A Europa se le acaba el tiempo, cada vez está más acorralada por sus propias (in) decisiones. La historia de Europa está teñida de sangre, sus páginas llenas de millones de muertos a causa de las guerras intestinas porque los europeos tienen un ADN más belicista que pacifista.
A la bella Europa han intentado dominarla desde clanes y tribus hasta voraces emperadores, monarcas y, por supuesto, dictadores. No hay pueblo que no tenga en su haber algún conflicto con su vecino tras las fronteras y mucho más allá.
A los británicos no los ha aislado de los conflictos su situación insular ni estar separados por el Canal de la Mancha. La propia España con su Armada Invencible tenía el objetivo de invadir a Inglaterra.
Siglo tras siglo, en Europa han sucedido batallas, invasiones y grandes guerras; en suma, destrucción y muerte. Quizá este tiempo, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1945, sea el período de paz más largo jamás registrado en los anaqueles de la historia.
Una paz a veces con alfileres porque no puede ignorarse las guerras desatadas tras el desmembramiento de Yugoeslavia y que la actual amenaza rusa ha vuelto a estrellar a los europeos con sus ideales y con sus comodidades.
¿Están dispuestos los europeos a volver a las armas para luchar por su libertad? ¿Para luchar si es necesario para defenderse de Rusia? La mayoría de los países en Europa no tienen un servicio militar obligatorio. Se cuentan con los dedos de las manos los que sí tienen el servicio militar obligatorio: Grecia, Austria, Suecia, Finlandia, Dinamarca y Turquía.
Los jóvenes no saben siquiera disparar un arma, ni tienen disciplina. La juventud europea está inmersa en sus avatares de sobrevivir con trabajos precarios y conseguir una emancipación tardía de casa de sus padres. Mientras el grueso de los millennials están más preocupados en buscar más comodidades y lograr más permisos laborales y más días de vacaciones.
Solo las generaciones de mayores de cincuenta años están viendo cómo, día a día, es más alargada la sombra de Vladimir Putin. El dictador ruso está desatado sabe que hay un cambio de ciclo en Estados Unidos y eso vientos lo están favoreciendo.
A COLACIÓN
Nadie lo vio venir: recuerdo bien la visita de Putin al rancho del entonces presidente de Estados Unidos, George Walker Bush, a los pocos meses de los aciagos atentados del 11 de septiembre de 2001.
Bush invitó a su homologo ruso, un joven Putin que logró granjearse el afecto del mandatario norteamericano, tras hablarle por teléfono unos días antes del 11 de septiembre para alertarlo de que sus servicios de inteligencia rusos tenían información de que habría un inminente atentado en Estados Unidos. Le llamó para decirle que Rusia no tenía nada que ver.
Esa llamada le valió una invitación de Bush para que visitase Estados Unidos y se lo llevó a su rancho en Crawford, Texas. Las imágenes de cordialidad y camaradería entre Bush y Putin relanzaron a Rusia a la primera escena política mundial luego de varios años en la congeladora sobre todo tras el desmembramiento de la URSS. Inolvidables son las declaraciones de Bush a la prensa cuando mencionó “le he mirado a los ojos y he visto su alma” para luego remarcar que Putin es un hombre bueno.
Ese hombre tan bueno ha azuzado los grandes problemas de esta aldea global y los ha manipulado siempre a su favor. No hay, a la fecha, una respuesta fidedigna y veraz científicamente probada sobre el origen de la pandemia del SARS-CoV-2 que ha enfrentado más a China con Estados Unidos; y que, ha dejado a la economía china muy tocada y a la norteamericana y europea al borde de la recesión.
Esos años de pandemia, de ostracismo, de estar distraídos con las muertes, los contagios; los reproches, las mascarillas, las mutaciones y las vacunas, fueron bien aprovechados por el dictador del Kremlin para preparar su invasión a Ucrania.
La inteligencia militar, de varios países europeos, lleva meses alertando que Putin está preparando un ataque contra otro país europeo; algunos informes son más intranquilizadores porque advierten la posibilidad de una invasión al unísono por sorpresa a Letonia, Estonia y Lituania. Son tres países miembros de la UE y de la OTAN. Eso significaría que la OTAN estaría obligada a enviar tropas para defenderlos.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, que también tiene información privilegiada, esta semana puso en la mesa ante otros líderes europeos, la especie de enviar tropas a Ucrania para frenar a Putin y evitar que termine apoderándose de dicho país. Ya no hay mucho tiempo, ni tampoco le quedan muchas opciones a los europeos. Realmente Europa está en una encrucijada: Putin amañará las elecciones de marzo y se quedará seis años más en el poder, hasta 2030 y si Trump vuelve a la Casa Blanca, no habrá más apoyo ni para Ucrania, ni para la OTAN.
Esa postura debilita a los europeos ante un Putin que no va a conformarse con Ucrania porque quiere apropiarse de los países que alguna vez pertenecieron a la URSS y al área de influencia soviética. Esto es Kramer vs. Kramer. Europa ha caído en el juego sagaz de Putin y ahora Macron intenta adelantarse a una invasión por sorpresa. Sabe bien que, tarde o temprano, tendrán una guerra con Putin. Otra vez la misma maldita dialéctica.