Estamos viviendo una época de transición que requiere del encuentro, partiendo de una disposición interior que nos cambie el corazón para donarnos; pues, en realidad, nos incumbe a todos, hacer frente ahora y con diligencia, cuando menos para salvar vidas, salvaguardar los medios de subsistencia y advertir sobre la peor situación de incertidumbre.
La hambruna, ocasionada en parte por los conflictos entre nosotros mismos y sembrada por el temporal de crisis climáticas y la pandemia de COVID-19, nos está dejando sin palabras. Naturalmente, no podemos continuar el camino del enfrentamiento permanente, ni mirar hacia otro lado, ante la multitud de personas que están a las puertas del naufragio. Para comenzar, como tarea personal, pienso que será bueno cultivar la asistencia humanitaria hasta conseguir que los focos rojos se apaguen y comencemos una nueva época que nos ayude a reconfortarnos entre sí, salvaguardando los dones de la naturaleza y promoviendo una gestión responsable. Al fin y al cabo, lo significativo es llenarse de sentido común, estar con la gente, no por encima de ella. Las sociedades han de juzgarse, precisamente, por su capacidad de entrega para que nadie se sienta solo.
Indudablemente, en todos los ambientes hay que activar los valores éticos, si en verdad queremos salir de este momento de duelo, verdaderamente desesperante y cruel. Nuestros comportamientos contaminantes hasta nos están dejando sin aire para poder respirar. Por eso, es el momento de las gentes, de esos corazones que además de ejercitar el respeto a la vida, practican el espíritu solidario, sin descuidar la relación que hay entre una adecuada educación integral y la preservación de un ambiente sano, que nos ayude a conservar siempre vivo el vínculo armónico con todas las cosas. La pasividad no consigue nada, hemos de trabajar conjuntamente, máxime en un momento de tantas inseguridades, tanto de aliento como de alimento, lo que nos exige un mayor compromiso de todos hacia todos, que es como se prepara un futuro sereno para los que nos sucedan. Si ahondamos en los andares, en aquellos abecedarios que cultivaron nuestros predecesores, nos daremos cuenta de que es posible despejar esas nubes amenazadoras que se encuentran en el horizonte de la humanidad, a poco que trabajemos en la tutela de la trascendencia de la persona humana, de sus valores y principios. Desde luego, la mayor parte de los problemas del mundo se deben a la gente con ansia de poder, que sueña con ser importante, haciéndolo a cualquier precio de mercado.
Personalmente, reconozco que no es molestia que la gente nos requiera, pues todos necesitamos de todos; lo que si me agita es la indiferencia y la necedad, la negación de lo verídico de la dependencia, sabiendo que nuestra misión más importante es la de hacernos firmes defensores de la decencia y animosos arquitectos de lo armónico; lo que conlleva ya no solo evitar que se comercialicen vidas humanas, sino también que las políticas de todo el mundo acepten sus obligaciones de hacer cumplir los derechos humanos y no se originen más daños a la gente vulnerable y a los migrantes. Si la naturaleza, como sabemos, es nuestra fuente de salud, también nuestra propia debilidad humana, debe fortalecerse con el espíritu de adhesión y ha de concienciarse en un afán de servicio, jamás de dominación de nada ni de nadie. Este año, por tanto, tiene que ser un tiempo decisivo para esa gran conexión de pulso planetario, donde las gentes con sus acciones construyan un mundo diferente, que mejoren nuestro entorno y promuevan la ilusión de muchas personas y de muchos pueblos.
La ociosidad de la multitud nos desnaturaliza, por principio. Una decisión valiente sería despojarse de triunfos mundanos, que no suelen nutrir a los hambrientos ni respetar los recursos naturales, y comprometernos más con esas historias reales de gentes que luchan por sobrevivir. Sin duda, es tiempo de pactos, de diálogos a fondo para prevenir los efectos adversos que puedan producir el aumento de la exclusión social, mientras la corrupción y los flujos financieros ilícitos campean a sus anchas por todos los territorios del orbe, acrecentando las desigualdades y debilitando el estado de derecho y la ineficacia en la distribución de los fondos públicos, que afectan directamente a nuestra natural familia humana. En cualquier caso; cada obra de amor verdadero, es un acercamiento de latidos a ese hogar humanístico del que todos formamos parte. Fraternizarnos, nuestra gran asignatura pendiente.