Reconozco que me encantan esos batalladores espíritus poéticos, como aquellos eternos cultivadores del verbo y la palabra, que se muestran en cada paso con pensamientos nuevos, auténticos y cargados de esperanza. Sin embargo, me cansa este ánimo mundano que todo lo reduce al interés, puesto que lleva consigo un afán corrupto, que practica la destrucción de sí mismo y la de los demás, mientras camina sin horizontes, porque es incapaz de mirar las cosas desde muchos puntos de vista. Por tanto, no hay que tener miedo a nacer de lo alto cada día, a fundirse con lo armónico, a batallar con lo místico. Lo nefasto es caer bajo, agarrarse a un espíritu enjaulado, desmemoriado, que olvida sus vínculos y hasta su propia historia. No hay mejor desarrollo que el respeto dentro de un soplo de franqueza. Jamás lo olvidemos.
Sin camino, desmembrados de ese aliento liberador interno, es evidente que tampoco tenemos horizontes claros. Un sistema como el actual, cegado por el poder, que no siente por nada ni por nadie, acaba destruyéndose asimismo. Ojalá aprendiésemos de los poetas, de esos seres que anidan sueños, porque saben escucharse y verse, oírse con el fermento de la inspiración. O de esos deportistas entregados a mostrar lo que es posible, con determinación, entrega y disciplina. Como ha dicho el líder de la ONU, “el espíritu olímpico saca lo mejor de la humanidad: trabajo en equipo y solidaridad, talento, tolerancia, nos inspira y nos unifica en tiempos difíciles”. Así es. No se trata de ponernos zancadillas unos contra otros, sino de caminar juntos hacia ese justo porvenir que todos nos merecemos. Ojalá aprendamos a discernir los vientos y a salir de este espíritu vulgar que nos deshumaniza por completo.
En consecuencia, cualquier respiro temporal nos va a venir bien para repensar sobre nuestro andar por aquí abajo. Precisamente, ahora me viene a la memoria, el “corramos unidos hacia ese futuro”, que exhortó António Guterres hace unos días, con el tradicional llamamiento a la tregua olímpica, que busca silenciar las armas durante este tiempo, a través de los valores educativos del deporte. Está visto, que cuando germina la esencia del espíritu creativo o deportivo, tampoco se pierde el entusiasmo por crecer mar adentro, que es lo que verdaderamente nos sustenta con el hábito de la comprensión y tolerancia. Solo hay que ver las obras de esos cultivadores del arte para percibir como nos trascienden, o vivir el oleaje armónico de los pentagramas musicales, para reencontrarse con otro ánimo más vivificante. Al fin y al cabo, tampoco necesitamos tanto para sentirnos vivos, con un poco de cielo azul sobre el camino, con un aire tibio sobre los labios, con la paz del corazón y poco más, podemos considerarnos caminantes gozosos.
Desde luego, a la luz de estas consideraciones, sólo la opción de insertarse al amparo de la innata sabiduría y en coherencia con ella, unidos bajo ese espíritu de concordia, es lo que nos hará avanzar hacia nuestra propia realización humana. Únicamente bajo este horizonte de verdad se puede uno sentir libre de cualquier obstáculo mundano. Lo que no podemos es hundirnos, caer en la desolación y en el vacío, necesitamos de ese nacer cada día, renaciendo con nuevas ilusiones, retoñando con nuevos objetivos, rebrotando con nuevas fuerzas para proseguir la ruta de los anhelos. Son estos espíritus de constancia permanente, pues nuestra finalidad no es tanto tener éxito en la vida, como tener capacidad para reaccionar ante los fracasos, los que nos hacen levantarnos de las caídas, mostrando de este modo lo mejor de nosotros mismos, que es lo que nos pone alas para continuar viviendo.