Muchas familias han renunciado a esta apuesta por el sosiego. Vivimos inmersos en un trajín permanente, sin apenas tiempo para nosotros. Hoy, multitud de chavales caminan a la deriva, abandonados a sí mismos y a sus instintos. Inmersos en multitud de quehaceres, un sinfín de hogares, con sus progenitores al frente, tampoco encuentran tiempo para sus hijos; obviando su tarea más importante, de cuidado y comunicación entre sí, enseñándoles a distinguir lo que es bueno de lo que es malo.
Lo mismo sucede con las personas mayores, a medida que el mundo se ha enfrentado a una crisis de salud sin igual, los ancianos se han convertido en una de sus víctimas más visibles. De igual forma, entre nosotros y en cualquier etapa e instante, contribuimos a acrecentar los tormentos. En efecto, cuando la relación degenera, la soledad toma vida, como demuestra la crisis de pareja y la desesperación suele entrar en vena. Por desgracia, nos hemos convertido en una sociedad que muchas veces maltrata con el abandono más cruel, tanto a sus progenitores como a sus descendientes, o seres que dice querer y no es cierto. Por eso, es vital que los sectores sanitarios de atención primaria y los servicios sociales no desfallezcan y trabajen conjuntamente, cuando menos para detectar y resolver el problema. De lo contrario, todo continuará semioculto y entre sombras, embruteciendo a las nuevas generaciones.
Indudablemente, se requieren otros ambientes más sanos, donde impere una familia estable y unida que equilibre todos los aspectos del crecimiento de sus miembros. Por consiguiente, si prioritaria es la necesidad de una gobernabilidad global más efectiva, que sea capaz de asegurar otro ambiente más responsable y de consensos, para que se tomen en cuenta las necesidades reales de la gente en materia de resistencia, también es fundamental avivar una cultura favorable a la familia en cuanto al ámbito natural para el desarrollo humano. Corresponde, en consecuencia, a cada uno de nosotros, activar ese cambio de actitudes, más allá de una dinámica egoísta del culto al cuerpo y dejadez total de lo que verdaderamente nos une, que es el espíritu de entrega y donación hacia sí y los demás. No imitemos, diría San Francisco de Sales, a aquellos que “comen sin gustar, duermen sin descansar, se ríen sin alegría, se arrastran en lugar de caminar” sino que hagamos el bien “con cuidado y atención, con perseverancia y prontitud”.
Deberíamos propiciar una década distinta, la de un retorno interior que nos haga mejores ciudadanos. Realmente andamos enfermos de corazón y mente. Debemos mejorar la vida todos, desde el propio linaje al entorno por el que se transita. Para conseguirlo, hay que sumar capacidades que permitan a una persona ser y, además, desarrollarse. Este entusiasmo, inherente a todo ser humano, parte de la satisfacción de las necesidades básicas cubiertas, de la posibilidad de poder tomar decisiones, de tener movilidad y sentirse libre, de establecer y mantener relaciones cooperantes y colaborativas. Jamás desvirtuemos lo que nos humaniza, que son las actitudes y los valores, las poéticas del abrazo social y el pulso de horizontes limpios. La situación de que se viva hoy más, nos ofrece la oportunidad de reconsiderar no solo lo que podría ser la edad avanzada, sino de qué manera podría evolucionar nuestro ciclo existencial. Subsiguientemente, deberíamos garantizar esa vida sana, tanto corporal como interiormente, que es lo que nos injerta la placidez que todos nos merecemos porque sí; y, por supuesto, en todas los períodos vivientes.
De ahí, lo transcendente que es una cobertura sanitaria universal, así como una apuesta de esperanza saludable, que garantice la dicha, a través de la calidad humana de relaciones, que los mecanismos económicos, por sí solos, no pueden producir. Hasta que no florezca la verdad no avanzaremos humanamente. Precisamente, este actuar de desorden que sufrimos, nos está dejando sin corazón, totalmente desorientados y hundidos en nuestras miserias. En este sentido, y para salir de esta cordillera de desdichas, nos alegra que la atención de la salud mental, exhortada en las nuevas orientaciones, ahonde en que ha de prestarse a todos y que no sólo debe abarcar la atención sanitaria, sino también el apoyo para la vida cotidiana, como facilitar el acceso al alojamiento y los vínculos con los servicios de educación y empleo. La sanación integra de la persona es lo básico y creo que ha de sustentarse en un enfoque basado en los derechos humanos; puesto que, para hacer frente al estrés normal de la vida, es determinante considerar múltiples factores socioeconómicos, biológicos y ambientales. Pero, y en todo caso, igualmente nos sustenta la fuerza del anhelo de estar despiertos, ya que por muy grande que sea la adversidad de este huracán enfermizo, mayor será el coraje del soplo de las ilusiones. Con la providencia del sueño también se vive. Nunca lo olvidemos.