, al que posteriormente añadió la prohibición sobre MetafÃsica, por un concilio provincial de ParÃs. Aún a efectos prohibitivos, la decisión no impidió que las obras siguieran siendo objeto de estudio, incluso en la universidad de ParÃs. Precisamente es en el siglo XIII, durante época de crÃtica hacia la obra aristotélica en el que Santo Tomás de Aquino decide “bautizar a Aristóteles†y tratar de establecer de manera definitiva la verdadera relación entre la Fe y la Razón observando en la obra del filósofo griego una dualidad de principios, la de esencia y existencia, y que la esencia es potencialmente su existencia. Asà mismo, de esta observación teológica de Aristóteles y en cuestiones sobre la creación del mundo de la nada, comparte opinión con el teólogo judÃo Moisés Maimónides a quien reconoce profesar una profunda simpatÃa por su obra, apreciación que compartirÃa con otros autores de notables influencias como Platón, Boecio y San AgustÃn.
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Sobre estos hechos, una vez destapada la casi ecuménica influencia del helenismo en la teologÃa dogmática cristiana, de un modo concreto en la Iglesia católica, podemos afirmar, tal y como escribió Voltaire en su diccionario filosófico que «toda la Iglesia griega fue platónica, como toda la Iglesia latina fue peripatética desde el principio del siglo XIII.».(Historiadores histéricos)