La inseguridad del mundo eclipsa, con demasiada frecuencia, los pasos de multitud de caminantes. Así, el pavor suele servirse en bandeja, mientras la valentía cuesta incorporarla a nuestra misión diaria, precisamente por esa sensación del poco valor de vidas humanas y la todavía generalizada impunidad, que agrava aún más el sufrimiento y la angustia, por la práctica de la desaparición forzada.

Por ello, es menester hacer justicia para conocer la verdad, rendir cuentas de los atropellos y reparar existencias truncadas. Todos nos merecemos volar en libertad, liberarnos del odio y del miedo, practicar el corazón y ejercer, con el mejor espíritu, ese abrazo de concordia, que armónicamente hemos de darnos en perpetuidad unos a otros.

Por desgracia, bajo la tentación del maligno todo es posible, hasta envenenarnos en mil contiendas, mientras los mercaderes de armas hacen fiesta. El hecho de que, además, se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a individuos, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del gobierno de turno, negando a revelar la suerte o el paradero de esas gentes, causa una indefensión realmente preocupante, algo que debemos reconsiderar al instante.

              Ahora parece que el espíritu de la incertidumbre se ha apoderado de nosotros; y, cualquier pugna está a la orden del día. Lo nefasto es que nos estamos acostumbrando a este tipo de noticias de bochornos. Deberíamos imprimir otro lenguaje más firme, inspirándonos en los valores de paz y de unión entre la ciudadanía. Por otra parte, también los derechos económicos, sociales y culturales contribuyen a las desapariciones forzadas. Esto debe obligarnos, igualmente, a una mayor protección asistencial y, en cualquier caso, a no ser sometido a torturas ni otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes.

Al fin y al cabo, todos nos merecemos ser considerados personas, y el hecho de que todo acto de conclusión tomada, sustraiga a la victima de la protección de la ley y le causa graves sufrimientos, lo mismo que a su estirpe, realmente constituye una violación de las normas del derecho internacional; pero, de igual modo, origina una pérdida de humanidad verdaderamente deshumanizadora. Con demasiada frecuencia, olvidamos que no hay sosiego si los derechos de todos los pueblos, y particularmente de los más vulnerables, no son considerados.

              Quizás tengamos que aportar un nuevo semblante más ecuánime, sobre todo con aquellos desaparecidos en vida, que constituye por sí mismo un ultraje a la dignidad humana, para que nadie conozca nunca más la perversión y la barbarie. Nos merecemos un mundo más fraterno, más de todos y de nadie en particular, que diga ¡no! a los enfrentamientos entre semejantes. Ninguna circunstancia, por evidenciada que nos parezca, puede ser invocada para justificar las huidas impuestas. Cuidado con estos calvarios derramados. Ojalá aprendamos a rectificar a tiempo. Desde los Estados, al mismo tiempo de prestar más atención para que estos tipos de hechos no se repitan, también deberá facilitarse una mayor asistencia a las familias, cuando menos para indagar sobre la suerte o el paradero de los seres que se hallan presuntamente evaporados del territorio visible.

En consecuencia, conscientes de la extrema gravedad de la ocultación forzada del ser, urge batallar conjuntamente por este crimen de lesa humanidad, tal como está reconocido en la legislación internacional aplicable, sostenida y sustentada también por nuestros valores humanos compartidos, el esfuerzo mancomunado y la visión liberadora de erradicar esta insensatez de nuestro planeta. Donde no hay rectitud es un riesgo tener conciencia. Tengámoslo siempre en cuenta,  que una cualidad de la justicia es aplicarla sin demora, porque hacerla esperar es ya una injusticia.

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor

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