I.- CON LA MUERTE EN CRUZ;

TODO SE HACE VIVO

La avenencia es la gracia que el Señor vivificado,

ofrece a los vivientes como fruto de vida nueva;

reconciliada con el Padre y armonizada entre sí,

rescatada de la esclavitud del mal y de la muerte,

pues lo decisivo es la fuerza reparadora del bien.

La sangre del Redentor baldea nuestras miserias.

Es viable un retoñar penitente si tras el tormento,

uno persevera por las afectivas huellas del Mesías,

aquellas que han mudado de aires nuestro paso,

en cada celebración eucarística que nos vivimos.

Nada envejece en la tierra, queriendo de verdad.

Después de Getsemaní, alumbran y relumbran

los horizontes, todo se embellece en la bondad,

sólo hace falta recoger del Salvador su donación

de amor y amar hasta que nos duela el servicio.

II.- CON LA VICTORIA DE CRISTO;

TODO SE VUELVE ETERNO

El triunfo concluyente surge y resurge en Cristo,

y desde él debemos recomenzar nuestros andares,

si queremos construir y reconstruir para todos,

un futuro de auténtica quietud, un mar de dichas,

que nos eternicen y enternezcan para el encuentro.

Proveamos aliento a los que nadan en el desaliento.

No hay proyecto mejor que fraguarse con el alma

en los fondos del ser, hasta recubrirse de verso

y cubrirse de paz, toda vez que el cuerpo se abaje,

mientras el hálito ascienda a los acordes celestes.

Venimos de Dios y a Dios hemos de volver puros.

Con la pureza que estampa seguir al pie de la cruz,

en nombre de aquel, Nazareno, que estuvo muerto

y ha vuelto a la savia, para crecernos y recrearnos

en la contemplativa proclama del ¡ven, Señor Jesús!

III.- CON LA MADRE DEL RESUCITADO;

TODO SE RESTAURA EN FAMILIA

Si Jesucristo es el principio y el fin de este palpitar,

suyo es el tiempo del andar y el ciclo de los pulsos,

pero también su Madre nos repone un hogar santo,

y nos brinda esa vía dolorosa y pasión consoladora

de velar, manteniendo la esperanza, de que resurja.

El silencio de una Madre que se traga las lágrimas,

lo hace en soledad sirviéndose la angustia del dolor,

entre el fulgor y las tinieblas que invaden el mundo,

a través de un ánimo inmaculado que todo lo soporta,

volcándose como Sierva de su Hijo al sacrificio.

Si la compasión maternal nos hace descubrir la luz,

pues Ella es la Madre de la salvación y los salvados,

abriéndonos el camino para una comunión de rostros,

donde todo se restablece en familia, haciendo hogar,

nutriendo el místico proceder de cada cual con ardor.