La desolación en la tierra es grande. Cada día son más las personas que necesitan asistencia y protección humanitaria. Sin embargo, sólo hay que adentrarse por cualquier rincón del planeta y observar, que se acrecienta el desamparo entre análogos, unas veces porque la capacidad de las autoridades locales no es suficiente para hacer frente a la situación, y en otras ocasiones por dejadez de las propias instituciones de ámbito social o nefasta gobernanza.
La realidad, por tanto, de esa sociedad sufriente está ahí; sin apenas anhelos. Desde luego, una especie pensante como la nuestra no puede caer más bajo, hasta el punto de que la supervivencia de la familia humana consiste en ir más allá de las meras palabras, haciendo realidad nuestros esfuerzos con la ética de la responsabilidad, para promover un sistema cooperante de corazón siempre dispuesto y de colaboración permanente.
Son tantos los frentes que tenemos que atender, puesto que si fundamental es frenar los efectos del cambio climático y asegurar el futuro del planeta, también es vital escuchar las voces de esa ciudadanía sufriente, e imprimirles apoyo real. Olvidamos que el sosiego es básico para poder avanzar benignamente. La quietud solo puede alcanzarse con un espíritu muy distinto al actual, cuando menos ha de ser más justo, suscitando el entusiasmo por el bien de todos, mediante un desarrollo más equitativo y reforzando la confianza entre todas las culturas, máxime en un tiempo caótico y desesperado para muchos de sus moradores. En consecuencia, este océano de conflictos y de penurias, es verdad que es un círculo vicioso difícil de atajar, pero con otro talante más solidario y dócil, seguramente conseguiríamos poner los cimientos de una generación más sensible con ese orbe sufridor
Lo noticiable de todo este aire mortecino que nos circunda es que se está acabando el tiempo para millones de personas que ya vienen perdiendo la vida, sus hogares y sus medios de sustento a causa del cambio climático. Luego está el enfermizo momento de la depresión, la ansiedad, el estrés post traumático, el trastorno bipolar y la esquizofrenia, que afecta sobre todo a las gentes que se hallan en áreas de enfrentamientos e inútiles contiendas. Junto a ese desvelo benefactor, tal vez nos falte igualmente una actitud de apertura, de espíritu abierto a todos y a todo. Precisamente, compartiendo los dolores, la cruz se hace más llevadera. No hay otro modo de hacer familia, de salvaguardar las exigencias básicas del ser humano, tales como su integridad física, la misma vida, la libertad y la dignidad moral.
Desde luego, nuestros pensamientos tienen que estar con esos pueblos devastados por la naturaleza, con esas gentes que necesitan reubicarse en otras zonas para ganar dignidad y salir de esa penuria en la que se encuentran atrapados, por falta de oportunidades para un nuevo comienzo, con esas zonas que están fuera de control con severas restricciones a los derechos humanos. Tengamos las fronteras abiertas. No hagamos frentes entre individuos. Tampoco guardemos silencio o mostremos pasividad ante la práctica de la tortura. Todos estos martirios, de tanta gente indefensa, solo se curan con amor. Jamás lo borremos de la memoria. Así que todo el mundo está invitado, a unirse a la carrera por una humanidad menos atormentada, en solidaridad permanente con esa ciudadanía hambrienta de algo tan capital, como el albergue del cariño. Persigamos nuestros sueños, si en verdad queremos reunir el valor suficiente, para hacer de nuestro paso por la tierra, una entrega generosa a esa muchedumbre que nos requiere. Abramos bien los ojos y extendamos los abrazos. Sin duda, ganaremos entonces felicidad.