A lo largo de los siglos que han ido formando parte de la Historia siempre han existido personajes cuya ambición y narcisismo enfermizo, han terminado fagocitando todo a su alrededor. Se sienten incluso por encima del gobierno, de las instituciones, del poder, del Estado y en su momento, de la democracia.

          Son ellos los que se creen predestinados para ser los salvadores de una masa perdida entre la escoria, la pesadumbre, la violencia, el desencanto, la traición y el hartazgo. Creen que su sola presencia será suficiente para resolver todos los problemas aunque en realidad sus soluciones solo los complican más porque siempre tienden a la polarización: atienden a las minorías y subyugan a las mayorías.

          La referencia histórica más cercana a nuestra memoria, en cuanto al desastre consumado,  es la personalidad de Hitler que arrastró a los países a una Segunda Guerra Mundial y provocó una destrucción que nadie vio venir. El propio Paul von Hindenburg, entonces presidente de Alemania, nombró a  Hitler canciller de Alemania creyendo que sus ambiciones eran limitadas. Hindenburg  se equivocó.

          Como se equivocó el primer ministro británico, Arthur Neville Chamberlain, en signar los Acuerdos de Múnich que terminaron cediendo  a Hitler, la región de los Sudetes que pertenecían a territorio de Checoslovaquia y que pasaron a manos de Alemania, tras varios movimientos secesionistas y proalemanes.  Y el ataque del ejército germano que acudió a respaldar a los alemanes de los Sudetes. Chamberlain avaló que Hitler se apropiase de 30 mil kilómetros cuadros de Checoslovaquia pensando que con eso el lobo terminaría contento y sin más aspiraciones en la región. Otro error histórico.

          De errores históricos están llenas las guerras y las batallas a lo largo de la Historia de la Humanidad. No hay el hubiera. Solo queda, al día siguiente, arreglar el estropicio.

          Si bien, en la actualidad es Putin la figura que en Occidente más se compara con la personalidad de Hitler y con sus ambiciones territoriales y supremacistas, hay otra  figura que no  está pasando de largo  para varios analistas en Estados Unidos y en Europa; me refiero a Donald Trump.

          Ese Trump que ha dicho de sí mismo que sería dictador por un día. El mismo que ha coqueteado con Putin o con Kim Jong-un y que se siente más listo que los demás sean jueces, legisladores o funcionarios.

          El mismo que utiliza su personalidad mediática y su popularidad en las redes sociales para  arengar soflamas en contra del sistema, de la justicia y lo hace para odiar más y para dividir más; para confrontar  y para resucitar los viejos odios contra los negros, los inmigrantes, los homosexuales… contra todo lo que no sea blanco y bonito porque para el magnate es lo que mejor representa el espíritu norteamericano: ser blanco, rubio y bonito.

          No solo en su Presidencia, sino como candidato perdedor de unas elecciones, ha demostrado su potencial peligroso porque tiene una personalidad  narcisista, ambiciosa, egoísta, prepotente y es un  mal perdedor.  Trump se siente por encima de la democracia, de las instituciones y del establishment.

          Ya dio un aviso de hasta donde es capaz de llegar. No es baladí el asalto al Capitolio, ni tampoco puede descartarse que vuelva a suceder o pase algo peor porque una turba enardecida pretenda tomar las calles o las instituciones porque Trump, impedido por la justicia o por las urnas, no pueda retornar a la Casa Blanca.

A COLACIÓN

          Trump ha llegado incluso a amenazar con crear su propio partido y en consecuencia debilitar al Partido Republicano; sabedores de ese riesgo porque nadie tiene la popularidad del exmandatario dentro de las filas republicanas, el gobernador Ron de Santis decidió bajarse del carro de las primarias. Adentro del Partido Republicano le temen a ese monstruo que cada vez es más grande, más voraz y más amenazante. Pero no tienen de otra, le dejarán la candidatura.

          La creación de un nuevo partido político al estilo trumpista vendría a debilitar el tradicional bipartidismo norteamericano en momentos en que la polarización es más creciente que nunca.  Nuevamente ha resurgido el eterno choque de ideas entre el norte y el sur y los fantasmas del pasado han vuelto a escena. Hay familias que se lían a golpes discutiendo de política: unos a favor de Biden y otros, de Trump.

          ¿Hasta dónde puede llegar Trump por volver al poder? No son pocos los informes y análisis tanto en Estados Unidos, como en Europa, que advierten de un clima social, político y anímico muy adverso al interior de la Unión Americana que podría derivar, en algún momento en el tiempo, en una guerra civil.

          Traigo a colación a Stephen Marche que publicó en The Guardian porqué cree que habrá en Estados Unidos, tarde o temprano, una guerra civil y él aduce los problemas políticos estructurales y una crisis de larga data.

          Marche señala que el sistema legal se vuelve menos legítimo cada día. La confianza en el gobierno, en todos los niveles está en caída libre o, como el Congreso, con índices de aprobación que rondan el 20%, no puede caer más bajo.

De acuerdo con Marche: “Estados Unidos ha ardido antes. La guerra de Vietnam, las protestas por los derechos civiles, el asesinato de JFK y MLK, Watergate, todas fueron catástrofes nacionales que permanecen en la memoria viva. Pero Estados Unidos nunca se ha enfrentado a una crisis institucional como la que enfrenta ahora. La confianza en las instituciones era mucho mayor durante la década de 1960. La Ley de Derechos Civiles contó con el amplio apoyo de ambos partidos. El asesinato de JFK fue lamentado colectivamente como una tragedia nacional. El escándalo de Watergate, en retrospectiva, fue una prueba de que el sistema funcionaba. La prensa informó sobre los crímenes presidenciales; Los estadounidenses se tomaban en serio a la prensa. Los partidos políticos sintieron que debían responder a las denuncias de corrupción”.

Hoy, en la Unión Americana, lo que persiste es una terrible crisis de confianza, persiste una enorme desazón y la gente está ávida de respuestas… personas como Trump le da a esa audiencia lo que quiere oír y si no obtiene lo que quiere, simplemente irá a por ello con toda su ira destructiva. ¿Quién le teme a Donald Trump?