El momento actual y nuestras responsabilidades como seres pensantes, nos exige ser memoria viva de nuestro estilo de cohabitar, buscando el modo y la manera de gozar de un nivel de vida apropiado, que nos asegure la salud y el bienestar a través de la alimentación, el entorno en el que moramos, la asistencia médica y los servicios sociales. No olvidemos, que cada ser humano, por minúsculo que nos parezca, forma parte de nosotros; y, como tal, ha de estar ahí para restaurar el planeta y proteger la vida.

Marginar a los que forman parte de nosotros, excluirlos de este mundo que es de todos y de nadie en particular, es nuestra mayor torpeza. Tenemos que ser más innovadores, más auténticos, más justos, más leales con nosotros mismos, para que cese ese afán destructivo que nos inunda y aborrega. En cualquier caso, nunca es tarde para despertar y responder a los interrogatorios de la conciencia.

Quizás necesitemos tiempo para nosotros. No es fácil adentrarse en una realidad confusa, que no dialoga entre sí, ni se compromete por nada. Deberíamos volver al porqué de las cosas y al para qué de las situaciones. El diálogo sincero es vital para fomentar otro espíritu más sensible, con aquellos que han sido privados de sus derechos fundamentales, sin clemencia alguna. Esto no pasaría si los moradores estuviésemos conciliados. Es nuestra gran asignatura pendiente. Hay que reconciliarse y esto requiere el compromiso de todas las personas. Somos gentes con corazón. No podemos ser tratados como meros objetos ni como mercancía. Nuestro interior requiere de otros cuidados, de otras presencias más solidarias, de otro espíritu más transparente. Escuchemos nuestra propia llamada al cambio. Tenemos que ser capaces de hacer familia, de fomentar una cultura de encuentro y de acogida, no de rechazo, ni tampoco de comercio.

Por consiguiente, la apuesta por ese nivel de vida adecuado, nos exige otra orientación, otra ética de caminantes y otra estética de actitudes. Son, precisamente, estas dimensiones profundas, donde hay que concentrar la atención para buscar una clarificación conveniente, tanto corpórea como espiritual, que armonice todo con todos. Hasta ahora, esta privilegiada sociedad del bienestar, aparte de ser restrictiva y selectiva, tampoco busca esa realización humana global, que todos requerimos, cuando menos para estar bien con nosotros mismos. Es tan culminante ese equilibrio físico-psíquico y anímico, que todos hemos de involucrarnos en su cuidado y tutela social. La degradación humana ha llegado a un punto tan extremo, que todas las fuerzas vivas de la ciencia y del arte, de la sabiduría y del conocimiento, deben movilizarse al servicio de nuestra propia continuidad como especie, disfrutando de un orden social e internacional en el que los derechos se hagan efectivos, pasando de las palabras a los hechos.

Junto a este marco restaurador, la fuerza de la verdad es la que tiene que imperar, en un mundo de falsedades permanentes, que demanda de una seria educación de la conciencia en valores, de la propia comunidad. La dolorosa evidencia de la fragilidad de la vida, sin duda, tiene que hacernos repensar sobre nuestros pasos con un nuevo renacer, muy distinto a este efecto pasivo, verdaderamente insensible que nos amortaja por completo el vínculo del linaje. Puede que la desolación sea grande, pero estamos llamados a una actitud de disposición, de donación a la esperanza, más allá de esta atmósfera absurda que nos deja sin aliento. Dejémonos cultivar por el ensueño, y activemos el anhelo de que unidos podemos consolidar un mejor vivir, con un sensato obrar, tanto de los jóvenes que deben adquirir la educación y las habilidades necesarias para contribuir a una realización plena, como la de los mayores que han de brindar sus cátedras vivenciales, o los propios niños a los que hay que dejar ser niños en todo momento. Está visto, que cada etapa requiere de un nivel de vida conforme a ese vivo encuentro intergeneracional, donde cada cual aporta su patrimonio de humanidad, porque es la vida vivida la que nos dona vida, o nos pone reparo para encauzarnos de nuevo.